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Capítulo 5
Por qué nos detenemos aquí en el modo de ser y los sufrimientos del redentor del mundo
Dado que la asimilación por la humanidad del modo de ser del redentor del mundo es, como ya he dicho anteriormente, su salvación; los hombres deben ser enseñados, no solamente de un modo teórico sino también, y especialmente, de un modo práctico por lo que respecta a este modo de ser. Pero evidentemente, una enseñanza semejante sólo puede ser manifestada por un ser que ha sido «salvado», o lo que es lo mismo, por un ser con un grado de evolución tal que ha llegado a ser «uno con el Padre», que ha llegado a adquirir conciencia de la vida del universo, de sus divinas leyes infalibles. En definitiva, por un ser con una superioridad tal sobre la materia, sobre el sufrimiento, con una pureza tal con respecto a las fuerzas de la oscuridad, como sólo la conciencia inmortal del espíritu santo puede ofrecer al individuo. La evolución de la humanidad es por ello dirigida o guiada por seres con una conciencia de este tipo. A causa de ello, estos seres nacen en el nivel físico del mundo y se encarnan en la materia terrestre con intervalos de tiempo adecuados. Jesús de Nazaret fue, de entre todos estos seres, el que mostró la conciencia divina o cósmica en el mayor o más extenso despliegue físico-práctico; el que se convirtió en la más luminosa y resplandeciente expresión de ese modo de ser que, incondicionalmente, es «la salvación del mundo». Es a causa de esto que nos detendremos unos momentos junto a él, junto al más luminoso modelo de bondad en la Tierra. Ahora vamos a ver – no con la vista física sino con los ojos del espíritu – a través de dos mil años. Vamos a llamar a escena el acontecimiento del Gólgota, de modo que los detalles decisivos de la mente del redentor del mundo puedan salir a la luz. Queremos, sin tener en cuenta lo que «está escrito», situar las inmortales palabras de Jesús en su sitio justo; a saber, en el centro de la culminación del estado de oscuridad o sufrimiento para el cual dichas palabras debían ser el instrumento de curación y, de este modo, darles su legítimo mérito, su legítimo valor luminoso.
      Del mismo modo que un médico, en tanto en cuanto sólo tenga trato con personas sanas y saludables, no puede alcanzar su total legitimidad o reconocimiento, igualmente el modo de ser del redentor del mundo, su capacidad de perdón y la grandeza de su amor, no pueden alcanzar su razón de ser ni recibir una aceptación total en las situaciones en que solamente lo vemos en su relación con las zonas – en mayor o menor grado – afortunadas, en su relación con sus amigos. La expresión legítima y total de la naturaleza de su conciencia redentora de la humanidad nos es dada solamente en su encuentro con sus enemigos mortales, en su actuación con respecto a sus verdugos, a quienes le traicionan, le calumnian, o se mofan de él. Es sólo en esta situación donde se confirma la grandeza de su espíritu: una grandeza de tal magnitud que nunca podría manifestarse de modo semejante – ni siquiera de forma aproximada – en ningún otro tipo de situaciones. Por consiguiente, la misión del presente libro no es demostrar si las tradiciones bíblicas son correctas o incorrectas; sino realizar un análisis cósmico del efecto absoluto y auténtico del estado de conciencia del redentor del mundo en estas situaciones, y en aquellas que serán mostradas posteriormente. Fieles a este análisis, seguiremos al enviado de Dios a través de la culminación de los sufrimientos en los cuales surgieron esas palabras inmortales, y ese modo de actuar imperecedero que lo convirtieron en un modelo divino, en un ejemplo de como la humanidad puede pasar de un estadio primitivo, es decir, animal, a la auténtica humanidad.


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