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Índice de El misterio de la oración   

 

 
Capítulo 14
«Y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores»
A continuación tenemos la sexta concentración de pensamientos del «Padre nuestro» que dice: «Y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores». Al investigador espiritual moderno esta concentración de pensamientos del «Padre nuestro» quizá le pueda parecer un poco superficial o sin sentido. Como el estudio del plan divino del universo o vida nos muestra que «todo es muy bueno», y que, en realidad, nadie puede sufrir injusticia ni hacer injusticia, entonces nadie puede llegar a la situación en que se pueda hablar de la culpa de alguien, es decir, de un «pecado» o una «injusticia» cometidos contra alguien, por los que, por consiguiente, se tiene en sentido absoluto la obligación de pedir perdón. Pero como quien aconseja esta concentración de pensamientos, como una parte de la petición del que ora, es un ser cósmico, no hay ninguna base lógica para suponer que dicha concentración de pensamientos sea una ilusión o un producto de la superstición. Por consiguiente, tiene que haber una razón totalmente lógica para aconsejar la presencia de esta oración en el «Padre nuestro». ¿Qué verdad cósmica o realidad absoluta puede entonces ocultarse en esta configuración de palabras exteriorizada aparentemente de una forma incorrecta? Lo que sucede, ¿no es acaso que esta oración tiene que remediar un «arrepentimiento» o «conciencia de culpabilidad»? Un «arrepentimiento» o «conciencia de culpabilidad» así, ¿no es, en el peor de los casos, precisamente uno de los más grandes sufrimientos mentales de que puede ser objeto un hombre terreno? ¿No es esto lo que, en forma de «mala conciencia» atormenta al moribundo en el lecho de muerte, le da una muerte penosa y crea «purgatorio» para él tras la muerte? Esta «mala conciencia», ¿no puede también crear un estado desdichado en otras muchas de las diversas facetas de la vida, tales como matrimonio, amistad, relación con jefes, subordinados e iguales? Sí, dicho brevemente, ¿no es algo destructivo en todas las relaciones, por lo demás felices y armoniosas, del individuo con su prójimo, si no se manifiesta en forma de conciencia de culpabilidad y petición de perdón a la persona conveniente? El moderno investigador espiritual, ¿es una excepción de esto? Con su conocimiento altamente teórico, ¿puede hacerse totalmente inmune o puede su mente quedar totalmente indiferente ante cualquier molestia o desgracia que eventualmente le haya causado a su prójimo? ¿Puede arrogantemente tranquilizarse a sí mismo con que este incidente, molestia o desgracia era «el propio destino» de este prójimo, es decir, era un resultado del cual este prójimo era originariamente la primera causa desencadenante y, por lo tanto, de su parte no puede haber ninguna exigencia en absoluto de nada que se parezca a una disculpa? En tal caso, la investigación del espíritu todavía no se ha convertido en absoluto en ningún problema serio para este investigador espiritual, sino que al contrario sólo es un pasatiempo agradable, en forma de tema predilecto con el cual busca encubrir para sí mismo y otros su todavía muy destacada falta de amor al prójimo. La falta de amor al prójimo, que se revela en una actitud así ante actos no correctos contra su prójimo, revela precisamente el primitivismo de quien los origina como formando parte de un estadio evolutivo que está muy por debajo del estadio de los nobles creyentes e incrédulos corrientes. Todos estos seres, ¿no se sentirían más o menos desdichados en las situaciones de este tipo en que le causasen a otro ser grandes desgracias o sufrimientos? ¿Supondría alguna ulterior diferencia que conscientemente no hubieran proyectado esta desgracia para su prójimo, sino que se la hubieran causado totalmente sin querer? ¿No se tienen ejemplos de automovilistas y conductores de otros medios de transporte que directamente han tenido crisis nerviosas en situaciones en que con sus medios de transporte han mutilado o matado a otras personas, aunque la culpa del accidente sea totalmente de los accidentados? No, no crean sobre todo que la sexta concentración del «Padre nuestro» se pueda convertir tan fácilmente en innecesaria. De este modo vemos aquí que, incluso en situaciones en que el interesado, de una manera físicamente manifiesta, no tenga ninguna culpa en absoluto, esto no puede ser suficiente para impedir que el ser, que por naturaleza es afectuoso o que tiene tendencia a amar a su prójimo, sufra una crisis nerviosa de mayor o menor importancia o sienta un dolor por el hecho de haber sido el instrumento desencadenante que ha causado la desgracia al prójimo.
      Pero cuando ni siquiera esta inocencia tan clara puede tranquilizar al ser con un amor exiguo al prójimo, ¿cómo creen entonces que ver la manifiesta inocencia tendría que tranquilizar al ser con un amor al prójimo todavía mucho más destacado?
      No, el asunto es, en realidad, que el problema, en su más profundo análisis cósmico, no trata de culpa o inocencia, sino que al contrario trata de un contacto con el estado de salud o nivel de amor al prójimo del propio ente. Este nivel constituye el ámbito de lo que uno tiene corazón de hacer contra su prójimo. Este nivel es muy individual. Algunos seres tienen corazón para causarles a otros seres graves sufrimientos mentales y corporales, mientras que otros no tienen corazón en absoluto para permitirse un comportamiento así hacia su prójimo. Sí, ¿no hay, precisamente seres que antes prefieren sufrir ellos mismos que causarles a otros seres los más mínimos sufrimientos?
      Los seres pertenecen, así pues, a diversos grados, más o menos altos o bajos, de niveles de amor al prójimo. Pero común para todos los seres es que si un ser le causa a su prójimo un daño o sufrimiento, que está por debajo de su nivel especial de amor o de lo que normalmente tendría corazón para causarle de desagradable o de sufrimiento, este ser entra en colisión con su nivel de conciencia normal o verdadero. Como este nivel de conciencia es, a su vez, lo mismo que su estado mental general de salud, con el mencionado acto este daño entra en colisión con su estado mental general de salud. Enferma mentalmente. A una enfermedad así la llamamos «remordimientos de conciencia».
      Remordimientos de conciencia son, así pues, lo mismo que una sensación de «arrepentimiento» y «contrición» con respecto a la molestia o sufrimiento que se ha causado al prójimo. Uno siente que su modo de actuar es un «pecado» o «injusticia» que ha cometido contra la persona en cuestión. Este sentimiento no puede transformarse por medio de ningún reconocimiento, explicación o convencimiento de que uno es inocente. Sólo el ser con muy poco amor o muy poco arrepentido puede afirmar que es «inocente» por medio de los análisis cósmicos o el reconocimiento de que cada ser es, en realidad, el primer desencadenante, la primera causa o fuente de su propio destino. El ser muy amoroso y, por consiguiente, muy «arrepentido», no puede tranquilizarse a sí mismo con este simple reconocimiento de inocencia cósmica.
      Dado que, de este modo, los remordimientos de conciencia, como aquí hemos indicado, están presentes tanto en el ser amoroso, incluso en situaciones en que el que los siente de una manera evidente físicamente no tiene ninguna culpa, como en el ser cósmicamente consciente para quien hace tiempo que se ha convertido en conocimiento real que nadie puede sufrir o dar lugar a injusticia, se convierte en un hecho que su aparición no se debe únicamente a arrepentimiento o sensación de culpa, sino que esto, al contrario, tiene que expresar otro fenómeno mental, normal, fundamental totalmente independiente de una culpa o una inocencia absoluta. A este fenómeno lo denominaré aquí «el eje de la conciencia» del individuo. Como este «eje», es decir, la armonía normal del estadio evolutivo del individuo en cuestión, fruto de la interacción entre las propias energías de su conciencia y las energías de su entorno, de los otros seres y, por consiguiente, del «prójimo», es el fundamento de su estado de salud general mental o anímica, este estado de salud será, naturalmente, perturbado en el mismo grado en que este «eje» pierda su equilibrio. Hay, por lo tanto, que comprender que dicho «eje» tiene una determinada «inclinación», por medio de la cual mantiene la conciencia del ser en contacto con la estructura mental, que constituye el fundamento de las más altas leyes y el más alto gobierno (la conciencia de Dios), y que es el adecuado para su bien general, del mismo modo que la inclinación del eje de la Tierra lleva consigo un contacto con el sol, necesario para el bienestar transitorio de la Tierra ( la evolución y la creación normal de experiencias de sus habitantes). Esta «inclinación» normal del «eje» mental del individuo es, así pues, su actitud normal con respecto a su especial estadio evolutivo transitorio, actitud que, por su parte, significa que está satisfecho con los fenómenos particularmente especiales de dicho estadio. Con otras palabras: «la inclinación» normal del «eje» mental es lo mismo que la forma de manifestación o despliegue de conciencia que es el más alto ideal de su estadio. Este ideal es, así pues, el máximo punto de equilibrio mental del individuo o la norma para su querer y poder. En este punto de equilibrio tenemos, de este modo, el nivel de amor antes mencionado del ser o el dominio de lo que «tiene corazón» para hacerle a su entorno, a otros seres y a cosas. Esta «inclinación del eje» mental es muy distinta en los diversos seres vivos. El equilibrio entre la mentalidad de la fiera y la del entorno manifiesta un punto de armonía distinto al equilibrio entre la mentalidad del animal herbívoro y la del entorno, del mismo modo que «la inclinación del eje» de la conciencia o el equilibrio entre, por ejemplo, la mentalidad de un cazador de cabezas y la de su prójimo es muy distinta al punto de armonía entre la conciencia del redentor del mundo y la del prójimo. Pero sabemos que el nivel especial de los seres, por distinto que se muestre con respecto a lo que «tienen corazón» para hacerle al prójimo, muestra, sin embargo, por lo que se refiere a cada uno de ellos la más alta normalidad transitoria. Que no sigue mostrándola, sino que avanza hacia una moralidad o nivel de amor cada vez más altos, sólo es lo que ya conocemos como «evolución».
      Evolución sólo es, así pues, una alteración normal de «la inclinación del eje» mental, un desplazamiento normal de la relación entre el ser y la Divinidad. De esta manera, con «la inclinación» de su «eje» mental, todos los seres vivos están enraizados psíquica y orgánicamente en una determinada relación con la conciencia de Dios (el entorno y el prójimo), exactamente igual que la relación mutua de los planetas y de sus órbitas en el espacio está supeditada al equilibrio de la interacción entre su recíproca irradiación de energía en el espacio infinito. Este equilibrio se manifiesta, por consiguiente, en «la inclinación de su eje». «La inclinación del eje» de los planetas también experimenta un desplazamiento normal. Los polos cambian de lugar. Cuando este desplazamiento tiene lugar de una manera normal, no hay ninguna perturbación del bienestar general de la vida del planeta. Pero si sucede que el planeta se acerca demasiado a otro cuerpo celeste, «la inclinación» normal de su «eje» será perturbada por la fuerza de atracción del planeta extraño, e inmensas molestias con terremotos, ciclones e inundaciones les sobrevendrán a sus seres vivos. Sí, en el peor de los casos el planeta mismo se haría totalmente añicos, se quemaría y, de este modo, desaparecería de la zona física.
      Pero de la misma manera que hay desplazamientos no naturales del eje para los planetas, también hay «desplazamientos» no naturales del «eje» para los otros seres vivos existentes, por ejemplo, para el hombre terreno.
      Mientras con «el desplazamiento» natural o normal del «eje» (evolución normal) no tiene lugar ninguna perturbación del bienestar general del individuo, «el desplazamiento» no natural del «eje» creará, al contrario, perturbaciones del bienestar general, que en el peor de los casos pueden convertirse en una catástrofe física mortal para los seres en cuestión. Este desplazamiento no natural de «la inclinación del eje» se debe siempre, al igual que sucede con los planetas, a la fuerte influencia de fuerzas del entorno. Esta fuerte influencia de fuera hace que la estabilización de «la inclinación del eje», necesaria para el actual bienestar general del ser, repentinamente se desplace, tras lo cual las fuerzas extrañas, conforme a su superioridad, dominan la conciencia del ser y la llevan hacia una catástrofe o mutilación. La entrada en función de estas fuerzas es lo que notamos en forma de «remordimientos de conciencia», «arrepentimiento» o «conciencia de culpabilidad». Pero el desplazamiento de «la inclinación» normal «del eje» por estas fuerzas es también la base de la enfermedad mental, la debilidad mental o, dicho brevemente, de todas las anormalidades mentales.
      Por lo que respecta a los remordimientos de conciencia o conciencia de culpabilidad, lo único que sucede es que el individuo ha descubierto su desplazamiento mental, anormal.
      Todos tenemos, así pues, una «inclinación» especial y determinada del «eje» mental, que condiciona una relación de equilibrio mental o una armonía entre nosotros mismos y nuestro entorno a nivel de conciencia. Si, por ejemplo, le causamos a nuestro prójimo una mayor o menor mutilación o molestia, que nos da remordimientos de conciencia o arrepentimiento, esto quiere decir que hemos llevado a cabo una acción que abre para la afluencia de energías extrañas a nuestra conciencia. Que esta afluencia de energías extrañas lleva rápidamente «la inclinación» normal de nuestro «eje» mental (la sensación normal que tenemos de una buena relación con el entorno o prójimo) a desplazarse, se da naturalmente por descontado. Cuanto más se desplaza esta «inclinación del eje», más nos alejamos de la sensación de gozar de la normalidad, que sólo puede ser la culminación de la máxima salud de nuestro normal bienestar mental, que, a su vez, es lo mismo que la alegría natural de vivir.
      La alegría de vivir, es decir, el verdadero sentimiento de felicidad adaptado a su estadio evolutivo transitorio (el bienestar correspondiente al estadio), es, de este modo, una función mental, orgánica. Es el fruto o efecto de una interacción armoniosa, adaptada precisamente a esta forma de experimentación, entre las fuerzas de la conciencia del individuo y el despliegue general de la naturaleza y de los semejantes (el despliegue de la conciencia de Dios).
      Todo lo que se conoce como «remordimientos de conciencia» es sinónimo del paso no controlado de energías extrañas por el ámbito de la conciencia del individuo y, con su avance incontrolado, desplaza el punto de equilibrio para la interacción armoniosa entre las energías propias del individuo y del entorno, que condiciona exclusivamente el normal bienestar mental. Esta entrada incontrolada de energías extrañas crea otro punto de equilibrio en el intercambio de energías en el ámbito de la conciencia del ser en cuestión. Así surge un conflicto entre la voluntad del individuo y la de lo que éste desencadena. San Pablo dice de una situación de este tipo que: «Por cuanto no hago el bien que quiero, antes más bien el mal que no quiero». «El bien», que san Pablo quería, expresa, así pues, el punto ordinario de equilibrio de la interacción entre el despliegue de energía propio y el del entorno, y por consiguiente también el del prójimo. Designa, de este modo, «la inclinación» normal de su «eje» mental. «El mal», que no quería hacer, pero que sin embargo hizo, nos muestra así el desplazamiento de «la inclinación de su eje» hacia un punto de equilibrio o una estabilización de las energías de su conciencia muy en contra de su voluntad y, por consiguiente, de su normal alegría de vivir o sentimiento de felicidad. Cuando el ser, como san Pablo, descubre que el equilibrio o punto de gravedad de la totalidad de la función de sus energías o de la interacción entre sus propias energías y las del entorno se muestra con manifestaciones que divergen de lo que, en realidad, se tiene por ser lo legítimo, lo normal, lo natural o más amoroso, está claro que este descubrimiento sólo puede dar lugar a «sensación de culpabilidad» o «arrepentimiento» independientemente de que de una manera puramente práctica se pueda documentar que él mismo no tiene ninguna culpa de lo cometido.
      Como los lectores han visto aquí, que sea inocente no significa que «la inclinación» mental de su «eje» no esté desplazada y que no haya sido el instrumento desencadenante del despliegue de fuerzas, cuya voluntad está en contra de desencadenar. Como el desplazamiento de «la inclinación del eje» significa desarmonía en su relación con la vida, con su entorno o prójimo, que es lo mismo que su relación con la conciencia de Dios, sólo estará, naturalmente, de acuerdo con el nivel o estadio normal del ser subsanar esta desarmonía y así tener de nuevo armonía en el ámbito de la propia conciencia.
      Cuando el individuo en su tormento les pide perdón a los seres, ante los que se siente culpable, por lo que ha hecho contra ellos o lo que ha dejado de hacer, clama a la Divinidad pidiéndole perdón por su «pecado» o «culpa», esto sólo quiere decir, en realidad, que con este clamor, consciente o no, le pide a la Divinidad ayuda para que «la inclinación de su eje» mental vuelva a su lugar natural, y así se pueda restablecer su relación natural con el entorno y el prójimo y, por consiguiente, con la Divinidad.
      Según su análisis más profundo el problema no es así pues, como ya hemos indicado, un asunto de culpa o inocencia, sino de detener un desplazamiento no natural de «la inclinación» normal del «eje» mental del individuo por fuerzas no controladas y llevarlo de nuevo a su lugar natural y, así, restablecer la armonía normal del estadio evolutivo del ser entre él mismo y su entorno.
      Que el problema con respecto a «nuestros deudores» es el mismo, y que aquí también se trata más bien de un «asunto de inclinación del eje» mental que de un asunto de «culpa» e «inocencia» se da naturalmente por descontado.
      La concentración de pensamientos que dice: «Padre, perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores» no es, así pues, un postulado sin contenido e ingenuo, un resultado heredado de una creencia primitiva, sino que expresa, al contrario, una magnífica y divina actitud de la conciencia a favor de la estabilización de una «inclinación» normal, permanente del «eje» mental y del consiguiente estado de salud o bienestar divino normal del especial estadio de conciencia del ser.


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