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Capítulo 23
La muerte es una condición vital para alcanzar la más alta perfección corporal y mental
Como los seres inacabados o no evolucionados no conocen en la zona física despierta su estructura y existencia espiritual, dado que no es directamente accesible para los sentidos físicos y todavía no puede transferirse por medio de la memoria o recuerdo a la conciencia diurna física del ser, en el peor de los casos ha surgido la superstición de que la liberación del organismo físico, que el ser experimenta con dicho proceso de muerte, es una muerte absoluta, es un cese absoluto de la experimentación de la vida y existencia de este ser. Pero como el organismo físico no constituye el verdadero ser, sino que sólo es un instrumento construido temporalmente para el estadio evolutivo transitorio del ser y para cumplir las especiales condiciones de vida de este estadio, el ser, por consiguiente, no muere por el hecho de que pierda el organismo físico, al contrario. Esta liberación del organismo físico es, precisamente, una condición vital para que la evolución o transformación del ser continúe. ¿Cómo podrían los seres transformarse de planta en animal y de animal en el actual hombre terreno, y cómo podrían éstos, a su vez, transformarse de su actual estado inacabado en el estado divino en el que han sido transformados totalmente en «el hombre a imagen de Dios», si simultáneamente no se hubiera creado la posibilidad de que pudieran reemplazar sus organismos físicos? Estos organismos están previstos para poder ser lesionados, para que así los seres puedan recibir los sufrimientos que en virtud de sus errores o modo de ser inacabado tienen necesariamente que experimentar para, de este modo, aprender a evitar los errores y llegar a ser perfectos al cien por cien, tanto en manifestaciones corporales como espirituales, y así experimentar la culminación de la vida en la vivencia de la luz y el bienestar. Como las manifestaciones erróneas de los seres pueden ser tan amplias que sus efectos pueden destrozar totalmente sus organismos físicos, de modo que no puedan en absoluto ser instrumentos para la experimentación y manifestación en la zona física, es, por lo tanto, una gran bendición divina para los seres en cuestión que puedan ser liberados de los desechos de este organismo y cada uno de ellos pueda de nuevo tener la posibilidad de la construcción de un nuevo organismo físico. Como el ser, a lo largo de su época evolutiva física, va creciendo a través de formas de experimentación de la vida y manifestación cada vez más superiores, aquí también es una condición de vida para él que, por cada nueva forma física de experimentación de la vida y manifestación que alcanza, reciba una forma nueva y correspondiente de organismo físico, en virtud de la cual pueda, precisamente, de una manera perfecta experimentar y manifestarse en contacto con las leyes o condiciones especiales para la experimentación de la vida de esta nueva esfera de experimentación y manifestación. No estaría bien que el delicado y altamente evolucionado hombre civilizado y humano de hoy no hubiera sido liberado desde hace tiempo, por medio del reemplazo de organismos o renacimiento, de los organismos de lagarto, de mono y de hombre primitivo del pasado, que en sus épocas evolutivas anteriores eran una condición vital para que viviera y para que, en resumidas cuentas, pudiera alcanzar el estado de manifestación y experimentación de la vida con la relativa alta evolución en que hoy existe. Aquí vemos que el presunto proceso de muerte es un eslabón absolutamente indispensable de la creación divina del «hombre a imagen de Dios». Como una confirmación más de la necesidad de la muerte tenemos también la comúnmente conocida causa de la muerte, a saber, la decrepitud del organismo en la vejez y su consiguiente incapacidad como instrumento para experimentación de la vida y creación física. Como este organismo es un fenómeno creado, tiene necesariamente, al igual que otros fenómenos creados, que estar sujeto al espacio y al tiempo. Así pues, tiene necesariamente que ser perecedero. Con ello constituye el contraste a la más elevada estructura espiritual del ser, cuyo núcleo fundamental nunca ha sido creado y, por consiguiente, no puede estar sujeto al espacio y al tiempo. Esta alta estructura espiritual del ser constituye su yo y supraconciencia. Como esta estructura es eternamente imperecedera y constituye el ser verdaderamente vivo tras el organismo físico, este mismo ser puede, de este modo, sobrevivir a todas las cosas de la dimensión espacial y temporal y, de acuerdo con esto, también a la destrucción de su cuerpo físico.


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