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Capítulo 2
El modo de ser del amor en la práctica como la salvación del mundo
Pero, por medio del redentor del mundo tenía que revelarse una luz todavía más potente de la profusión luminosa del espíritu de Dios. Los principios que rigen el amor tenían que revelarse no solamente con hermosas palabras y bonitos himnos. Este amor no tenía que seguir siendo abstracto. También tenía que revelarse en la carne y sangre como una manera práctica de vivir o de ser. ¿Cómo iba si no la humanidad terrena a tener pruebas palpables de esto? ¿Cómo se le iba si no a confirmar que una mentalidad que podía cumplir todos los antedichos principios del amor en el modo de ser no era utopia, no era fantasía ni irrealidad, sino una realidad inconmovible, que no existía ya en carne y sangre, sino que simultáneamente también era un modelo manifestado por Dios, cuya imitación en mentalidad y modo de ser hará inevitablemente salir a los hombres de todo el mundo de la oscura noche de la guerra y los sufrimientos y los llevará a las regiones del amor y, por consiguiente, a las cordiales y soleadas regiones vivificadoras de la paz? Por medio del modo especial de ser del redentor del mundo se le reveló al mundo cómo un hombre de carne y sangre puede verdaderamente poseer el amor a su prójimo en un grado tal que no es afectado por la persecución o sufrimiento de que haya sido objeto por parte de este prójimo. Ni un solo momento durante la larga y dolorosa muerte de crucifixión, que por cierto es la culminación misma de las torturas y sufrimientos a que un hombre puede ser expuesto, perdió el redentor del mundo la serenidad ni perdió su modo amoroso de ser. La actitud llena de amor, que tenía para con todo lo que lo rodeaba, incluidos también sus verdugos y la muchedumbre al pie de la cruz, se manifestó en la gran caricia que iba a ser la llave de la puerta de la bienaventuranza o salvación del mundo. Y como una inmensa gloria luminosa en la atmósfera espiritual de la Tierra, esta caricia salvadora del mundo todavía brilla, ilumina y calienta hoy en forma de las palabras eternas en la cruz: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen». Aquí se reveló que el redentor del mundo era uno con Dios, uno con la verdad y uno con el amor, tanto física como espiritualmente.
      Con la inmensa fuerza psíquica que se manifestó en el huerto de Getsemaní a través de las palabras: «Padre, no se haga mi voluntad, sino la tuya», el redentor del mundo se convirtió en uno con la voluntad de Dios, en uno con la salvación del mundo, que aquí tenía que basarse en la creación de un ejemplo, un modelo del modo de ser perfecto para ser imitado por las generaciones de tiempos futuros, una revelación de que el amor en su manifestación más elevada consiste verdaderamente en dar su vida para la salvación de otros. Aquí se reveló que era uno con la culminación de este sublime estado mental. Por medio de la expresión «porque no saben lo que hacen», se dio prueba de que estaba en contacto con el conocimiento supremo. Porque sus verdugos no sabían, precisamente, lo que hacían. No conocían la verdad tras la vida y modo de ser de Jesús como mensajero de Dios y redentor del mundo. Si no hubieran estado tan poco evolucionados, como precisamente estaban cósmicamente, lo habrían glorificado y ovacionado. Pero como no sabían lo que hacían, sería absurdo que tuvieran que ser castigados. Por esto, le pidió a su Padre celestial que los liberase de esta absurdidad. La vida tiene otras maneras, con las que puede aleccionar a los hombres sobre sus errores, que el método violento que, con el nombre de «castigo», ellos usan con los hombres poco evolucionados denominados «delincuentes. Estas tres demostraciones del modo de ser del hombre perfecto: uno con el Padre, uno con la verdad o el sumo conocimiento y uno con el amor, eran las manifestaciones de la luz, que son la salvación del mundo, es decir, la liberación de los hombres de los restos de mentalidad animal de los que hoy todavía no se han liberado, sí, que incluso directamente respetan en muy alto grado debido a su estado todavía poco evolucionado o inacabado.


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