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Índice de El principio de la reencarnación   

 

 
Capítulo 8
Nuestro «yo» eterno tras la materia
Pero, ¿quiénes somos «nosotros»? ¿Somos idénticos a la materia que está sujeta a este nacimiento y a esta muerte? No, es imposible que lo seamos. Los hechos muestran hasta la saciedad que constituimos un «algo» que experimenta o constata la transformación de esta materia o su nacimiento y muerte. Es cierto que tenemos un organismo que también nace y muere. Pero, ¿por qué no tendría que estar sujeto al mismo nacimiento y a la misma muerte? Sólo es una construcción lógica de materia física. Constituye un simple fenómeno «creado», calculado exclusivamente a sólo ser un instrumento por medio del cual un «algo» puede experimentar y percibir el mundo físico. Este algo no puede ser el organismo en sí, dado que este organismo sólo es un fenómeno elaborado o creado, calculado para cumplir un objetivo especial. Pero como un objetivo es lo mismo que un deseo, sólo puede tener a un algo vivo como origen. El organismo de cada ser vivo es, de este modo, el cumplimiento de un deseo y revela, con ello, que tras el organismo existe un algo vivo que es el origen de este organismo, y para el que dicho organismo es un instrumento que lo ayuda a experimentar la vida. A este algo tras el organismo lo expresamos como nuestro «yo». Este yo o ente nuestro es lo que ve por medio de nuestros ojos, oye por medio de nuestros oídos y experimenta y se manifiesta en la zona física por medio de todos nuestros otros sentidos físicos. Como este yo no ha sido creado, como lo ha sido el organismo, dado que él mismo es el creador, tiene una existencia eterna. Existía antes de que su actual organismo comenzase a existir, del mismo modo que existirá cuando este organismo deje de existir en la zona material. Y del mismo modo que ha contribuido a crear el organismo actual, también contribuirá de nuevo a crear un nuevo, futuro organismo y así sucesivamente. Pero este yo y su conciencia o mundo de pensamientos se encuentra, de este modo, más allá de la percepción física y, con ello, forma parte de los detalles del espacio vacío.
      El espacio vacío del universo es, así pues, la sede de los yo de todos los seres vivos, de su conciencia y mundos de pensamientos, así como de la misma manera es la sede del yo y la conciencia de Dios. En las profundidades de la oscuridad del espacio vacío del universo existe, de este modo, el origen o la fuente más profunda de la vida y su conciencia. El yo y la conciencia de todos los seres vivos existentes se oculta, así mismo, en este mismo mundo físico invisible. Esto es válido no sólo para todos los seres con un organismo físico, sino que también es válido en el mismo grado para todos los seres que se han liberado de este organismo y a los que denominamos «los muertos». Todos están en el mundo invisible, y a partir de él se encarnarán otra vez en un nuevo organismo físico y, así, se manifestarán de nuevo en el mundo físico.


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