Lee y busca en El Tercer Testamento
   Cap.:  
(1-16) 
 
Búsqueda avanzada
Índice de Pascua   

 

 
Capítulo 9
El redentor del mundo y Judas en el reino de los muertos
En Jerusalén es de noche. En este primer viernes santo, hace mucho tiempo que el sol se ha puesto. Sólo una estrella aislada esparce su débil brillo a través de un claro en las oscuras nubes que todavía se ciernen sobre el Gólgota. Pero el rey coronado de espinas ya no está aquí, su espíritu luminoso lo encontramos en «el vestíbulo» de su reino; lo cual significa una zona que limita directamente con el mundo físico, una esfera por la que todos los vivientes deben pasar en su tránsito de la existencia física a la existencia espiritual, y desde donde todavía, en ciertas condiciones, pueden manifestarse al mundo físico, pueden mostrarse a los supervivientes en el plano material. Aquí, en esta esfera, todos los seres vivos son purificados y, transitoriamente, limpiados y preparados para la sucesiva visita a las esferas o mundos divinos superiores que, todos sin excepción, deben experimentar antes de encarnarse de nuevo en el mundo físico. En este «vestíbulo» divino de «las moradas superiores» – de «la casa del Padre» – encontramos al redentor del mundo muy ocupado en dar explicaciones y ayudar a «los espíritus que estaban en prisión». Muchas almas atormentadas, que aquí en la tierra se habían ahogado en la satisfacción de deseos o vicios destructivos o quebrantadores de la vida, fueron, por medio del gran resplandor de su amor, liberadas transitoriamente y conducidas a la zona del Padre.
      Aquí, en esta esfera de las sombras, se encontraba un joven suicida que estaba enormemente atormentado. Era Judas, uno de los propios discípulos de Jesús que, en un celo y una impaciencia llenos de entusiasmo, había comprendido mal a su maestro. Sí, directamente había ayudado a los enemigos de Jesús a hacerlo prisionero; había, incluso con un beso, traicionado al redentor del mundo. Pero cuando esto había sucedido, y tras haber seguido a cierta distancia la evolución de los acontecimientos y haber visto la actitud de Jesús con respecto a sus verdugos, se le cayó la venda que llevaba sobre los ojos y, por primera vez, «vio» al «redentor del mundo». Sin embargo, «ver» al «redentor del mundo» es lo mismo que ver al «espíritu santo»; y contemplar una visión tan deslumbradora sin estar limpio es peligroso porque la reacción entre las primitivas energías del pensamiento y los elevados rayos cósmicos o energías del amor es demasiado violenta y, en el peor de los casos, puede producir una enfermedad mental allí donde, para el ser respectivo, no se desencadena como suicidio. Lo que ocurrió con Judas fue que, por medio de los rayos divinos del «espíritu santo», vio su propia desnudez espiritual, su imperfección y su baja naturaleza. Al comparar su deplorable estado con el de su antiguo maestro, a cuyo martirio precisamente él había contribuido, Judas tuvo asco de sí mismo llegando, incluso, a odiarse.
      Incapaz de desembarazarse de la horrorosa visión, incapaz de impedir las consecuencias de su traición, incapaz de aliviar los sufrimientos de Jesús causados por su beso traicionero – este beso había rodeado a Jesús con una coraza de gente belicosa y armada, con una coraza de atrocidad y brutalidad –, la única reacción de Judas fue la desesperación. Él, que anteriormente podía nadar a diario en la abundancia del amor y la sabiduría del maestro, había abierto, con su mal paso, un abismo entre sí mismo y su divino protector. Ante el desdén de los sacerdotes y de la multitud, y ante el grosero rechazo por la pendenciera gente armada de su súplica de acercarse a la cruz, maduró su última y terrible decisión en el plano físico. Desesperado por el hecho de que, ni aún a los pies de la cruz, se le permitiese acercarse al único que podía aliviar sus tormentos. Desconsolado por el hecho de que no se le permitiese llorar su arrepentimiento ante su presencia y a sus pies. Exasperado por el hecho de que no se le permitiese implorar ni su perdón ni su bendición; se fue y se suicidó. Sin embargo, su espíritu inmortal fue así – a través del umbral de la muerte – al «vestíbulo» del reino de la luz a donde se había dirigido también el espíritu de Jesús tras la liberación de su cuerpo físico en la cruz.
      Es aquí, en este vestíbulo o esfera donde despiertan todos los seres tras su muerte física; y aquí los encontramos con las mismas tendencias, el mismo tipo de ideas, las mismas sensaciones de sufrimiento o bienestar a las que estaban ligados justo antes de su muerte. Las personas con una conciencia positiva, con un amor relevante hacia sus semejantes y su entorno, despiertan al mismo estado de felicidad. Pero las personas pesimistas, con mala conciencia y con el alma atormentada, despiertan importunadas por dichas realidades en constante actividad. Es aquí, entre los más desdichados, donde encontramos a Judas. Pero su noble arrepentimiento, junto con los tormentos de todos los otros desdichados, va a ser muy pronto observado por el incansable maestro.
      A través de los sombríos tormentos de la conciencia, a través de la lánguida tristeza de la melancolía y el dolor, sin perspectivas de llegar alguna vez a tener paz en su mente, en medio de un desierto de almas desgraciadas, Judas dirige la mirada más allá de este desierto de desesperación. Pero, ¿qué sucede? De pronto su mirada se paraliza. Le parece divisar a lo lejos un pequeño punto luminoso que se aproxima más y más. De pronto toma dimensiones impresionantes, se muestra como una gran aureola que ondea acá y allá. Una sensación maravillosa, como jamás había sentido, le invade. Nota que algo divino, indecible se acerca. Y ahora, como alba clara del sol ascendente, vibran sobre esta noche – la desesperada noche de las almas desgraciadas – las siguientes palabras: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y cargados y yo os aliviaré».
      Judas se queda petrificado. Es la voz de su maestro. ¿Es realmente posible que esa figura brillante en medio de esa aureola resplandeciente sea el artesano de Nazaret, sea ese hombre que en la Tierra había sido considerado como un loco, un fanático, un falso profeta, un rebelde, un violador de la ley, un individuo más digno de la pena de muerte que ladrones y asesinos comunes? ¡Sí! No hay error posible. Los rasgos conocidos resplandecen con inefable claridad. Sí, Judas puede incluso reconocer las manos, esas manos que llevan las marcas de la crucifixión. Y como un rayo surge el recuerdo de su propia participación en el drama. Su mente se ensombrece de nuevo e intenta huir porque la sensación de su propia indignidad le impide estar en la proximidad del maestro. Pero ya es demasiado tarde. El maestro está demasiado próximo. Su amor impide cualquier intento de fuga, cualquier retirada. Al instante siguiente el redentor del mundo está estrechando a su desdichado discípulo contra su pecho y a través del espacio se oye: «Yo he venido a buscar y salvar lo que estaba perdido».


Comentarios pueden mandarse al Martinus-Institut.
Información de errores y faltas y problemas técnicos puede mandarse a webmaster.