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Índice de El misterio de la oración   

 

 
Capítulo 3
El concepto y la actitud cristiana corriente con respecto a la oración
¿Acaso no ha aprendido el hombre cristiano corriente desde hace mucho tiempo a orar con espíritu altruista? Cristo con su oración «Padre nuestro», ¿no le ha dado un magnífico ejemplo de cómo tiene que ser una oración cósmica perfecta, una oración que sólo puede beneficiar a todos y no perjudicar a nadie? Esta oración, ¿no es por naturaleza colectiva o fomentadora del bien común? El que ora, ¿no se convierte en uno con su entorno o prójimo? ¿En quién piensa si no cuando dice «nuestro» y «nos»? Sí, es verdad que los cristianos han recibido un modelo genial de la oración perfecta, pero este modelo no cubre todo lo que todavía desean o se creen precisados a pedir para ellos de una manera meramente «privada». Todavía no han llegado hasta tal grado a ser uno con la colectividad que sus propias dificultades «privadas» sean secundarias o poco importantes en comparación con las de esta colectividad. Y es en esta lucha y este dolor de su instinto de conservación que agarran la oración como un arma o un medio a través del cual esperan poder impedir de manera milagrosa todos los innumerables fenómenos oscuros que se han amontonado en su destino.
      Pero aquí hay que recordar que el concepto y la actitud cristiana, corriente hasta la fecha, con respecto a los fenómenos oscuros de la vida se basan en la creencia de que éstos son un «castigo» de la Providencia por «pecados» que la persona en cuestión ha cometido. Sienten, así pues, que están frente a una divinidad «encolerizada». Su modo de ver a la Divinidad todavía no ha sido iluminado por la clara luz solar del intelectualismo. Todavía están atados en gran medida al conocimiento rudimentario o todavía sin explicaciones del hombre primitivo sobre la verdadera estructura de la vida misma. Que el presunto origen de los sufrimientos y contratiempos en su destino tenga que ser un ser como ellos, que tenga que vivir según las leyes que rigen en el propio horizonte primitivo de su conciencia diurna es, naturalmente, algo evidente. No conocen, claro está, ninguna forma superior de ejercitación de la vida de la conciencia que la propia, y su estructura se basa en muy alto grado en vengar y castigar, favorecer y acariciar. Les es muy difícil comprender un nivel de conciencia en el que la venganza, el castigo y el favor especial son totalmente imposibles, y lo único que lo domina todo es amor al cien por cien. Que los fenómenos oscuros de su destino sólo pueden, por consiguiente, ser únicamente un «castigo» de una divinidad es, por lo tanto, lo único evidente que pueden aceptar. Sí, esta creencia es tan profunda que no se pudo acabar con ella ni pudo ser eliminada con la vida de Jesús, que, claro está, fue una demostración viva de que una conciencia con un amor así podía verdaderamente existir. ¿No fue él precisamente la revelación de un estado altamente intelectual en el que ni se odiaba ni se castigaba? Sí, en medio de sus sufrimientos en la cruz, ¿no dio directamente la mejilla derecha cuando le pegaron en la izquierda y pidió por sus verdugos: «Padre perdónalos, porque no saben lo que hacen»? ¿No hubo acaso la creencia de que fue aquí donde culminó su misión? ¿No hubo la creencia de que fue aquí que se reveló el estado de conciencia especial propio de la Divinidad? ¿No hubo la creencia de que fue aquí que el redentor del mundo fue el modelo para el futuro hombre perfecto a «imagen y semejanza de Dios»? No, no hubo esta creencia. El concepto de dios primitivo era tan fuerte que todavía tenían que pasar diecinueve siglos antes de que empezase de veras a desaparecer de la vida mental de los hombres. Sí, incluso hoy alrededor del mundo cristiano hay miles de seres empleados por los gobiernos como sacerdotes de esta imagen de Dios para predicar «oración» y «perdón de los pecados».
      Como «perdón de los pecados» sólo puede ser lo mismo que «dispensación del castigo», y «castigo», a su vez, en sentido absoluto sólo puede ser «venganza», y venganza, por su parte, es expresión de «cólera», esta imagen del dios cristiano todavía es, así pues, un «dios encolerizado». Sí, este dios estaba, incluso, tan encolerizado contra la humanidad «pecadora» que, según la misma superstición, sólo podía aplacarse, y los hombres sólo podían ser liberados de su «culpa», con la crucifixión o sufrimiento y muerte de Jesús. Sólo por medio del hecho de que, ante su padre celestial, este ser inocente tomó sobre sí «el castigo» por «los pecados», que todos los hombres habían cometido y sucesivamente iban a cometer, podía satisfacerse el deseo de castigo o sed de «venganza» de esta divinidad para con «los pecadores», los hombres. ¿No se trataba de una divinidad y padre un tanto cruel, pero en cambio de un hijo digno de ser amado? No es tan extraño que esta imagen de dios fuera pasando cada vez más a un segundo plano, y este hijo digno de ser amado pasara a un primer plano, pasara a tener un lugar privilegiado en los pensamientos de los hombres, se le rindiera homenaje y culto como su «salvador», no es tan extraño que cada oración a la Divinidad en su «nombre» tuviera que ser suficiente para quitar todos los obstáculos o sombras oscuras en el camino del cielo. Y, en realidad, así es hoy la estructura del cristianismo de iglesia. Y sólo puede decirse que es una suerte que, de este modo, todo se concentre más en el hijo digno de ser amado que en el padre un tanto extraño. Su ser noble y perfecto y su modo de ser para con sus enemigos y perseguidores no ha podido sustraerse a la atención de los creyentes. Sí, incluso lo han encontrado tan elevado y divino en relación con el suyo que han tenido el sentimiento de que era totalmente impensable que tuvieran que evolucionar, de modo que pudieran hacer suyo un modo de ser así tan elevado. No han comprendido en absoluto que este modo de ser era, precisamente, el modelo de su evolución. Y, debido a esto, el resultado de la redención del mundo sólo podía ser temporalmente «la salvación» por «la gracia» o la «reconciliación» con la Divinidad por medio de Jesucristo. El resultado de la redención del mundo no fue, por consiguiente, llevar a los hombres a intentar desarrollar el modo de ser de Jesús en ellos mismos y, así, de un modo natural y merecido alcanzar una vez el reino de los cielos como un resultado de su propio esfuerzo, sus propias acciones y manifestaciones. No, podían llegar más fácilmente a este alto resultado. Sí, las buenas acciones no significaban directamente nada. «La salvación» o la obtención del «reino de los cielos» sólo podían adjudicarse en virtud de «la gracia» y «el perdón de los pecados». Y la idea de «la gracia» y «el perdón de los pecados» se convirtió en un «sacramento», por medio del cual los pecadores arrepentidos y los seres aterrorizados por «la cólera» divina podían ir a buscar «el perdón de los pecados», quedar libres de la venganza divina, indiferentemente de cuántos seres tenían que seguir estando en medio de sufrimientos o dificultades causadas por su vida «pecaminosa». De este modo ellos mismos podían, en realidad, entrar en la gloria, mientras sus víctimas eran atormentadas por los padecimientos o sufrimientos que se les habían causado. A este sacramento se le dio una ceremonia externa en forma de la llamada «sagrada comunión».*
      Como hemos visto aquí, «el creyente» podía, de este modo, por medio de «la comunión» y con oración hacer desaparecer su mala conciencia, tener paz y tener la sensación de que sus «pecados le habían sido perdonados» y, así, haber alcanzado el favor de la Divinidad. Que esto tenía que llenar la mente del creyente de paz y tranquilidad es muy natural. Pero hay que darse cuenta de que la fe es absolutamente necesaria para alcanzar un resultado así. Pero, si no se puede creer, ¿qué pasa entonces? «La fe» no es un acto de voluntad. Es una facultad que se tiene o no se tiene. Quienes no tienen esta facultad no pueden, por consiguiente, creer, por mucho que lo quieran. La oración también requiere, según la terminología religiosa, que hay que creer para que esta oración sea «escuchada». Los seres que no pueden creer no pueden, por consiguiente, participar en «la gracia». Están condenados a «la cólera» de la Divinidad. Están «perdidos». Pueden estar seguros de una tortura eterna en las llamas del «infierno». «Llanto y crujir de dientes» será su única manifestación en un futuro eterno, en el que «no hay ninguna esperanza». Así de severo es el concepto de la Divinidad del cristianismo de iglesia.
 
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* Notas aclaratorias de la traductora: En la Iglesia Luterana Danesa no existe la confesión como sacramento, los pecados se perdonan con el sacramento de la comunión.


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