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Índice de El misterio de la oración   

 

 
Capítulo 11
«Venga a nosotros tu reino»
La tercera concentración de pensamientos del «Padre nuestro» se expresa con las palabras «Venga a nosotros tu reino». Con esta petición la persona que ora también está totalmente en contacto con la voluntad divina. Que «el reino de Dios venga» sólo es lo que ya existe como una disposición eterna del plan divino con el universo. «El reino de Dios» es, claro está, lo mismo que una forma de existencia en la que «el animal» se ha transformado en «el hombre perfecto». Que esta transformación tiene lugar no puede negarse sin negar al mismo tiempo la evolución. Para cualquier hombre terreno con una inteligencia normal, que no esté deslumbrado por «dogmas científicos» o religiosos o atado por ellos, no puede dejar de ser un hecho que su vida diaria consiste en hacer experiencias, y que estas experiencias son las que determinan la voluntad, del mismo modo que esta determinación de la voluntad finalmente ennoblece el carácter. En caso contrario el ser tendría que ser anormal. Cuando tenga la experiencia suficiente, sobre lo que origina las causas de acontecimientos desafortunados o desagradables en la experimentación de la vida o existencia, todo hombre normal luchará en el futuro contra estas causas. Como este principio es el fundamento de la normalidad de todo ser, el resultado no puede dejar de ser una elevación de la mentalidad o un ennoblecimiento espiritual. Que una cantidad muy grande de hombres terrenos todavía manifieste vicios, inmoralidad, codicia, deseo de poder, odio e intolerancia, que son causas cuyos efectos tienen, inevitablemente, que traducirse en fenómenos como los frecuentes y desafortunados acontecimientos del momento presente, que llamamos guerra, persecución, mutilación, enfermedad e indigencia, no altera el principio, sino que muestra simplemente que aún no se tiene la suficiente visión de conjunto de la verdadera causa o primer incipiente nacimiento en la vida anímica, en la determinación de la voluntad y la función moral de los individuos de estos fenómenos oscuros. Pero que estos acontecimientos tienen su importancia como ennoblecimiento moral ya se muestra como un hecho inalterable en la circunstancia de que el humanitarismo, en forma de una «paz duradera», se ha convertido en el más alto ideal o deseo de estos individuos. Este ideal, ¿no se ha convertido, precisamente, en un factor tan fundamental del concepto moral de los hombres terrenos que nadie se atreve a ser la causa de ninguna lucha, ninguna persecución, ninguna guerra o mutilación, ni puede encontrar ninguna causa justa para ellas, si no es la de que tienen lugar en nombre de «la justicia» y, por consiguiente, de «la moral» y «el humanitarismo»?
      Tan absolutamente anhelado o deseado es, así pues, un humanitarismo que todo lo domine, tan anhelada y deseada es una cultura perfecta o una paz duradera, que cualquier acción sangrienta, terrorismo monstruoso, persecución con asesinato e incendio sólo es tolerado por el hombre terreno cuando la creencia de la gran mayoría de que estos fenómenos sólo están exclusivamente al servicio de la justicia y, por consiguiente, del humanitarismo o de una verdadera paz y armonía colectiva, no se ha debilitado.
      Que una creencia inquebrantable en la infalibilidad de un método determinado o un medio especial para alcanzar las anheladas disposiciones de humanitarismo y paz tiene que llevar en primer término al uso de este método o medio, es naturalmente obvio. En caso contrario los seres en cuestión tendrían que ser anormales. Sería intolerante pedir, precisamente, que tuvieran aspecto de estúpidos y estuvieran llenos de faltas.
      Pero precisamente, debido a la libertad de usar tanto los caminos y métodos estúpidos como los perfectos o justos, se convierte finalmente en un hecho lleno de vida qué camino o método es el más perfecto o que conduce directamente al objetivo deseado; y como los métodos primitivos de fuerza y violencia de la guerra y de la brutalidad se usan hasta la saciedad en la historia de la humanidad terrena, y a pesar de esto el deseo de humanitarismo y paz está, no obstante, todavía más insatisfecho en nuestro tiempo que en cualquier otro periodo, no es difícil ver que las experiencias no hablan a favor del mantenimiento de los métodos de guerra y terror en los esfuerzos para alcanzar la anhelada paz duradera, el humanitarismo o cultura perfecta. Las experiencias convertirán en un hecho para los individuos que no se puede abolir o exterminar un mal manteniéndolo en vida, desarrollándolo y multiplicándolo. No se puede exterminar el terror practicándolo, desarrollándolo y haciéndole honor. «El reino de Dios» o «reino de los cielos» no puede imponerse en los continentes ni puede mantenerse por medio de armas homicidas, mutilación y asesinato. Sólo haciendo superflua y eliminando la necesidad, o presunta necesidad, de estos métodos primitivos de la conciencia del individuo por medio de la inteligencia o intelectualismo, este individuo podrá experimentar «la venida del reino de Dios» en su propia esfera mental o interior de su psique.
      Pedir que «el reino de Dios venga» será, así pues, lo mismo que pedir estar en contacto con esta creación de experiencias, aquí descrita, que consiste en conducir al «animal» hacia la luz o la creación del «hombre perfecto» por la Divinidad.


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