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Capítulo 8
Un consejo con respecto a cómo los hombres deben asumir su destino
Mientras la citada parte del gran oficio religioso en la capital de Palestina se manifestaba directamente en el plano físico, y sucesivamente se transformaba en grandes ondas espirituales de luz que se extendieron por la Tierra a través de los siglos, se manifestó simultáneamente, desde el mismo lugar, la última irradiación desde el plano espiritual; se trataba de ondas de luz espirituales que se transformaron en manifestación física, en apariencia física.
      Así hemos sido testigos de que la primera parte de la gran irradiación de luz fue activada gracias a un hombre de apariencia corriente; un hombre que llevaba una vida limpia, que irradiaba sabiduría y amor en todas direcciones, pero que precisamente por eso fue tiranizado por sus semejantes, fue expuesto a tortura, a desprecio, a burlas y mutilaciones horribles, para finalmente ser ejecutado. En otras palabras, en el gran oficio religioso vemos la demostración concentrada de todos los sufrimientos con los que el hombre terrestre lucha en su vida cotidiana o a los que puede ser expuesto, con la única diferencia de que mientras éstos, para dicho individuo, son el resultado de su modo de ser – en parte en su vida actual y en parte en vidas terrenas precedentes – para Jesús no eran ningún resultado de sus vidas precedentes porque en ellas, desde hacía mucho tiempo, ya había alcanzado la perfección. Si Jesús sufrió fue por libre y propia voluntad. Pertenecía a un plano superior. Su reino no era de este mundo. Era un misionero procedente de un mundo superior, de una zona de conciencia más elevada que debía mostrar en la Tierra. Y fue en virtud de esto que pudo conservar su modo de ser divino en medio de sus sufrimientos, en medio de su misma inocencia; fue en virtud de esto que no se entristeció ni se llenó de amargura y odio, que no se volvió melancólico e irreligioso bajo sus sufrimientos, como a veces sucede con el hombre de la Tierra, sino que conservó su amor, su existencia elevada y transfigurada. Fue por todas estas cosas que se transformó en el modelo – o instructor – de cómo el hombre terreno debe acostumbrarse a acoger sus sufrimientos, especialmente porque éste, como ya se ha señalado anteriormente, no puede calificarse de inocente. Aunque esto no cambia, naturalmente, la orientación de la conciencia de dicho ser, ya que precisamente a causa de su ignorancia o estado de conciencia primitivo cree ser inocente. La mayor parte de los hombres terrenos que padecen una enfermedad o que sufren, que viven en la pobreza o que carecen de recursos, no son conscientes de las causas invisibles activadas por ellos mismos y que forman su destino, y por ello no pueden, de ninguna manera, ver su propia culpabilidad. Es precisamente por esto, por lo que Cristo se transforma en un modelo todavía más importante para estas personas. El hecho de que éstas sean culpables no conlleva el hecho de que la imitación de su modo de ser sea menos necesaria.
      De esta manera hemos visto como los hombres, por medio de los primeros grandes rayos que surgen de la cruz del redentor del mundo, han recibido instrucciones sobre el modo en que deben asumir su destino. Hemos visto como el cumplimiento de dichas instrucciones da al individuo fuerza espiritual para asumir este destino, le hace vivir su vida como consumada; crea una relación íntima con la divinidad a la que transforma en un Padre al cual es hermoso el entregarse o «encomendar» su espíritu y, mediante lo cual, todo temor a la muerte desaparece. Hemos visto, pues, como el auténtico o perfecto hijo de Dios vive y muere en la más alta armonía y en el más elevado contacto con el Padre.
      Pero la redención del mundo no estaba terminada con esto. Fue también provechoso indicar o demostrar, que el individuo o ser vivo es algo más que una simple realidad física; que tras el cuerpo físico existe otro cuerpo que está en condiciones de sustentar la conciencia cuando el primero perece; un cuerpo sobrenatural o transfigurado, en el cual el individuo puede resucitar más allá del sepulcro y, desligado de toda materia física, puede revelar su existencia eterna. Por ello vamos de nuevo a dirigir nuestra mirada al haz de rayos del oficio religioso que todo lo abarca.


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