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Índice de El misterio de la oración   

 

 
Capítulo 17
«Porque tuyo es el reino, el poder y la gloria por todos los siglos. Amén»
Con esto hemos llegado a la novena y última concentración de pensamientos del «Padre nuestro»: «Porque tuyo es el reino, el poder y la gloria por todos los siglos. Amén».
      Con esta concentración de pensamientos la persona que ora se pone total o enteramente bajo la protección de la Divinidad. Mayor devoción y reconocimiento que el que aquí se expresa no puede existir. «El reino» es aquí expresión del universo o cosmos, mientras «el poder» expresa el gobierno de este universo, que, a su vez, es lo mismo que la voluntad de la Divinidad. Con «la gloria» reconoce la persona que ora esta voluntad como la más radiante o más altamente perfecta. En caso contrario no habría ninguna gloria. Sólo la voluntad perfecta o legítima puede ser «gloriosa». Al final del «Padre nuestro» la persona que ora se hace así totalmente una con la Divinidad. Al reconocerlo todo como «el reino de Dios» reconoce así también que «el reino», en el que ella misma es macroser y centro, es decir, su propio organismo, es de la Divinidad, del mismo modo que reconociendo que «el poder» es de la Divinidad, manifiesta, con ello, que su propio despliegue de fuerza o su voluntad, en un sentido absoluto, también es de la Divinidad, y reconociendo que «la gloria» es de la Divinidad se niega a sí misma todo derecho posible a ser el origen legítimo de todo lo grande y perfecto que ella misma haya podido producir. Aquí tenemos, por lo tanto, ante nosotros la más perfecta actitud de conciencia y la mayor revelación de conocimiento sobre nosotros mismos que se pueden revelar en un ser vivo.
      Como ustedes habrán comprendido aquí, el «Padre nuestro» es la oración más grande y más perfecta que, en resumidas cuentas, se puede manifestar, ya que incluye absolutamente todo lo que un ser vivo puede pedir y con seguridad ser escuchado. En ella no hay ningún egoísmo, sino sólo lo absolutamente necesario, no sólo para la persona que ora, sino también para su prójimo. No hay ninguna tendencia en absoluto de deseo de favoritismo o de tener ante sus semejantes o prójimo el favor o la benevolencia especial de la Divinidad. «El Padre nuestro» es así pues suficiente, es decir, cubre totalmente las necesidades de la persona que ora. Pero si, a pesar de esto, uno tiene, sin embargo, otros pensamientos o asuntos que con palabras propias y determinadas quiere de buena gana manifestarle a la Divinidad, no será ingenuo ni contra la naturaleza entrelazarlos en su «Padre nuestro», si simplemente tienen la misma naturaleza no egoísta que éste.
      Entrenarse a orar con «el Padre nuestro» con comprensión total de lo que se encuentra oculto en su texto llevará inevitablemente a que la oración sea escuchada, no sólo en la zona física, sino también en la cósmica, y, por consiguiente, sumergirá con absoluta seguridad la conciencia de la persona que ora en la más alta felicidad: la fusión con la conciencia, el ser y el amor de la Divinidad.


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