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Capítulo 5
Idolatría y cataclismo
Como no todos los hombres son igual de hábiles en la caza de dinero, vemos el extraño hecho de que algunos seres han llegado a sacar un provecho tan gigantesco de su caza que están a punto de ahogarse en la sobreabundancia, mientras otros sólo están provistos de un talento para la caza tan insignificante que casi no pueden participar en esa caza de dinero de importancia tan vital y a veces brutal y sangrienta. En el peor de los casos tienen que vivir en la pobreza y el hambre, en la mendicidad y la humillación. Esto se completa y subraya además por el hecho de que los cazadores muy hábiles hace ya tiempo que han conquistado los terrenos de caza, de modo que millones de hombres no tienen acceso directo a ninguno de ellos. Sólo pueden conseguir un acceso indirecto a los terrenos de caza, un acceso que está muy fuertemente reducido o limitado por las condiciones que sus propietarios se consideran con derecho a exigirles que cumplan a aquellos a quienes dan acceso a estos terrenos vitales para la vida. Pero también hay muchos hombres alrededor de la Tierra que no tienen en absoluto acceso a los vitales terrenos de caza. Por esto, tienen que ir muriendo en la humillación y la ruina, dado que no tienen alimento físico ni psíquico. En el campo puramente social, la cultura moderna actual, con sus propietarios de terrenos de caza (los patronos o la clase acomodada), con los que sólo tienen un acceso indirecto y limitado a estos terrenos (los trabajadores) y los que no tienen ningún acceso en absoluto a ellos (los que están sin trabajo), todavía no se ha elevado, en realidad, al estadio en el que la denominación «cultura» es perfecta o justa al cien por cien. Una cultura o civilización verdaderamente humana no es un orden social en el que el sagaz y fuerte toma los bienes vitales del menos sagaz y menos fuerte y vive según el principio «que cada cual piense en sí mismo». En un orden social, en el que es posible vivir en el libertinaje, la gula y el derroche, al mismo tiempo que otros perecen en la miseria y la desdicha, porque no tienen ninguna posibilidad de ganar el pan cotidiano, el concepto «cultura» o «civilización» sólo puede ser una denominación irónica. La moral social de la cultura moderna también ha dado lugar a las más grandes y más mortíferas guerras, en todos los aspectos, de la historia mundial. Todos están en guerra contra todos. Todos tienen que protegerse de todos. Todos buscan en mayor o menor grado, conscientes o no, manifiestamente o de manera camuflada, robarles a todos o aprovecharse de ellos. Esto está en vigor tanto entre los estados como entre hombre y hombre. Como una garantía contra esto han ido surgiendo poco a poco diversas formas de «defensa para la guerra», de «ejército permanente» en todos los frentes. Así hay en primer lugar el estado general y mortífero de preparación para la guerra en tierra, mar y aire. Luego hay los sindicatos, las compañías de seguros, los seguros de enfermedad y creaciones de asociaciones y cosas parecidas. Estas disposiciones, ¿son acaso otra cosa que disposiciones de defensa más o menos efectivas contra los males que, en la lucha por los terrenos del dinero, afectan a aquellos que no pueden marchar al compás de la lucha? La estructura principal de la cultura moderna es, así pues, un culto al dinero, una adoración regular del becerro de oro. Y mientras esta idolatría domine a la mayor parte de la población de la Tierra, dicte la política y las formas de gobierno, determine el éxito, la posición, la gloria y la reputación, sea el juguete de las simpatías y antipatías de los hombres, el cataclismo, los gritos de muerte, la invalidez, las enfermedades, la muerte de hambre, la humillación y opresión de la guerra no pueden de ningún modo cesar.


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