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Capítulo 3
La misión de Jesús
Jesús de Nazaret fue ese redentor del mundo que pudo llegar a ser el mayor ejecutor del espíritu santo en un modo de obrar puramente físico. Esto no significa que «la segunda venida de Cristo», que significa posteriores redentores, será de menor profundidad o naturaleza; sino que la misión de Cristo – o la redención del mundo – de la que más adelante en este libro voy a ocuparme, tiene hoy otra misión que en aquel tiempo, en que la antorcha del «espíritu santo» debía encenderse de nuevo en las zonas de la Tierra.
      La redención del mundo por parte del Nazareno consistió, en conjunto, en ser ese modelo según el cual la transformación física del hombre de la Tierra en «dios-hombre» podía realizarse. Esto quiere decir que por medio de dicho ser se mostró cómo cada ser terreno debe habituarse a aceptar su destino, o qué actitud debe tomar ante las futuras situaciones que le van a salir al encuentro y que se presentan bajo los conceptos de «enemistad», «injusticia», «sufrimiento», «dolor» y «adversidad». Y así, por medio de estas realidades, adquirir la evolución suficiente a fin de vencer el terror a la muerte, dominar sobre la vida y, de este modo, resucitar en una transfiguración divina y sobrenatural.
      La misión del citado redentor del mundo no consistió solamente en una enseñanza teórica, sino que al mismo tiempo consistió en demostrar de un modo físico y práctico – con su propia vida, con su propia existencia – este modo de ser y sus resultados tan necesarios para el hombre de la Tierra. Y dado que la adquisición por el hombre terreno de este modo de ser – en su vida práctica cotidiana – es base exclusiva para su transformación de animal en ser humano, para su transformación de una existencia primitiva a una existencia transfigurada, para su paso de la ingenuidad al supremo conocimiento; dicho modo de ser, simultánea y exclusivamente, salva a este hombre de la oscuridad, le libera del sufrimiento, le da acceso a la experiencia de la inmortalidad, y le conduce a ser «uno con el Padre».
      Creer que el modo de ser del Nazareno tenía como fin aplacar a un dios propenso a la ira, dispensar a la humanidad de la responsabilidad de sus «pecados» o «delitos»; creer que la destrucción del cuerpo de Jesús y el derramamiento de su sangre fue un gusto, un placer, y por ello la exigencia indispensable o el deseo de un dios, es una idea que sólo puede surgir de una mentalidad pagana, ingenua o ignorante, dejando aparte el hecho de que, incluso, podría llegar a pensarse en perversión y sadismo. El hecho de que millones de hombres durante cientos de años hayan vivido con la creencia de un dios tal, se debe al poder de sugestión y a la ignorancia con respecto al auténtico análisis de la idea de la redención. Está claro que una idea de este tipo tenía más posibilidades de ser aceptada por una conciencia primitiva y bárbara que la auténtica idea salvadora del mundo: «Vuelve tu espada a su vaina porque quien a hierro mata, a hierro muere», o «Si alguien te abofetea en la mejilla derecha, ponle la otra mejilla». Dicha idea debía parecerles una verdadera estupidez y una verdadera locura a los súbditos o cultivadores de la venganza; y es evidente que la idea citada anteriormente – sobre el dios propenso a la ira y vengativo que debía ser mitigado, por lo menos, con la mutilación, la destrucción o el derramamiento de la sangre de un ser – no constituía un contraste tan grande con respecto al concepto de lógica del hombre primitivo como la idea de amar a aquellos por los que se es perseguido. Antes de que los ojos, la inteligencia, o el buen sentido del mundo comenzasen a aceptar el auténtico dios del Nazareno, el dios del amor, tuvieron que pasar muchos siglos y muchos ríos de sangre tuvieron que correr por el altar de la religión. A través de los siglos, Jesús, el redentor del mundo, tuvo que dejarse crucificar por un paganismo creado y protegido por la superstición de su propia Iglesia; una Iglesia que, en su nombre, se manifestó como «hoguera de herejes», «quema de brujas», «presión religiosa», «dogmas» e «intolerancia». Todas estas cosas tuvieron que suceder antes de que este paganismo pudiese comenzar a degenerar, crear duda y disolverse.


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