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Índice de El principio de la reencarnación   

 

 
Capítulo 2
La transformación del organismo
No puede negarse que estos cuerpos físicos ya no existen. Quizá me diga que el actual cuerpo de una persona anciana es el mismo que la persona en cuestión tenía en la infancia y la juventud, simplemente viejo y gastado. Pero una manera así de ver las cosas se basa en una ilusión. Un organismo es una «cosa viva», es una organización de microindividuos vivos que llamamos órganos, células, moléculas y átomos. Con excepción de los órganos, el ciclo de estos microindividuos tiene un ritmo tan rápido que su existencia física tiene una duración mucho más corta que el macroser. Debido a ello, estos seres se van reemplazando constantemente en el organismo del macroser. Cada minuto hay células y átomos que nacen y mueren en nuestro organismo, de modo que éste, de hecho, sigue estando sometido a un proceso de transformación y en tan solo unos pocos meses se ha renovado totalmente. Por consiguiente, el número de cuerpos que una persona anciana ya tiene tras sí no es insignificante. Cada renovación tiene que considerarse como un cuerpo nuevo. Pero usted no nota demasiado estas reencarnaciones o renacimientos, porque tras esta transformación continúa experimentando la vida de una manera continuada, sin interrupciones. El reemplazo sólo tiene lugar gradualmente y de una forma tan débil y adecuada que la experimentación normal de la vida no es estorbada ni interrumpida con él. Pero si uno se imagina que este reemplazo de los microseres hubiera tenido lugar al mismo tiempo para todos estos seres, el organismo habría tenido entonces que sucumbir y ser reemplazado por un organismo diferente. Entre estos reemplazos tendría que tener lugar alguna forma de proceso de muerte. El cuerpo de nuestra infancia no cambiaría hasta el momento en que tuviéramos madurez para tomar posesión de nuestro cuerpo juvenil, el concepto «crecer» sería desconocido para nosotros en el sentido en que lo conocemos hoy. El reemplazo, que no podía tener lugar gradualmente, tendría que suceder repentinamente, tendríamos que caer en una especie de sueño o estado de letargo, y bajo ese sueño tendría que crecer rápidamente el nuevo cuerpo que tenía que soportar la conciencia de nuestra juventud, y el cuerpo de niño tendría que marchitarse con la misma rapidez y ser tirado a favor del nuevo. Entonces despertaríamos en un cuerpo nuevo y lo usaríamos durante un periodo, hasta que tuviera lugar un nuevo reemplazo.
      En este mundo físico hay realmente seres que experimentan su renovación de la vida según este principio, a saber, varios insectos que pasan por el estadio de larva, capullo y mariposa. Estos seres tienen que vivir una especie de proceso de muerte entre cada uno de los estadios dentro de la vida terrena local, concreta. ¡Imagínense si nosotros tuviéramos que pasar por lo mismo! El día menos pensado nos sentiríamos desbordados por una intensa necesidad de dormir profundamente, y el cuerpo, con el que nuestra familia y amigos estaban acostumbrados a identificarnos, se marchitaría y languidecería, y surgiría uno nuevo. Entonces, la conciencia diurna se desplegaría de nuevo, y despertaríamos en un cuerpo nuevo y hermoso, aunque nadie «nos» reconocería. Es más, incluso podríamos ir al entierro de nuestro cuerpo, recientemente desechado. A algunos esto les parecerá cómico, a otros macabro, sin embargo, en el universo, e incluso en este planeta, hay seres que experimentan la renovación física de la vida según un principio así.


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