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Índice de El misterio de la oración   

 

 
Capítulo 2
La oración tiene sus propias leyes y es una ciencia en sí
¿Puede la oración garantizar la felicidad? Sí, la oración puede llegar a ser tan perfecta que, en relación con el conocimiento cósmico, puede impedir que las oscuras sombras de las penas y las desgracias se ciernan sobre el ámbito del alma del individuo. No de manera que lo hagan inmune al dolor y a los sufrimientos en carne y sangre. Los sufrimientos corporales generalmente no se alteran a pesar de mucha oración. La oración tampoco es una lámpara de Aladín, por medio de la que uno está en condiciones de darles a aquellos que ama una larga vida, o de hacer que los hijos respondan al ideal de salud, moral, inteligencia y posición que es el deseo o sueño más precioso de cada padre y madre normal. Lo que aquí la oración puede hacer es muy poco. En caso contrario la oración sería, claro está, un medio para desorganizar el plan divino con el universo y trabajar contra él. Todos los fenómenos como los nombrados ya están, precisamente, determinados de antemano por el destino. Esto quiere, a su vez, decir que la situación transitoria de los seres en cuestión, ya sea en sentido positivo o negativo, es una necesidad natural para ellos. Es una continuación y una evolución necesaria de su creación de experiencias, una evolución de la que se verían totalmente privados si, por ejemplo, por medio de la oración pudiera impedirse totalmente. Es cierto que sería muy atractivo y agradable si uno por medio de la oración pudiera «salvar» a una madre de morir, abandonando a sus hijos pequeños, y así eliminar las preocupaciones a que una catástrofe así iba a dar lugar, pero si de este modo se le impidiese tanto a esta madre como a sus hijos alcanzar un nivel evolutivo más elevado, sólo puede ser divino que aquí esta oración no «pueda ser escuchada». En la zona física hay muchas posibilidades que pueden mitigar la añoranza que los niños sobrevivientes tienen de su madre, pero no hay ninguna posibilidad en absoluto de poderle dar a la madre lo que perdería si no se le permitiera sufrir la muerte temprana determinada de antemano por el destino. No es un castigo por nada en absoluto, sino una enseñanza necesaria, un enriquecimiento necesario de la conciencia, que, precisamente, sólo podía tener lugar en esta situación. La oración no puede, así pues, usarse para hacer estragos que socavan el plan que la Providencia tiene con cada ser vivo. Si un niño nace con una inteligencia, que se califica de primitiva, no sirve de nada pedir que la inteligencia de este niño se transforme de repente y aparezca como altamente intelectual. La Providencia no puede escuchar una oración así, porque una inteligencia sobresaliente sólo existe como el resultado de experiencias, trabajo y empeño precedentes, y sin estos fenómenos la creación de inteligencia será imposible, porque tendría que haber surgido de «nada», y, como sabemos, «algo» no puede surgir de «nada». El principio que se hace valer, tanto con respecto a la madre que muere prematuramente como con respecto a los niños huérfanos de madre, es exactamente el mismo. La muerte prematura es el resultado de una combinación precedente de materiales de destino a que ella ha dado lugar en la vida actual o en vidas anteriores, y, por consiguiente, es una consecuencia tan natural de ello como natural es que el agua salga de un grifo cuando éste se abre. Pedirle a la Providencia que el agua no salga del grifo, aunque éste se mantenga abierto, sería una forma altamente antinatural de usar la oración, del mismo modo que el hecho de que la Providencia escuchase una oración así también tendría que considerarse como totalmente anormal. Del mismo modo que la muerte prematura es un resultado de causas, que ya se habían provocado previamente y, por lo tanto, tiene que tener lugar, la situación de ser «huérfano de madre» también es el resultado de causas desencadenadas previamente. Pero cuando algo se ha producido, es decir, ha ocurrido, no puede ser algo que no ha ocurrido; la muerte de la madre ha tenido lugar y no puede dejar de haber tenido lugar. Y cuando lo ocurrido no puede ser algo que no ha ocurrido, ¿creen ustedes que con oración puede hacerse que sea algo no ocurrido? No es extraño que muchas personas conciban en gran medida el hecho de orar como totalmente sin valor, dado que han experimentado en la misma medida que su oración no ha sido escuchada, es decir, atendida por la Providencia. ¿Qué es lo que han pedido? ¿No son fenómenos o situaciones que, si la Providencia hubiese hecho posibles, habrían tenido que surgir de «nada», o bien esta Providencia tendría que haber hecho que lo ocurrido no hubiera ocurrido? De la misma manera que es en vano pedirle a la Providencia que el sol salga más temprano o más tarde por la mañana, igual de en vano es pedirle a la Providencia que esta o aquella situación o este o aquel acontecimiento del destino de un familiar, que está igual de determinado por el destino por condiciones originadas previamente como la aparición del sol por encima de un continente por la mañana, se produzca o no se produzca.
      La oración tiene, de este modo, sus propias leyes, su propia estructura, su propio objetivo determinado. El conocimiento sobre la oración es una ciencia en sí. Sin este conocimiento se usará en gran medida la oración en situaciones y campos en que no puede ser en absoluto escuchada por la Providencia y, con lo cual, surge la decepción, la duda y el escepticismo con respecto a la Providencia en la conciencia del que ora. En el peor de los casos se convierte en ateo. Querer usar la oración para algo distinto a aquello para lo que esta oración está calculada puede, de este modo, dar lugar a consecuencias bastante graves. ¿Cómo se puede saber si se usa la oración de la manera correcta o con el fin verdadero? ¿No ha dicho Cristo precisamente que «todo lo que le pidáis al Padre en mi nombre os lo dará»? Aquí la única condición que se ha puesto es que la oración tiene que ser en «nombre de Jesús». Sí, es cierto que está escrito así, pero, ¿no está claro que tiene que sobreentenderse que este «todo» no puede significar todo en un sentido absoluto? Si a una persona se le ocurre pedir de buena fe que la inclinación del eje de la Tierra cambie a favor de un verano perpetuo en nuestra latitud, ¿creen ustedes que esta oración será «escuchada», es decir, será atendida por la Providencia, si es en «nombre de Jesús»? ¿Creen ustedes que con su oración uno puede cambiar la órbita del Sol o de la Luna si en la oración se entrelaza el nombre de Jesús? ¿Qué quiere decir pedir algo en «nombre de Jesús»? ¿No significa que por «el nombre de Jesús» se entiende el espíritu de Jesús? ¿Puede haber otra cosa que, bajo este nombre, tenga interés en relación con la oración? ¿Puede ser el cuerpo físico que desapareció en el sepulcro? ¿No es precisamente «el yo» eterno, que glorificado surgió de la oscuridad del sepulcro y de cuyo rostro surgía centelleando sobre las esferas: «Yo soy la resurrección y la vida, quien cree en mí, aunque hubiere muerto, vivirá»? ¿No creen que sea este es el lado de su naturaleza al que Jesús hace alusión con respecto a que la oración sea escuchada? En esta naturaleza suya era, claro está, uno con la resurrección y la vida, es decir, uno con la falta de egoísmo, uno con la Divinidad, que, a su vez, es lo mismo que ser uno con el amor universal, que en forma del plan, la voluntad y la manifestación de Dios se revela como universo. Este ser que amaba con amor universal o altruista era lo mismo que el espíritu de Jesús o «el algo» que se manifestó con el nombre de Jesús. Pedir algo en «nombre de Jesús» era, por lo tanto, lo mismo que pedir algo en el espíritu de Jesús. Pedir algo en el espíritu de Jesús será, por consiguiente, lo mismo que pedir algo en contacto con el amor universal, es decir, la falta de egoísmo y, por consiguiente, en contacto con la voluntad divina, en contacto con el deseo directo de la Divinidad. ¿Y puede una oración tener un viento más favorable? No es tan extraño que Jesús pudiera prometer que «todos» los que oraran a Dios en contacto con este espíritu o naturaleza altruista «serían escuchados». Porque, ¿cómo podría ser que una oración tan en contacto con el propio deseo de la Divinidad no fuera escuchada?
      Una oración puede, por consiguiente, manifestarse de dos maneras, a saber, en «nombre de Jesús» o del espíritu falto de egoísmo, cuando se dice «Padre, no se haga mi voluntad, sino la tuya», y con el espíritu del egoísmo cuando es el propio deseo lo que uno quiere absolutamente ver cumplido, totalmente independiente del precio o de lo mucho que pueda perjudicar o de los muchos sufrimientos que pueda originar desde un punto de vista colectivo o del inmenso plan divino. En el primer caso la oración es escuchada, en tanto que en el último caso no puede serlo. El mayor problema para el que ora es aprender a orar en «nombre de Jesús», que quiere decir en el espíritu del amor universal, el espíritu en el cual la oración en ningún caso puede dejar de ser una alegría y una bendición para todos y nunca ser una molestia o una desdicha para nadie en absoluto.


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