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Índice de El camino al paraíso   

 

 
Capítulo 32
El purgatorio es una época de preparación para experimentar el paraíso
El fundamento de la vida del ser en la zona de existencia espiritual tras la muerte es, así pues, su sueño dorado absoluto o deseo de experimentar lo más elevado que se puede imaginar de una existencia ideal. Y el experimentar esta existencia ideal o sueño dorado constituye el absolutamente verdadero paraíso del ser vivo. Pero antes de que el ser pueda experimentar tras la muerte esta existencia ideal o entrar en este paraíso y aquí experimentarlo manifestado de una manera visible tiene que pasar por el proceso de muerte y, dado el caso, purgatorio. Como ya hemos dicho, el purgatorio sólo es una época de preparación, en la que se interrumpe la función de los sentidos, a través de los cuales el ser experimenta decepciones, sufrimientos, preocupaciones, amargura, cólera y odio. De aquí en adelante el ser sólo puede percibir clases de pensamientos luminosos y alegres. Por consiguiente, no puede experimentar cortocircuitos mentales o en la conciencia con las clases de pensamientos o el modo de ser de otros seres, y además ahora sólo puede entrar en contacto con seres en el mismo estado o mismo paraíso. La conciencia del ser estará así en una zona de longitud de onda que está por encima de las zonas cuya longitud de onda puede crear enemistad, antipatía, cólera, celos, envidia, dolor, añoranza y decepciones. Como en el paraíso sus sentidos no pueden registrar estas u otras clases de pensamientos afines, el paraíso sólo puede ser una experiencia culminante de felicidad y alegría en su forma más pura. En caso contrario nunca podría llegar a experimentar ningún paraíso o existencia apetecible en su forma más pura. El mundo espiritual estaría igual de marcado por guerras, desdichas y sufrimientos, dolor y preocupaciones como el físico. Por consiguiente, debemos comprender que el mundo espiritual constituye una zona cuya longitud de onda está totalmente por encima de la longitud de onda del mundo físico. La zona de longitud de onda del primero de estos mundos es la del amor y la sabiduría, mientras la zona de longitud de onda del mundo físico es la del odio y la cólera. Quizá sea más fácil comprender esto cuando uno se familiariza con el hecho de que el mundo espiritual es, en realidad, un mundo eléctrico en su forma más pura, de hecho es la propia zona de origen de la electricidad. Según análisis cósmicos la electricidad es la fuerza vital de todo el universo, es el propio espíritu de Dios. Pero en el mundo espiritual, en el que este espíritu o fuerza vital no tiene que penetrar ninguna materia física y, por lo tanto, no puede ser usada por el ser en los campos que éste no ha desarrollado totalmente, los muchos cortocircuitos en forma de las citadas clases de pensamientos: enemistad, antipatía, cólera, etc., no pueden tener de ninguna manera lugar. Son el material de conciencia animal y, por consiguiente, son cada vez menos apropiados como material de conciencia para el ser vivo, a medida que crece o evoluciona en sentido humanitario o humano. El hombre inacabado tiene, de este modo, dos zonas de conciencia: la animal, que es su herencia innata de su estado como animal en su forma más pura, y su incipiente zona humana, que crece o evoluciona a través de los muchos cortocircuitos que surgen en su psique o mentalidad entre estas dos zonas. Como estos cortocircuitos tienen, a su vez, influencia sobre el modo de ser físico del ser, a veces lo llevan también a cortocircuitar con el modo de ser de los otros seres, y surge la guerra y se propaga entre los hombres. Y surgen los destinos desdichados con matanzas y mutilaciones, y el dolor y las preocupaciones consiguientes, que incluso pueden terminar en suicidio. En el purgatorio el ser es liberado de su facultad de crear y experimentar estos estados desdichados por medio del hecho de que el conjunto de sentidos en cuestión es puesto fuera de función. Con ello se le garantiza al ser que su existencia espiritual entre sus vidas físicas, su paraíso, se convierta en una experiencia mental luminosa al cien por cien, un estado de alegría y felicidad, que como hombre inacabado le es imposible experimentar en su forma más pura en la zona de existencia física. El ser, con la liberación de su organismo físico y su consiguiente paso por el purgatorio, donde, como hemos dicho, una cierta parte de su zona de percepción es puesta fuera de función, es objeto de una reducción de su capacidad de experimentar la vida y crear. Pero el campo de su conciencia del que, de este modo, es liberado en el paraíso es, claro está, todo el campo de su destino físico, en el que tenía acceso a cometer errores y, con ello ser objeto de desdichas y contratiempos y ser sobrecargado con las consiguientes adversidades, preocupaciones y sufrimientos. El ser ha sido, así pues, liberado de todo su campo de conciencia inacabado, que sólo y únicamente puede acabarse en la zona física. De aquí en adelante su conciencia sólo contiene los campos que han evolucionado hasta tal grado que por medio de ellos puede experimentar y crear luz y alegría tanto para otros como para sí mismo.


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