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Índice de El principio de la reencarnación   

 

 
Capítulo 11
La fuerza vivificante de la existencia y del amor al prójimo
No es, de este modo, sin motivo que Cristo dice: «...si alguno te hiere en la mejilla derecha preséntale también la otra», «Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y persiguen...», «Si tu hermano peca, repréndele, y, si se arrepiente, perdónale. Si siete veces al día te ofendiese y siete veces al día volviese a ti diciendo: Pésame, perdónale». Luego le indica al apóstol Pedro que no sólo son siete veces al día que hay que perdonar cuando dice: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete». ¿No quiere esto, precisamente, decir que hay que perdonarlo todo y a todos? Cuando un hombre puede perdonar diariamente hasta setenta veces siete, ¿acaso no cubre esto todas las situaciones con que tiene que encontrarse y en las que, en resumidas cuentas, tiene que perdonar? Tras este criterio de perdón cotidiano ya no puede quedar nada que impida perdonar. Todo tiene que perdonarse. Si estas palabras y conceptos sólo fueran fetos de la fantasía de un fanático superficial, haría tiempo que el viento se las habría llevado. Con el tiempo, las tormentas de la vida ya se ocuparán de eliminar lo que no está enraizado en la realidad. Estos conceptos y prescripciones han desafiado milenios, y lo han hecho en virtud de que expresan una verdad inquebrantable, una verdad que ahora se está volviendo realidad viva a través de reacciones perceptibles en la estructura y modo de ser físico y anímico de los hombres. Con el amor al prójimo en la mente y en el modo de ser, desaparecen las especulaciones del pensamiento con las que uno se perfecciona para ver «la mota en el ojo de su hermano» sin querer jamás ver «la viga en su propio ojo». Eliminando esta inclinación de la manera cotidiana de percibir la vida, se ha encontrado la medicina más importante para todas las enfermedades y destinos desdichados. Sólo a través de ella discurre el camino de regreso a la vida. El dominio del sufrimiento tiene que retroceder ante el resplandeciente sol del amor.


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