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Capítulo 8
La inmortalidad del ser vivo
Aquí hemos llegado a la gran pregunta: ¿qué beneficio puede obtener el hombre actual de que los hombres futuros sean tan perfectos que en su época física ya no haya guerras ni sufrimientos? Los que vivimos hoy estaremos entonces, tal como los hombres del pasado, muertos y habremos desparecido. ¿Es cierto? ¿Estaremos muertos y habremos desaparecido? ¿Hay verdaderamente algo que indique esto? No, en un sentido riguroso no hay nada que lo indique. Es cierto que los organismos «mueren», pero los organismos sólo son fenómenos creados. Todos los fenómenos creados están en las dimensiones de espacio y tiempo y, por consiguiente, no pueden ser eternos. Todos tienen que descomponerse y perecer, del mismo modo que una vez fueron creados o construidos. Como, de este modo, cada uno es un fenómeno creado, es imposible que sea «el algo» o «yo» vivo para el que era un instrumento. Evidentemente, no es el organismo el que dirige al yo, sino el yo el que dirige el organismo. En el análisis precedente del universo ya hemos visto que este universo era un organismo y una manifestación de un ser vivo o de la Divinidad. En nuestra propia estructura y manera de mostrarnos encontramos exactamente del mismo modo el análisis de un ser vivo. Aquí también encontramos un «algo», que se manifiesta o expresa por medio del organismo o cuerpo físico. Como este cuerpo, con todos sus detalles, sólo constituye exclusivamente un instrumento, por medio del cual un «algo» puede manifestarse, este «algo» se convierte, de este modo, en el verdadero núcleo tras el organismo. Como este «algo» es lo mismo que expresamos como el yo, en sí mismo no puede tener ningún análisis. Si decimos que es malo o si decimos que es bueno, estos análisis sólo expresarán fenómenos que dicho «algo» crea por medio del organismo. Pero lo creado no puede ser de ninguna manera idéntico al creador. El creador existía antes de lo creado y vivirá, aunque lo creado ya no exista. El estado eterno en que se encuentra este «algo» es su análisis. Pero este análisis sólo puede ser un análisis sin nombre, y entonces sólo podrá expresarse como X1. Dado que este «algo» tiene una facultad creadora, esta facultad tiene que ser igual de eterna que el propio «algo», porque si hubiera habido un tiempo en que no tenía ninguna facultad creadora, ¿cómo habría podido llegar a existir esta facultad? Por consiguiente, hay que expresarlo como «algo» sin nombre. Y entonces tenemos que expresarlo como X2. Pero, al existir así X1 y X2 eternamente, estas dos X son como X1 y X2 en la estructura de la Divinidad el origen de una realidad que debemos denominar X3. Del mismo modo que en la Divinidad X3 es el resultado eterno de su manifestación o creación, en los seres vivos X3 también es el resultado de su manifestación y creación. Como estas tres X, al igual que en la Divinidad, forman una unidad inseparable, que a su vez en este caso es lo mismo que un ser vivo, el ser vivo es, por lo tanto, absolutamente eterno. Dado que, de este modo, el ser vivo es una realidad eterna, su existencia actual no es toda su vida y manifestación. La edad que tiene ahora sólo es la edad de su organismo actual y no la de su estructura eterna. El organismo actual no es, así pues, el único organismo que ha utilizado este «algo». Por lo tanto sólo es necesariamente un simple eslabón de una cadena de organismos o cuerpos físicos que ha tenido en su existencia eterna previa.
      Como este «algo» puede así crear un cuerpo físico tras otro, el principio que rige el organismo es, así mismo, eterno o existe fuera del espacio y el tiempo. En este estado eterno constituye, como ya hemos dicho, un principio trino en forma de las tres X exactamente igual que la Divinidad. Así vemos aquí cómo el hombre terreno en su estructura eterna ya aparece a «imagen de Dios». Está formado por los mismos tres principios eternos e inseparables que él y tiene, por consiguiente, garantizada existencia eterna con experimentación eterna de la vida o inmortalidad. Como este «algo», que es lo mismo que el yo del ser vivo, es por consiguiente inmortal y, por ello, sobrevive tanto a la destrucción como a la construcción de sus organismos, vemos aquí cómo tiene el camino abierto para, vida tras vida en la existencia física, perfeccionarse por medio del proceso creador de Dios, para finalmente brillar, iluminar y calentar en la profusión luminosa del espíritu como el hombre acabado a imagen y semejanza de Dios.


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