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Capítulo 1
Lo que engendró la nostalgia de un redentor
Si dirigimos la mirada dos milenios atrás, nos encontraremos en el siglo anterior al nacimiento de Cristo. La oscuridad se cernía sobre el mundo. La manera fundamental de ser del dios-hombre – que todo lo eclipsa – no era todavía una realidad, sino que existía sólo en las profecías, en las promesas; y era, para la gran masa, una utopía más o menos increíble. El mundo necesitaba pruebas de que la manera de obrar del hombre perfecto podía realmente ser practicada en la Tierra. Tales pruebas eran tanto más necesarias en cuanto una acentuada moral mundial básica y milenaria estaba en creciente degeneración. Esta moral mundial era idéntica a lo que hoy llamamos «paganismo», y su cualidad fundamental se basaba en creer en la venganza, en creer en el dios de la ira, o en dioses que «vengaban», «castigaban» y oprimían. El mayor ideal era «ojo por ojo y diente por diente», o vida por vida. «La venganza», y no «el perdón», era el camino hacia «el reino de los cielos». Éste era «el reino de la bienaventuranza», donde estos «héroes» de la venganza y los individuos caídos en batalla continuaban su «gloriosa» existencia, y cuya culminación eran los goces materiales, los festines con «tocino y vino» y bellas mujeres: las valkirias.*
      Morir de viejo, renunciar a resolver los conflictos por medio de las armas, ser misericordioso o magnánimo con el adversario; todo ello era «debilidad», «cobardía», era el camino del «infierno» o, en todo caso, el camino que conducía a la residencia dispuesta en el más allá para «los débiles» con respecto a esta moral de asesinato, lucha y conquista. Todo lo que hoy es enseñado por los sabios más autorizados, como la luz, los ideales y la más elevada moral, era para el nivel de conciencia del pasado una realidad todavía desconocida; estaba todavía tan en contra de la opinión dominante y de la naturaleza bárbara, que sólo podía ser interpretado como algo contra la naturaleza, algo inmoral y que debía ser combatido, exterminado. La moral de aquellos tiempos era idéntica a lo que hoy, en los grados más elevados de iluminación, designamos como la más profunda «oscuridad».
      Pero como esta oscuridad es idéntica al terreno sin el cual el amor y la humanidad jamás podrán germinar ni ser nutridos, es decir, nunca podrán transformarse en experiencia para ningún ser; y como esta misma oscuridad es una disposición absolutamente indispensable en el plan divino sobre el universo, en mi obra «Livets Bog»** la menciono también como una irradiación del «principio creador divino». Y, como se opone a lo que la comprensión más elevada denomina como luz, la menciono en dicho libro como «la irradiación oscura». Esta oscuridad, esta moral, era como una especie de niebla sobre el horizonte espiritual del mundo y cerraba el paso a todo amor y a toda humanidad verdaderos. Pero como una exclusión de este tipo genera inevitablemente sufrimiento, y éste, a su vez, de modo semejante e inevitable engendra la evolución de los sentimientos; y la evolución de los sentimientos, por su parte, significa evolución del amor y éste se manifiesta en todas las realidades que eran contradictorias a la oscura moral de uso corriente – es decir, a «la debilidad» y a «la inmoralidad» –; esto significa, por consiguiente, que cuanto más se cultivaba la moral oscura, tanto más el individuo se desarrollaba hacia un estado de conciencia de naturaleza contradictoria. En la conciencia del individuo surgió vagamente una naturaleza que, lentamente, engendró duda con respecto a la opinión y moral comunes. El individuo comenzó a perder la fe en tradiciones milenarias. El vengar, el matar, el conquistar y el oprimir, comenzaron a ser incompatibles con la madurez de sus sentimientos. La nostalgia de una moralidad nueva comenzó a brotar aquí y allí, y fue esta nostalgia la que engendró las profecías sobre un futuro redentor, sobre un futuro impulso mundial; en definitiva, sobre un nuevo idealismo. Como nostalgia o deseo son idénticos a una fuerza de atracción que tiende a la realización de la meta del deseo, y como esta fuerza de atracción fue además – en la situación aquí citada – incrementada o estimulada por las profecías, dicha nostalgia o deseo adquirió, paulatinamente, una naturaleza tal que se transformó en base para la creación de la receptividad de una nueva y vasta onda de fuerza espiritual que, precisamente en la citada época, comenzó a irradiar en dirección a la Tierra. Esta onda de fuerza o impulso mundial era idéntica a la concentración de una clase de energía que, en su mayor parte, estaba compuesta de las energías básicas «inteligencia» y «sentimiento». Estas energías estaban entrelazadas de una manera tal que dicha onda surgió como amor y sabiduría allí en donde se manifestó por medio de la conciencia de individuos receptivos. Las energías de este impulso mundial eran el germen del «espíritu santo».
      Es necesario observar que todas las energías espirituales se manifiestan como constituidas por naturaleza eléctrica, y que el cerebro y el sistema nervioso del individuo son una «antena» con respecto a ellas. Sin embargo, la receptividad de la cualidad energética está en relación con el nivel de evolución del sistema de conciencia de dicho ser. Seres con una conciencia de naturaleza tosca e inferior sólo pueden, evidentemente, recibir las correspondientes energías de conciencia y «ondas» primitivas o rudas, dado que sólo tienen un sistema corpóreo de naturaleza primitiva. Como energías de conciencia rudas se sobreentiende pensamientos de venganza o asesinato, avaricia, soberbia, envidia, o todo lo que tiene puntos comunes con «el egoísmo». Los pensamientos u ondas de pensamiento de este tipo no se agrupan bajo el concepto de «espíritu santo», sólo las ondas de conciencia que tienen puntos comunes con todas las formas de altruismo, abnegación, fidelidad, honradez y todo lo que puede expresarse como auténtico amor y auténtica sabiduría, son las que se agrupan bajo esta categoría. Ondas de conciencia de este tipo pudieron comenzar a influir, aunque naturalmente sólo de un modo muy primitivo, sobre los in dividuos de la época anteriormente citada, cuya nostalgia era más acentuada y cuyo sistema corpóreo era más delicado y estaba más avanzado en su evolución. La cantidad de individuos de este tipo era tal que las energías del nuevo impulso mundial pudieron comenzar a hacer su entrada, pudieron comenzar a tener «adeptos». Ellos eran la tierra preparada para la siembra de una nueva semilla. Sólo faltaban «sembradores» de un desarrollo y fuerza tales que pudiesen sembrar «la nueva semilla», la sabiduría y moral absolutas del auténtico nuevo impulso mundial, y que pudiesen comenzar a irradiar «el espíritu santo» – bajo su forma auténtica – en el incipiente «terreno».
      Pero la Providencia, el Creador eterno, no permite que una tierra fértil surja para permanecer en barbecho, para permanecer yerma, para que se transforme en un desierto; del mismo modo que no esparce su divina semilla en tierra, en forma del citado impulso o «espíritu santo», para que de un modo inútil se almacene en cualquier sitio. Del mismo modo que la Providencia había comenzado a preparar en la Tierra el terreno para una nueva semilla mediante «la moral oscura» y sus efectos, ésta debía también indispensablemente poner «sembradores» a su disposición. Estos «sembradores» deberían ser de una naturaleza tal que su sistema corpóreo, sus nervios y su cerebro, deberían poder vibrar en contacto con las ondas del espíritu santo de modo que su conciencia, su forma de manifestarse, sus palabras y su lenguaje deberían poder estar impregnados de la luz radiante, de la claridad, del amor, de la conciencia de inmortalidad y de auténticas experiencias divinas del citado espíritu de Dios. Esa nueva moral mundial no debería ser para esos seres ni una utopía ni una teoría, sino un hecho real y absolutamente visible. Sólo de este modo podrían estos seres recibir la fuerza necesaria para comparecer ante el paganismo, la barbarie, la moral asesina, y ser ejemplos suficientemente evidentes de una nueva forma de vida; ser una expresión total y espectacular de una naturaleza y fuerza grandes y nuevas.
 
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* Notas aclaratorias de la traductora: Alusión a la mitología nórdica. Las valkirias conducían a los guerreros muertos en batalla al Valhala, o paraíso, donde los goces eran de tipo material.
** Notas aclaratorias de la traductora: Martinus ha deseado que el título de su obra capital «Livets Bog», que significa El Libro de la Vida, no se traduzca y que en todos los idiomas se mantenga el nombre original danés.


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