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Índice de El principio de la reencarnación   

 

 
Capítulo 5
La necesidad de las perspectivas espirituales
La solución del misterio de la vida no puede encontrarse mirando hacia el espacio y clavando la vista en lejanas constelaciones de estrellas y nebulosas, y tampoco determinando los componentes del núcleo de los átomos. Estas perspectivas físicas son, sin embargo, de un gran valor como una parte del concepto del mundo y de la vida, pero tienen que ser completadas con perspectivas espirituales, para que el hombre pueda experimentar la realidad de la que es un factor participante y experimentador. La estructura de la vida está tan sabiamente organizada que nada en absoluto puede seguir siendo un misterio para los seres vivos. La estructura de la vida existe con todos los tamaños y dimensiones, de modo que siempre habrá una dimensión adecuada para cada conjunto intelectual de sentidos. Precisamente, a través de las dimensiones de la estructura de la vida adecuadas a nuestro conjunto de sentidos, podemos llegar a experimentar la solución del misterio de la vida.
      Mirar hacia el espacio es mirar dentro de un ámbito de unas dimensiones demasiado grandes, y el núcleo del átomo es demasiado pequeño. Tenemos el misterio del universo concentrado en una dimensión que, de otra manera, es adecuada al conjunto de nuestros sentidos, a saber, en nuestro propio organismo. Este organismo contiene una combinación de sistemas análogos a los sistemas del universo fuera de nosotros.
      Ya sabemos que toda la materia aparece en forma de átomos o pequeños microsistemas, bastante similares a los sistemas solares y a las galaxias. En el micromundo, los átomos son pequeños centros de energía que tienen a su alrededor pequeños planetas o cuerpos celestes, los denominados electrones. Esto quiere decir que nuestro organismo no es un fenómeno masivo, sino que está formado por pequeñas partículas, entre las que hay un espacio vacío que en muchas ocasiones es muchas veces mayor que las partículas. Esto quiere, a su vez, decir que si nos imaginamos un organismo humano tan agrandado que se convierta en nuestra bóveda celeste, no lo veríamos como un organismo, sino como una nueva bóveda celeste con constelaciones de estrellas y sistemas concretos. Por medio de una observación más detallada podríamos distinguir los distintos sistemas entre sí. Veríamos que el estómago formaba su propia bóveda celeste, la musculatura la suya, las regiones del corazón y los pulmones serían una constelación de estrellas especial, la zona del cerebro y el sistema nervioso otra, del mismo modo que los órganos sexuales serían un sistema por sí mismo.


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