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Capítulo 7
Conciencia diabólica o anticristo
Que el cristianismo no haya podido alcanzar un mayor grado de despliegue, como es el caso, se debe al hecho de que los hombres tenían que evolucionar hasta la culminación de lo contrario al cristianismo, es decir, al «anticristo». Mientras la luz del cristianismo es el amor, el anticristo es sinónimo de odio y de lo que lo acompaña, como por ejemplo producción de todas las formas de armas, desde las más primitivas y simples hasta las armas atómicas o nucleares, las armas bacteriológicas y otras clases de instrumentos de muerte fomentadores de infierno. No es, precisamente, el principios de vida cristiano: «Vuelve tu espada a la vaina, porque todos los que se sirvieren de la espada, a espada morirán» lo que aquí se tiene como objetivo. Las grandes guerras mundiales, que hemos vivido este siglo, muestran que no se retrocede ante el hecho de usar estas armas gigantescas con las cuales se ha ampliado la capacidad asesina millones de veces, y, en virtud de ello, ya se ha tratado de destruir grandes ciudades con sus poblaciones y valores culturales. Por consiguiente, lo que, de este modo, se desencadena es el principio animal del hombre. Pero como el despliegue de este principio es millones de veces más efectivo en el hombre que en los animales, no se puede calificar de «animales» a estos seres. Como esta forma de manifestación animal es el contraste total a la forma de manifestación del hombre absoluto, que es lo mismo que la forma de manifestación de Cristo, tampoco se puede calificar a este ser mortífero de verdadero «hombre». Sólo podemos calificar a este contraste culminante a la conciencia de Cristo o amor con lo que la Biblia expresa con los conceptos «el diablo» o «el mal», que, a su vez, es lo mismo que «anticristo». Esta mentalidad de anticristo es lo que, por lo tanto, ha culminado de manera especial en nuestro siglo veinte en forma de guerras mundiales con su estela de campos de concentración y cámaras de tortura, intentos de exterminio de razas, robo y agresión, odio o antipatía, guerra fría o caliente tanto entre estados como entre personas. Se ha buscado, en mayor o menor grado, imponerles a los hombres ideologías ateas por medio de dictadura, violencia y fuerza, del mismo modo que se busca privarles de la capacidad de pensar libremente a partir de experiencias y sentimientos propios. ¿Cómo puede un pensamiento recubierto de una camisa de fuerza así ser una expresión de cultura? ¿Y cómo puede una cultura representar el cristianismo por medio del desencadenamiento de nada menos que un infierno con armas atómicas o nucleares? No es extraño que los hombres tengan miedo de los hombres. Los hombres dirigen su mirada hacia el cielo y comienzan a esperar ayuda de algún lugar. Hay hombres que comienzan a comprender que el camino hacia la luz, la paz mundial no puede conseguirse por medio del asesinato y la mutilación de otros seres vivos, y ahora veremos que el camino hacia la luz no es el cuchillo degollador, la espada ni la bomba de hidrógeno, sino que, al contrario, es exclusivamente la luz del mandato, fomentador de vida, de la redención del mundo, la luz del sermón en las montañas de Galilea un día soleado y, así mismo, la luz de los enormes picos de la montaña de Sinaí, los diez mandamientos de Moisés en uno: «No matarás», que es el camino eterno de la salvación del mundo.


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