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Índice de El misterio de la oración   

 

 
Capítulo 15
«Y no nos dejes caer en la tentación»
Con respecto a la séptima concentración de pensamientos del «Padre nuestro»: «Y no nos dejes caer en la tentación», esta concentración también es en realidad un «asunto del eje» de la conciencia. El investigador cósmico quizá se asombre aquí, dado que pensará que precisamente tiene que ser bueno que a uno «se le deje caer en la tentación», porque esto sólo puede llevar al individuo a hacer las experiencias o a adquirir el conocimiento que necesita para que en el futuro, en los ámbitos especialmente particulares en que «la tentación» se haga presente, ya no se deje «tentar», y esto también es, naturalmente, lógico. Pero la vida cotidiana tiene una estructura mucho más sutil que, precisamente, esta forma, la más tosca, de hacer experiencias.
      Cada individuo tiene una cierta cantidad de conocimiento alcanzado por medio de experiencias ya hechas. Por medio de este conocimiento puede, hasta cierto grado, apreciar la repercusión de situaciones o actos que desea realizar. Si este conocimiento es perfecto, estas repercusiones serán exactamente como el individuo había pensado de antemano y, en este caso, no es decepcionado. Sucede plenamente lo que deseaba. Pero si en el ámbito en cuestión este conocimiento no es perfecto, lo que el individuo había previsto de antemano sobre las repercusiones, será de modo correspondiente imperfecto, y dichas repercusiones se mostrarán como totalmente distintas a la imagen perfecta o al cumplimiento del objetivo que el ser se había imaginado antes; sí, a veces sucede exactamente lo contrario y, en el peor de los casos, puede convertirse en una catástrofe para este ser. En tal caso, esta catástrofe le da entonces al ser la ventaja de que ahora puede formarse la imagen perfecta de la situación, por medio de la cual puede prevenirse contra una repetición.
      Si el ser no tuviera conocimiento suficiente para evitar esta catástrofe y tampoco tuviera la facultad de recibir el conocimiento que le falta de otros seres, la catástrofe o desgracia sería el absolutamente único camino para avanzar en la evolución. Aquí este hacer experiencias no es, en sentido cósmico, un «mal», sino un «bien», aunque un «bien desagradable». Y no es para dispensar de esto que la séptima oración del «Padre nuestro» se le ha dado a la humanidad terrena, que, claro está, se encuentra en un grado especial en el estadio de hacer grandes y toscas experiencias. En ese caso esta oración sería lo mismo que pedir que la propia evolución se detuviese. Que esta oración divina no tiene que expresar un cese así de la evolución y, por consiguiente, de la vida, es naturalmente obvio.
      Pero no es necesario que la catástrofe antes mencionada se deba siempre a falta de experiencia, al contrario, a veces puede suceder que un ser sea afectado por una catástrofe que, en realidad, podía muy bien haber evitado si simplemente hubiera reflexionado. ¿Qué quiere decir «hubiera reflexionado»? «reflexionar» es lo mismo que recordar todas las informaciones que se conocen con respecto a un problema determinado. Esta movilización de recuerdos o informaciones es, a su vez, lo mismo que una «concentración», del mismo modo que las informaciones o recuerdos movilizados son lo mismo que «conocimiento». Esta movilización de recuerdos es la base de todo lo que se denomina investigación, estudio y enseñanza. «El conocimiento» obtenido de esto constituye, así pues, un fenómeno que puede poner al individuo en condiciones de utilizar todo su material de experiencias a favor de la creación de un conocimiento perfecto de las repercusiones de las situaciones y actos que desea manifestar. Todas las escuelas, universidades y centros de enseñanza se fundan en el perfeccionamiento de este conocimiento. Lo que sucede es que no son solamente las propias experiencias o recuerdos lo que uno puede adjudicarse y usar en la movilización, uno también puede adjudicarse las experiencias de otros, cuando simplemente están más o menos emparentadas con las experiencias que uno ha hecho de una manera real. Por medio de libros, conferencias y demás enseñanza tenemos acceso a una movilización de experiencias ajenas de este tipo. Esta movilización de experiencias o concentración de conocimiento tiene, por consiguiente, el valor de que puede liberar al ser de la repetición de experiencias toscas y dolorosas en un ámbito determinado.
      Pero si el ser no se sirve por anticipado de este conocimiento, si no moviliza un ámbito suficiente de informaciones o no «reflexiona suficientemente» sobre la especial situación, que desea manifestar o crear, entonces, claro está, provocará en grado correspondiente las mismas molestias para sí mismo que las que provocaría si no tuviera ningún conocimiento en el ámbito en cuestión. «No reflexionar lo suficiente» o, de otra manera, dejar de movilizar conocimiento antes de un acto, que uno desea manifestar, da lugar a decepciones y sufrimientos. Este «reflexionar» por anticipado o movilizar conocimiento sobre las repercusiones de un acto, que se desea efectuar, lo protege a uno contra sorpresas o experiencias desagradables, y las experiencias amargas sólo pueden tener lugar donde uno mismo no tiene tantas experiencias que le puedan dar el conocimiento necesario y, simultáneamente, tampoco tiene la facultad de poder comprender las experiencias de otros en este ámbito particular.
      Pero cuando esta movilización de conocimiento o información es, de este modo, preventiva contra los sufrimientos, sería, claro está, totalmente ilógico no usarla. Entonces, ¿por qué no se sirven todos de los conocimientos que, en realidad, tienen o a los que pueden tener acceso por medio de la movilización de otros: libros, enseñanza y asesoramiento u otras cosas? Sí, una de las razones principales de esto puede ser, simplemente, una cierta pereza mental. Se carece de las ganas de concentrarse o buscar asesoramiento o enseñanza. Pero como esto, sin embargo, no siempre le impide al ser querer realizar algún acto especial, entonces refuerza su deficiente concentración de conocimiento con el vano pensamiento o la infundada idea de que «seguramente irá bien».
      Que un acto o una manifestación tiene que tener un desarrollo y una repercusión menos favorable para la persona de quien procede cuando se realiza a la buena ventura sin ninguna clase de planificación, que cuando se realiza por una voluntad manifestada de una manera lógica y sistemática, que da lugar a un desarrollo favorable, es, por supuesto, natural. Que este desarrollo menos favorable será más penoso para el sujeto en el caso en que no se deba a falta de experiencia, sino que, al contrario, sólo se deba a que se ha omitido la movilización o agrupación de la concentración de conocimiento, con que el individuo de antemano podría haberse prevenido, que en el caso en que la desgracia se deba a la falta total de experiencias en el ámbito en cuestión, es, evidentemente, igual de natural. En el primer caso el ser tiene remordimientos de conciencia en forma de «enojo», y cuanto mayor sea la catástrofe o desfavorables las repercusiones mayor será este remordimiento de conciencia o el sufrimiento mental. El ser ya no sigue teniendo el contacto con su experimentación de la vida que, precisamente debería tener. Así pues, aquí también experimenta un desplazamiento anormal de la «inclinación» normal de su «eje» mental.
      Hay, por consiguiente, razones suficientes para que el ser preste atención con respecto a la movilización de sus experiencias, en parte por medio de la concentración de las propias vivencias, y en parte por medio del estudio y de la enseñanza para adquirir conocimiento por medio de las experiencias de otros allí donde las experiencias propias no son suficientes. Omitir esto es una negligencia, que, por consiguiente, puede tener las más graves consecuencias para el ser.
      La causa de esta negligencia puede ser, como hemos indicado anteriormente, pereza mental. Como las ganas o el deseo de realizar un acto o una manifestación no se debilita por esta pereza, uno «tiene la tentación» de ignorar la movilización de pensamientos o el enriquecimiento de conocimiento necesario para que el acto se pueda llevar a cabo perfectamente, y refuerza esta «tentación» con toda clase de «excusas» engañosas y sin fundamento o poco serias, con las que uno tranquiliza su conciencia por este «dejarlo correr».
      Es una situación así en la que nos encontramos cuando una persona realiza, por ejemplo, un número mortal sumamente arriesgado o peligroso en un circo. Para que un número mortal así pueda verdaderamente responder a su nombre tiene que realizarse a fuerza de que se omitan todas las medidas de seguridad que, si no, harían el número «no peligroso» y, con ello, sin ningún valor como atracción. Como estas medidas se ignoran aquí, el artista que tiene que realizar el número mortal no tiene ninguna garantía en absoluto de que salga bien parado de su experimento. A pesar de que conoce el riesgo y, por lo tanto, no carece de conocimiento ni de experiencias sobre la presencia del peligro «lo deja correr» y espera de todo corazón que «vaya bien».
      Pero no es sólo en el circo que se dan tales «números mortales». En la vida cotidiana del hombre terreno tienen lugar parecidos descuidos o ignorancia de las experiencias ya adquiridas en un grado mucho más amplio de lo que uno generalmente se piensa. ¿No se han cometido precisamente gran número de delitos en virtud de este descuido de experiencias? ¿No se basa en gran medida la ejecución de muchos de estos «números» claramente «mortales», descuidando o ignorando experiencias adquiridas sobre penas de muerte, presidios, policía armada, alarmas secretas, perros guardianes, etc., en la actitud mental de que «seguramente todo irá bien»?¿ No han tenido muchas declaraciones de guerra lugar sobre la misma base? ¿Qué opinan de la usual dosis cotidiana de mentira que se saca a la luz para fomentar la antipatía, persecución y socavación? ¿No creen que en un montón de casos se lanza a pesar del conocimiento del riesgo y así mismo esperando que «vaya bien»? Con respecto a mentir, ¿no nos encontramos en un campo en que ignorar los conocimientos adquiridos sobre el riesgo se ha convertido directamente en función automática y se muestra como lo que llamamos «irreflexión»? Cuando una persona actúa «sin reflexionar» esto no significa siempre que el ser no tenga ningún pensamiento y, por consiguiente, ningún conocimiento en el ámbito en cuestión, sino, al contrario, que no concentra estos pensamientos con su voluntad. Tras ésta sólo hay, por lo tanto, «irreflexión». En tales situaciones el ser miente sin sacar de ninguna manera provecho de los conocimientos o experiencias que, en realidad, tiene por lo que respecta al riesgo en el ámbito en cuestión. «Dejarlo correr» se ha convertido aquí en función automática (hábito). No piensa ni un solo momento en el riesgo de un eventual descubrimiento y el consiguiente comprometerse, aunque en lo más profundo de su conciencia tiene una profusión de experiencias o conocimientos, con los cuales, si los hubiera movilizado (reflexionado), fácilmente habría podido advertirse a sí mismo.
      Hay, así pues, un campo muy grande de la vida cotidiana del ser, en el que se ignora el hecho de movilizar conocimientos con la voluntad, y el ser «corre el riesgo», y sólo en este ámbito puede hablarse del fenómeno que llamamos «tentación». En los ámbitos en que el ser no tiene ningún conocimiento o no puede adquirirlo no puede de ninguna manera «ser tentado». Aquí sólo hay un único camino hacia delante, a saber, el camino de las experiencias verdaderas. No tiene conocimiento para comprender las advertencias y, por consiguiente, no está en condiciones de creer en ellas, y en su propio conocimiento no hay absolutamente nada que pueda permitirle presentir o comprender el peligro. Aquí la vida misma tiene que hablar. Ninguna otra cosa puede aquí influir sobre el individuo. Algo distinto sucede en las situaciones en que tiene abundancia de conocimientos, tanto para comprender las advertencias de otros como para poderse formar una opinión sobre el riesgo o las fuentes de peligro de los actos especiales que desea ejecutar o manifestar. Sólo aquí se puede hablar de «tentación».
      «Tentación» es, por consiguiente, lo mismo que ser inducido a ignorar a sabiendas fuentes de peligro en relación con tal o cual manifestación o acto que se desea ejecutar. ¿Y cómo surge una situación así, en la que uno es empujado o «tentado» a ignorar todas las advertencias naturales? Pues surge, como ya hemos dicho, como una consecuencia de una cierta invalidez o debilitación de energía, que, a su vez, hace que no se tengan ganas de poner en marcha la movilización necesaria, en el momento dado, del conocimiento adquirido por medio de experiencias precedentes. Entonces se obtendrán ciertas ventajas mentales sin cumplir las medidas de seguridad especialmente fundadas para obtenerlas. Se obtendrá el cumplimiento de un deseo sin cumplir en absoluto las leyes que son naturales para alcanzar de una manera segura y perfecta o sin peligros este cumplimiento. A esta actitud mental la conocemos con el concepto un tanto engañoso de «temeridad».
      Como una «temeridad» basada en falta de luces, que, a su vez, quiere decir desconocimiento del peligro en la situación en cuestión, en sentido absoluto no puede ser «temeridad» ni «valor» (está claro que no se puede hablar de «temeridad» o de «valor» donde no se presiente ningún peligro), el concepto no puede reflejar la temeridad o el valor del falto de luces. Cuando se habla de «temeridad» o «valor» en este sentido, esto sólo puede expresar una situación en la que el individuo conoce el peligro, pero sin embargo actúa en mayor o menor grado como actuaría en la misma situación «el falto de luces», que no conoce el peligro. «Temeridad» significa, por consiguiente, la situación en que «el inteligente» se deja llevar o «tentar» a actuar como el falto de luces. Que esto no puede ser una manera perfecta de transformar y utilizar las experiencias o conocimientos ya adquiridos y, por consiguiente, tiene que suponer un riesgo innecesario para el individuo, se muestra aquí como un hecho evidente. Que esta «tentación» pueda además estimularse por medio de las persuasiones para que se actúe y de las explicaciones sin fundamento de los momentos de peligro, más o menos sugestionadoras, de otros seres no mejora el asunto. Tales semejantes son, así pues, «tentadores» o colaboradores de nuestra propia «tentación» llevada a cabo por nosotros mismos. Por esto no es tan extraño que en la oración cósmica u oración del «Padre nuestro» se busque ayudar en una situación así al que ora. «Y no nos dejes caer en la tentación» no es, de este modo, una oración para ser liberado de efectos amargos de nuestro modo de actuar donde somos tan inexpertos que ni siquiera podemos recibir conocimiento, asesoramiento o enseñanza, y estas experiencias amargas son el absolutamente único camino al conocimiento. Que en este caso esta oración detendría toda la evolución y, por consiguiente, la experimentación de vida, si la naturaleza no hubiese, precisamente, hecho totalmente imposible su cumplimiento, es de esta manera evidente aquí. Pedir que no se nos «deje caer en la tentación» es simplemente lo mismo que pedir fuerza y energía para resistir a la fuerza que detiene la movilización de conocimientos y experiencias y que tiene lugar en parte en forma de la tendencia o «tentación», surgida a causa de un deseo muy fuerte, de ignorar las situaciones de peligro que el cumplimiento de este deseo supone, y en parte en forma de persuasiones (tentaciones) sugestionadoras de semejantes y del medio que refuerzan la propia ignorancia del peligro por el individuo. Mantenerse libre de «la tentación» es lo mismo que mantener su material de experiencias en un alto estado de alerta, de modo que nuestro conocimiento o luz mental pueda brillar y centellear con toda su fuerza tras cada tipo de voluntad y manifestación que es nuestra intención mostrar. Y no es acaso para favorecer este alto estado de alerta que las palabras de la Biblia dicen de una manera tan exhortante: «Velad y orad para no caer en la tentación. El espíritu, en verdad, está pronto, más la carne es débil».


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