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Índice de La salida de la oscuridad   

 

 
Capítulo 5
La verdadera superioridad del espíritu es una con la auténtica humildad
En Getsemaní vemos esta inmensa superioridad del espíritu, que sólo puede convertirse en realidad donde un ser ha experimentado la omnipotencia como el amor culminante de un padre. Vimos a Jesús enfrentarse a la oscuridad. Vimos a Jesús enfrentarse a la crucifixión y vimos que vaciló un momento ante la perspectiva de esta oscuridad inevitable y le pidió a su Padre: «Si es posible, aleja de mi este cáliz». Gotas de sudor se convirtieron en sangre. Estaba tan inmerso en la carne y sangre de los hombres imperfectos que este temor tenía que venir. Luchaba contra el estado inacabado de su padre y su madre físicos; porque su propio estado espiritual hacia tiempo que se había alzado por encima de la oscuridad y el temor a la muerte, lo cual había demostrado en otras muchas ocasiones.
      Y entonces vemos cómo la propia fortaleza de su alma y su amor a su Padre divino rápidamente vencieron a la muerte, y que un ángel luminoso se le apareció. Fue en este momento que la más suprema, la más pura y más humilde de todas las oraciones nació por primera vez en los labios de un hombre. Con las palabras: «Padre, no se haga mi voluntad, sino la tuya» terminó esta crisis que, a lo largo de todo su curso, es el modelo más perfecto de la victoria del espíritu sobre la materia que la historia jamás ha revelado.
      A partir del momento en que esta oración se consumó, el sufrimiento y la oscuridad ya no fueron un problema para Jesús. Con una inmensa fortaleza de alma pasó por la crucifixión y la muerte, y en vez de terminar su vida, como muchos creían entonces, sólo la comenzó de verdad en ese momento. Con qué regocijo se ha extendido la historia de su vida por el mundo. Su espíritu ha actuado incesantemente entre nosotros. Su palabra ha sido pan espiritual para incalculables millones, y no hay apenas una hora del día en la que su nombre no esté en un número incontable de labios.
      Pero sus palabras tienen mayor profundidad que la que la mayoría comprende actualmente. Con su modo de ser no buscaba ser una divinidad para los hombres, un ser que nadie era capaz de imitar. Al contrario, su alma ardía en deseos de anunciarles a los hombres que el modo de ser – los actos – eran más importantes que toda clase de palabras hermosas. «Nadie viene al Padre, sino por mí», palabras sencillas que han sido interpretadas a lo infinito, y que, sin embargo, sólo quieren decir: «Nadie viene a mi Padre divino sin mi modo de ser. ¡Yo soy el modelo de «la imagen de Dios» en la que el hombre será creado!».
      Con su propio modo de ser, completó en el Jardín de Getsemaní el fundamento espiritual que nunca perecerá. Sólo aquel que aquí lo sigue estará inalterablemente unido a la omnipotencia, todos los demás tienen delante un nuevo Getsemaní que los espera. El objetivo de la vida tanto para cada ser vivo como para cada nación, raza o pueblo será, por lo tanto, vencer cada Getsemaní amenazante y, por medio de ello, estar inalterablemente unido con la voluntad divina que todo lo irradia. Donde esto tiene lugar, «el reino de los cielos» estará inevitablemente tanto en el interior de cada hombre concreto como de cada nación.


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