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Índice de La salida de la oscuridad   

 

 
Capítulo 11
El segundo grado de la iniciación de la humanidad
La segunda época de la gran iniciación de la humanidad o la creación por Dios del «hombre a su imagen...» es aquella en la que culmina la oscuridad. Es la época materialista o atea. Es la que la humanidad experimenta actualmente. Se da a conocer a través de los hombres que ya no tienen la facultad del instinto religioso. Por esto, ya no pueden «percibir vagamente» la existencia de la Providencia o Divinidad y, con ello, han perdido la facultad de creer en ella. Como sólo pueden experimentar con los sentidos físicos, sólo pueden experimentar cosas físicas o creadas que pueden analizar con su, ahora, muy destacada inteligencia. Como sólo pueden experimentar cosas físicas, sólo tienen estas cosas para poder analizar. El resultado es también un conocimiento o ciencia material colosal. Pero esta ciencia sólo es, por consiguiente, un conocimiento sobre fenómenos o cosas puramente materiales o físicas. Por lo tanto, no puede darle a la humanidad la solución del misterio de la vida. No puede dar ningún conocimiento sobre alma y espíritu o «el algo» invisible que se revela a través del organismo de cada ser vivo y, por medio de lo cual, este «algo» se hace visible como un «ser vivo». Los hombres de esta categoría no tienen, de este modo, acceso a la parte espiritual o cósmica de la vida. Es esta época atea y materialista la que Cristo anunció como «día de juicio», en el que «el diablo» se enfurecerá con todo su poderío. Y es este poderío a lo que, en lo que antecede, hemos denominado «anticristo», «conciencia diabólica» o las manifestaciones del modo de ser de los hombres que están totalmente fuera del modo de ser del cristianismo, tal como las manifestaciones de guerra, la cultura vikinga o paganismo. Es todo este lado de los hombres el que, por lo tanto, todavía está inacabado, el lado de la mentalidad y modo de ser de los hombres que todavía no ha sido transformado en verdadero cristianismo o «el hombre a imagen de Dios». Como la humanidad va perdiendo cada vez más su instinto religioso, va siendo, de modo correspondiente, cada vez menos receptiva para la guía espiritual o cósmica de la redención del mundo. El creciente materialismo aleja a los hombres de las iglesias y los templos, de las religiones mundiales, precisamente porque su material orientador sólo está hecho para poder ser recibido en virtud del instinto religioso que, ahora, está degenerando o expirando de modo muy acentuado a favor del destacado desarrollo de la inteligencia. Y con este desarrollo, los hombres sólo aceptan hechos o ciencia absolutos. Pero como los hombres sólo pueden hacer experiencias por medio de sus sentidos físicos, además sólo pueden observar fenómenos físicos y experimentarlos como hechos. Pero dado que todavía no tienen la facultad de experimentar por sí mismos realidades espirituales y cósmicas y tampoco pueden creer en las experiencias, el conocimiento y las explicaciones de otros con respecto a estas realidades, tampoco tienen la facultad de creer en el nuevo impulso de la redención del mundo: «La Ciencia del Espíritu» o análisis cósmicos del universo que, a su vez, son la solución del misterio de la vida en forma intelectual, accesible para una inteligencia desarrollada, un sentimiento y una intuición humanos, se ven obligados a ser materialistas o ateos. Así pues, las realidades cósmicas no se pueden experimentar con la sola inteligencia, sólo cuando ésta está en conexión con las otras dos facultades en un destacado estado de desarrollo, el hombre puede experimentar material cósmico, que puede analizarse por la inteligencia y, así, experimentarse de modo correspondiente como un hecho o conocimiento absoluto. Pero sin la facultad humana, o sea, la facultad del amor al prójimo, y la facultad de la intuición, el ser no podría jamás convertirse en «la imagen y semejanza de Dios». Como el objetivo de la vida no es, sin embargo, que los hombres sólo sean a «imagen del diablo», estén en la cultura del asesinato o paganismo, tienen que desarrollar estas dos facultades superiores. Pero, como no creen ni en Dios ni en mundos espirituales, ni en la reencarnación ni en la ley del destino, son más o menos insensibles a la guía de la redención del mundo, bastante indiferentemente de que se trate o no de ciencia. Por lo tanto, sólo hay un camino para el desarrollo del amor al prójimo o el sentimiento humano, este camino es el sufrimiento. Y en todas las situaciones en que los hombres no tienen amor o un sentimiento profundamente humano, allí crean sufrimiento para otros. Pero, de acuerdo con la ley del movimiento, el efecto de este sufrimiento regresa inevitablemente a quien lo ha originado y se manifiesta en su destino como sufrimiento. La ley del destino es inevitablemente que «lo que un hombre siembre eso cosechará». Y, así mismo, que «todas las cosas que quisierais que los hombres hiciesen con vosotros, así también haced vosotros con ellos». Si contemplamos a la humanidad en su época actual, no es exagerado definir esta época como cataclismo o día de juicio. A nivel mundial vemos un colosal karma de regreso que azota a los hombres, los efectos de su modo de ser no sólo en la vida actual, sino también de su modo de ser en muchas vidas anteriores. Esta creación de karma o de destino oscuro, este resultado de la conciencia diabólica, de la cultura vikinga o del paganismo del modo de ser actual y pasado origina en los hombres la facultad humana, la facultad de amar con la que hay que amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo. Pero la práctica o el despliegue de este amor al prójimo origina, a su vez, la facultad cósmica de la intuición en virtud de la cual se puede experimentar la conciencia cósmica, se puede experimentar a Dios y al universo o el resultado real y verdadero del misterio de la vida. Por esto, el cataclismo, el día de juicio o la oscuridad del mundo es una época imprescindible de la creación del hombre por Dios a su imagen. Y a esta época debemos calificarla de segundo grado de la gran iniciación.


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