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Capítulo 12
El día de juicio final es una enseñanza cósmica psicológica
Por medio del estado de oscuridad o de día de juicio final culminante, Dios puede así transformar a los seres de modo que se conviertan en el hombre a su imagen y semejanza. Aquí los seres experimentan en sí mismos los efectos de la mortífera existencia oscura que les causan a los otros seres. Por medio de los efectos, que desencadenan los destinos desdichados y los estados de sufrimiento, los seres aprenden cómo tienen que vivir y cómo no tienen que vivir, cómo tienen que ser para con sus semejantes y cómo no tienen que comportarse con ellos. Como vivimos en la época de juicio final, que la Biblia ha predicho, no es difícil poderla advertir y ver cómo Dios crea al hombre verdaderamente perfecto en virtud de ella. Vemos cómo se desmoronan viejas tradiciones. El poder religioso del rey, por medio del cual Dios gobernaba y guiaba a los hombres en el pasado, hoy sólo existe como una sombra de lo que era anteriormente. Los hombres quieren tener el poder ellos mismos, quieren gobernar ellos mismos. Hemos visto llegar a hombres muy poco evolucionados, y en los que lo animal todavía dominaba extremadamente, a las cimas del poder y con la fuerza de las armas y con gran ruido llevar a millones de hombres a las desviaciones y mutilaciones de la guerra y las matanzas o principio mortífero. ¿Y cuál fue el resultado de su inmenso poder? ¿Qué les dejaron a los hombres? Les dejaron grandes centros de cultura o ciudades con millones de habitantes convertidos en montones de escombros. Mataron a millones de padres de familia, millones de esposos, convirtieron a millones de hombres en inválidos, dejando aparte los millones que languidecieron hasta la muerte en campos de concentración o cámaras de gas o perecieron en el mismo campo de batalla. Dejaron tras sí y por todas partes hambre, miseria e indigencia. Desmoralización, materialismo y ateísmo se convirtieron en los factores dominantes en la mayor parte de la población, se convirtieron en cierta medida en ideales para la ciencia, el arte, la literatura y la cinematografía. La paz verdadera y duradera por la que los hombres empiezan a suspirar es imposible en el mundo mientras la furia de la guerra todavía se extienda por la Tierra, sólo contenida acá y allá con terribles armisticios armados y equilibrio de poderes. ¿Y cómo les ha ido a estos poderosos activadores de guerra que creían que tenían que salvar a la humanidad con la fuerza de las armas, la tortura, la muerte y el asesinato? ¿No han sucumbido ellos mismos miserablemente en el cenagal de azufre de la guerra al que ellos con tan gran energía condujeron a los hombres? No conocían la ley eterna que prescribe: «Vuelve tu espada a la vaina, porque todos los que se sirvieren de la espada a espada morirán». «Porque lo que un hombre siembre, eso recogerá». «Haced vosotros con los demás todo lo que deseáis que hagan ellos con vosotros».
      Hemos visto de cerca algo del día de juicio final o culminación de la oscuridad y hemos sido testigos de estados horrorosos. Como ya hemos dicho, estos estados no son en ningún modo castigo por pecados que los hombres han cometido. No se trata en absoluto de ninguna cólera, castigo ni ansia de venganza por parte de la Divinidad. Lo que hemos visto es únicamente que los hombres han actuado violentamente contra las leyes y principios que condicionan la existencia del universo o cosmos. Como estas leyes y principios son realidades eternas, y es imposible abolirlas o anularlas, son los hombres los que fracasan. Y de este modo, todos los que usan la violencia contra lo eterno o imperecedero fracasarán. Que sólo se cosecha lo que se siembra es una ley eterna e inalterable. No se puede sembrar cebada y de esta semilla cosechar trigo. No se puede sembrar cólera, odio y amargura contra sus semejantes y cosechar su simpatía o amor. Semilla y cosecha, tanto se trate de algo puramente físico como espiritual, están eternamente ligadas a una determinada ley, a saber, la ley de causa y efecto. En su ignorancia, los hombres dan lugar con su modo de ser a actos que son las causas de efectos que llevan la desdicha a su propio destino. Pero en virtud de la ley del destino, que hace que todo desencadenamiento de energía tenga que volver a su origen, todos los seres experimentan los efectos de su modo de ser para con su entorno. Así llegarán a estar en condiciones de crear ellos mismos su propio destino, de modo que sea una bendición, felicidad y alegría tanto para ellos mismos como para otros. Descubrirán que cuando siembran odio, cosechan odio y, así mismo, que cosechan amor cuando siembran amor. La época de juicio final es, de este modo, nada menos que una enseñanza cósmica psicológica. Por medio de los acontecimientos a que esta época da lugar, Dios les muestra a los hombres lo que tienen que hacer y lo que no tienen que hacer, qué hombres tienen que poner como gobernantes y a quien no tienen que poner en las cimas del poder. Los acontecimientos oscuros de esta centuria hablan su claro lenguaje divino y muestran como un hecho que la guerra engendra guerra, que es imposible exterminar la guerra con la guerra. Aquí debemos repetir que quien se sirva de la espada a espada morirá.
      ¿Y qué es lo que vemos en los horrores del día de juicio final? ¿Por qué estos millones de hombres, que fueron atormentados en este infierno o cataclismo, no estaban protegidos? No estaban protegidos precisamente porque esto eran efectos de un modo de ser desacertado, que habían desencadenado en muchas vidas anteriores, que ahora los afectaba a ellos. Era una semilla que habían sembrado en estas vidas, que ahora cosecharon. Es cierto que los seres en cuestión no pueden recordar sus vidas anteriores y, por consiguiente, no pueden comprender que ellos mismos han dado lugar a las causas de su destino desdichado. Pero esto no puede dispensar a los seres de este destino. Este destino desdichado tiene, precisamente, como fin desarrollar la disposición del ser a la simpatía, de modo que surja la facultad humana, y con el crecimiento de esta facultad pueda amar a su prójimo como a sí mismo, lo cual es, claro está, el cumplimiento total de la ley de la vida. El ser, al cosechar el destino que ha infringido a otros, a la larga no puede evitar descubrir su situación. Y con este descubrimiento comienza a modificar sus actos y su modo de ser, de manera que se conviertan en alegría y bendición para su entorno o prójimo.
      Como sabemos que los organismos o cuerpos que se matan y mutilan no son idénticos al ser vivo, sino que sólo son instrumentos para este ser, no hay, por consiguiente, nadie que en sentido absoluto muera debido a la existencia de oscuridad o de juicio final. Todos sobreviven incluso los estados más oscuros y toman con ellos las experiencias en la nueva vida terrena en forma de talento, dotes y carácter. Las experiencias que da el sufrimiento no sólo estimulan el desarrollo de la inteligencia, sino que, como ya hemos dicho, también le dan al ser la evolución humana. Por cada vida terrena que el ser vivo experimenta con un destino y un modo de ser oscuro, se vuelve cada vez más humano y amoroso para, finalmente, poder cumplir el mandato de amar a su prójimo como a sí mismo y, de este modo, ser el cumplimiento de la creación de Dios del hombre a su imagen y semejanza.


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