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Índice de La salida de la oscuridad   

 

 
Capítulo 4
Cristo es el modelo inalterable del triunfo del hombre sobre la oscuridad
La verdad o solución del misterio del Jardín de Getsemaní, cuando está despojado de todos los detalles que un sentimiento no controlado le ha adjudicado, es que el comportamiento de Jesús en su conjunto crea un modelo para el hombre terreno. Del mismo modo que él libró su batalla en el Jardín de Getsemaní y venció la oscuridad, todos los hombres finalmente aprenderán a librar su batalla con esta misma oscuridad. Ningún ser vivo en absoluto puede vivir la vida de otro ser ni tomar su destino. Cada uno tiene su propia vida que es enteramente un fruto de sus propios deseos. Puede construir su vida de modo que sea intelectualismo y amor luminoso para otros, pero incluso este estado es su propio destino y no el del prójimo. Si el prójimo tiene que vivir el mismo destino, este prójimo también tiene que construir él mismo este destino. Y es aquí que el Jardín de Getsemaní o Getsemaní, como yo prefiero llamarlo, es el modelo inalterable del triunfo del hombre altamente intelectual sobre la muerte.
      Vemos que el inalterable fundamento del triunfo de Jesús sobre la oscuridad, el temor a la muerte y el horror a la crucifixión se debió a la fuerza inmensa que ardía en su interior, vibraba en sus nervios e hizo que su cerebro pronunciase la palabra «Padre». Y una vez tras otra vemos cómo esta fuerza lo lleva a revelarle al mundo que él tenía una comprensión mayor del hecho de que en su vida se encontró ante una fuerza igual de viva que él mismo, una omnipotencia de la que él mismo era una criatura, un hijo. ¿Y qué o quién podía ser mayor que esta omnipotencia, y con qué o con quién podía él estar más emparentado? ¿Había algo más razonable a que se dirigiera a esta omnipotencia que era su padre y origen?
      ¿No tiene que crecer el intelectualismo de cada ser hasta esta actitud, la más alta de la vida, dado que es un hecho inconmovible que el intelectualismo no puede existir sin crecer? ¿Y no tiene este crecimiento que llevar al hijo directamente a la conciencia del padre y hacer de él uno con la omnipotencia? ¿Y no tiene el intelectualismo, después de que el hijo haya llegado a reconocer a esta omnipotencia como su origen y padre, que continuar su crecimiento hacia la inmortalidad por encima de la frontera del espacio y tiempo, y experimentarse a sí mismo como idéntico a la propia eternidad? ¿Para que tiene, si no, que crecer, qué tiene, si no, que poder someter? ¿Y no vemos en el redentor del mundo Jesucristo a un ser que ha dejado este crecimiento tras sí y se ha convertido en uno con el poder que todo lo decide en el universo o cosmos? ¿No tienen que desaparecer, como el rocío bajo el sol, las pequeñas contrariedades humanas ordinarias, las mofas de los hombres ante esta contundente visión cósmica, esta profunda unión con la omnipotencia?
      ¿Qué significaba un cuerpo físico con respecto al hecho de que se trataba nada menos que de mostrarles a los hombres «el algo» eterno, el espíritu y la conciencia divina que había creado el cuerpo que ahora torturaban? ¿No tenía que desgarrarse el cuerpo para que la suprema superioridad del espíritu pudiera ser un hecho? ¿Cómo tenía que demostrarse una superioridad tan inmensa sobre vida y muerte sin esta crucifixión? Un ser puede, claro está, fácilmente ser feliz y alabar al Padre, cuando no amenaza ningún dolor, ninguna destrucción, ninguna crucifixión.


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