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Lista de artículos

M0310
La Providencia
Por Martinus

1. La fe en degeneración
Que los hombres comprendan que existe una Providencia forma también parte de la solución de los grandes problemas de la vida. En la época del instinto o de su estado de hombre primitivo no dudaban de que existiera una providencia, un Dios o Divinidad tras todo el mundo físico, tras sus elementos, movimientos y procesos creadores, pero en nuestra altamente instruida época materialista el sentimiento de la existencia de una providencia, por decirlo de alguna manera, se ha perdido. Incluso la idea de que tuvieran que existir seres más evolucionados que los hombres es considerada por muchos como sumamente ingenua, como algo que personas inteligentes no pueden, verdaderamente, permitirse tomar en serio. Cuando la creencia en una providencia se ha perdido, es muy natural preguntar cuánto tiempo todo el despliegue religioso, eclesiástico con todas sus tradiciones milenarias puede guiar y conducir a los hombres. Es cierto que, en el pasado, la Iglesia ha tenido un poder enorme y todavía lo tiene, en cierto grado, en determinados lugares del planeta. Pero, como cada vez más personas abandonan el ámbito religioso y buscan una solución al misterio de la vida por otros caminos, el poder de las iglesias irá, inevitablemente, siendo cada vez menor, también si las personas por estos otros caminos encuentran de nuevo la religiosidad de una manera nueva y no dogmática. Hasta el momento, una gran parte de la humanidad ha disfrutado enormemente en su búsqueda de «los frutos del árbol de la ciencia»; los hombres han alcanzado un conocimiento inmenso con respecto a la zona física, pero no han encontrado ninguna providencia, a pesar de que, incluso, han penetrado en el mundo de los microbios y han alcanzado los gigantescos sistemas de nebulosas. Siguen descubriendo y experimentando nuevas formas de movimiento en lo inmensamente grande y lo inmensamente pequeño, en cambio han perdido el punto fijo en su existencia.
2. La desarmonía entre los hombres terrenos
Pero, si los hombres siguen evolucionando y se vuelven más hábiles y más sabios, ¿tiene alguna importancia que ya no tengan ningún sentimiento de que hay un dios o una providencia? La tiene en muy alto grado. Lo que sucede es que sin la experiencia de la Providencia los hombres sólo pueden llegar a un cierto estadio de su evolución, pero, en cambio, podrán alcanzar un estadio evolutivo en el que no podrán evitar ver la dirección de la Providencia en todo lo que, en resumidas cuentas, experimenten. Lo más esencial en relación con esto es que sin una comprensión de una providencia será imposible formarse un concepto de lo que es moral y de lo que es inmoral. Sin esta comprensión será imposible convertirse en «el hombre a imagen de Dios», un estado que los hombres también actualmente, aunque sin saberlo, anhelan. Será imposible abolir la guerra y la discordia, tanto entre naciones como entre hombre y hombre; será imposible vencer las enfermedades, los sufrimientos y todo lo que forma parte del concepto destinos desdichados. Lo que se tiene que recobrar no es, naturalmente, una fe ciega en una providencia, esto es imposible; lo que se tiene que recobrar es la comprensión y experimentación de la realidad que se oculta tras el concepto providencia, que poco a poco se le revelará a cada hombre, una experiencia de una realidad viva y vital para todos los seres, sin la cual no podría tener lugar ninguna vida, es decir, ninguna experimentación de la vida, creación y renovación de la vida, ni en el mundo de los minerales y de las plantas, ni entre animales y hombres, ni en el microcosmos, mesocosmos ni macrocosmos.
Las plantas, los animales y los hombres primitivos viven en buen contacto con las leyes de la vida en las respectivas zonas de la vida o de la evolución en que se encuentran. Y esto quiere, en realidad, decir que cada cual a su manera vive en contacto con la Providencia. Los hombres «evolucionados» experimentan lo contrario, los hombres civilizados, materialistas y con cultura, con su muy alabado conocimiento y habilidades viven en tan mal contacto con la Providencia eterna como es posible. ¿Cómo puede percibirse y experimentarse este mal contacto? Puede hacerse por el hecho de que es evidente para cualquiera que los hombres viven en las más pésimas relaciones con otros seres vivos, es más, de manera directa desdichadamente enfermizas. Su comportamiento es absurdo. Como no respetan ni creen en ningún modelo como ejemplo de la manera de ser humana, y tampoco creen en ideales ni preceptos religiosos heredados del pasado, porque sólo se han manifestado como dogmas o postulados y no como resultados científicos, cada persona concreta se crea su propia hipótesis o teoría sobre la manera de ser y la relación con el prójimo. Como estas teorías pueden ser tan distintas como los hombres son distintos, pero cada uno la pone de relieve como la verdadera, mientras la opinión del prójimo es «errónea», además de las causas de discordia y alboroto existentes de antemano, todavía hay más desarmonía, desacuerdo, intolerancia y discordia en el mundo. Hay, naturalmente, personas cuya manera de ver las cosas es parecida a la de las otras, lo cual resulta en que se crean grupos o partidos que combaten a los «ingenuos» o «ignorantes» de otros grupos o fuera de los grupos, o buscan convertirlos para su propio partido, que opinan es el único que tiene la posibilidad de crear paz en el mundo y mejor comprensión entre los hombres. En la vida cotidiana, que, poco a poco, se ha convertido en un campo de batalla, una zona de muerte y un dominio de la invalidez se tropieza cada día, por todas partes, con guerra y más guerra. Si los hombres quieren alcanzar la verdadera paz tan codiciada por ellos, la paz que cumple la promesa del mensaje de Navidad, tienen que comprender que el único camino a esta paz es una cooperación armoniosa con una providencia.
3. La Providencia, el prójimo y el propio hombre
A los hombres se les ha dicho con sus primeras letras que tienen que amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo. Pero, por lo general, no han aprendido ninguna de las dos cosas. No se les puede reprochar, y también son, ante todo, ellos los que van a sufrir, porque no lo han aprendido. Pero los sufrimientos dan experiencias, y las experiencias llevan con ellas una forma especial de conocimiento, un conocimiento al que no se puede llegar estudiando. Es el conocimiento, fruto de las experiencias, lo que ha hecho que muchos de los hombres actuales busquen, que sean hombres que buscan un punto fijo en la existencia. No creen en un Dios viejo en un lugar en el espacio, pero un concepto de la vida exclusivamente materialista tampoco es suficiente para ellos. Estos hombres que buscan son, frecuentemente, personas buenas y amorosas que prefieren tener molestias que ser ellos mismos la causa de que otros las tengan, y prefieren sufrir ellos mismos que ser la causa de los sufrimientos de otros. Su manera de ser es, sin que ellos mismos lo sepan, una bendición para su entorno y, con ello, también una bendición para la Providencia, cosa que no saben. Lo que sucede es que no se puede amar al prójimo sin también amar a Dios, de la misma manera que tampoco se puede amar a Dios sin amar a su prójimo. Y amando a Dios y a su prójimo uno se ama también a sí mismo de una manera que no tiene nada que ver con el concepto egoísmo. Es muy importante que los hombres lleguen a comprender esto, porque de una comprensión así su manera de ser podrá ser, poco a poco, una alegría y bendición para la Providencia, para su prójimo y para ellos mismos. Donde la manera de ser de un hombre se basa, al contrario, en odio, intolerancia, celos, amargura u otros climas de pensamientos, humanamente visto negativos en relación con el prójimo, la persona en cuestión no es una bendición para la Providencia, para su prójimo, ni, aunque quizá lo crea, para él mismo. Cuando uno piensa, siente y actúa de una manera así, sabotea la vida y los efectos serán, de acuerdo con la ley de la siembra y la cosecha y la causa y el efecto, que el propio destino será, de una manera u otra, desdichado. No se puede, a saber, sabotear la vida sin que, en realidad, sea la propia vida lo que se sabotea.
4. Una función orgánica
La idea de una providencia no es un invento humano. Ya está presente en el ser vivo como instinto mucho antes de que haya desarrollado la facultad de la inteligencia o facultad de reflexionar y analizar. El animal grita cuando está en peligro, y este grito es, en realidad, un grito pidiendo ayuda, un grito a una providencia desconocida. El animal no sabe a quien dirige su grito, es una función automática, es decir, una función orgánica. Como el animal no puede pensar, no hay ningún pensamiento asociado con esta función, sólo tendrá lugar mucho más tarde en su evolución. Cósmicamente, los hombres primitivos son animales en un estadio evolutivo más alto. También tienen en ellos el instinto religioso como una función orgánica, y como han desarrollado facultades mentales, que el animal no tiene, relacionan, naturalmente, estas facultades con la función automática incorporada, que en ellos se manifiesta como la fe ciega en una providencia o poderes superiores que dirigen y gobiernan a los hombres y la naturaleza y con los que hay que ser buenos amigos. Los hombres primitivos no tienen ninguna forma superior de facultad de pensamiento. Su religión se basa en el instinto y los sentimientos, y como todavía están cerca de la selva, su fe se relaciona con sacrificios sangrientos y otras formas de crueldad y mentalidad animal. Pero creen ciegamente en poderes superiores con cuyo favor tratan de congraciarse, y cuyos favoritos y protegidos quieren ser, mientras desean que sus enemigos reciban la ira y maldición de los dioses, deseos que mandan como oraciones y conjuros que, en realidad, son lo mismo que el grito de angustia del animal, solamente más formulado y en contacto con otras energías de la conciencia que el animal. En los animales y hombres primitivos existe, por consiguiente, una función orgánica que carece totalmente de especulación o pensamiento, que hace que los animales griten llenos de angustia en situaciones de necesidad, y que el hombre primitivo se dirija con su manera primitiva a poderes dirigentes para recibir ayuda en la lucha por la existencia. Dirigirse a una providencia es algo que está presente en todos los seres vivos, aunque mezclan las energías de su conciencia de maneras muy distintas y son más o menos conscientes de su ruego. Incluso el ateo más tenaz experimentará que el grito o la oración, o ambas manifestaciones unidas prorrumpen automáticamente si la persona en cuestión se encuentra repentinamente en peligro, y aunque en muchas millas a la redonda no haya ninguna otra persona que pueda oír el grito y acudir en ayuda.
5. Los procesos creadores de la naturaleza
Los animales y los hombres tienen ojos porque hay algo que ver, y tienen oídos porque hay algo que escuchar. Los procesos de la naturaleza son lógicos y están tan bien hechos que el hombre que crea no puede tener mejor maestro que la naturaleza. Pero, ¿por qué también tienen los animales y los hombres, además de muchos otros órganos y procesos orgánicos, la función orgánica que se manifiesta como el grito y la oración?
Porque también hay algo o alguien a quien dirigirse, tanto con el grito como con la oración. El animal lo hace sólo de una manera puramente espontánea y no tiene la facultad de enlazar otras energías de la conciencia a su oración. El hombre primitivo tiene la facultad de la fantasía y de crear imágenes que, naturalmente, relaciona con el instinto religioso que cree en dioses y demonios. El principio, sin estructura, de ayuda en la necesidad se convierte, poco a poco, en un dirigirse de manera culta a una providencia. A medida que los hombres han ido evolucionando con respecto a la inteligencia, aunque todavía con inteligencia primitiva en relación a la combinación dominante de instinto y sentimiento, el resultado de esta evolución ha sido una serie de especulaciones teológicas, y el resultado de estas especulaciones es, a su vez, una serie de dogmas y enseñanzas que, dentro del marco de las diversas religiones, determina que los hombres deben creer de una manera determinada para ser salvados, y si no lo hacen están condenados a la aniquilación o a la perdición eterna. Las oraciones a la Providencia han consistido durante largo tiempo en alcanzar «la gracia de Dios» y evitar esta perdición o aniquilación y alcanzar la salvación y una vida eterna. Porque, al igual que el animal teme instintivamente a la muerte, el hombre también la teme. El hombre, sin embargo, no sólo relaciona su temor a la muerte con el instinto, sino también con los sentimientos y un incipiente pensamiento. Por esto ha intentado de todas las maneras posibles «asegurarse» protección y gracia. Pero, ¿qué sucede con el hombre actual que no cree ni en Dios ni en la vida eterna? El hombre actual ha comenzado a hacerse nuevos planteamientos y cuando, poco a poco, es capaz de conectar estos pensamientos con la inherente función automática, que posee lo quiera o no, una nueva y mucho más intensa experiencia de Dios y de la eternidad sustituirá «el espacio vacío» del ateísmo y materialismo que hoy es el dominante. Para el hombre será igual de natural dirigirse en oración al «Algo», que es la Divinidad eterna, como es natural para el mismo ser ver algo, oír algo o, en resumidas cuentas, experimentar algo.
6. El hombre a imagen del universo
El hombre que, abiertamente y sin prejuicios, observa los procesos de la naturaleza, tanto en el macrocosmos como microcosmos, por medio de esta observación de la naturaleza tendrá la posibilidad de ver confirmado que «el Algo», al que tanto él mismo como otros seres vivos se dirigen de una manera puramente automática o instintiva en una situación de necesidad, es una realidad. Cada ser vivo tiene que tener un organismo para poder experimentar la vida, y un organismo así no es sólo un instrumento para la manifestación y experimentación de la vida de su origen. También es una vivienda para miríadas de microseres vivos: células, moléculas, átomos, etc. Para los seres que se encuentran en un organismo así, el organismo constituye un universo, y dado que tanto cada órgano y cada glándula como cada zona del organismo, musculatura, esqueleto, etc. forma su especial zona de vida para partículas con espacio entre ellos, su sistema especial de condiciones de vida, el organismo está, por lo tanto, compuesto de sistemas muy distintos. En realidad, constituye el mismo principio que el macrocosmos o universo es para nosotros. El macrocosmos consta de una multitud de diversos sistemas o espacios de vida, y aunque el hombre no está en condiciones de percibir esto por medio de sus sentidos físicos, a partir de un razonamiento lógico estará en condiciones de comprender que lo que llamamos universo es un organismo gigantesco, donde miríadas de seres vivos «viven, se mueven y son». El hombre está verdaderamente creado «a imagen del universo», porque él mismo es un universo, ya que su organismo es un espacio de vida, donde micropartículas, que son seres vivos, vienen al mundo, viven y mueren y son sustituidas por otros seres. Son estos fenómenos microscópicos los que llevan consigo transformaciones en el organismo, tanto transformaciones del tipo que denominamos evolución y del tipo que debe caracterizarse como degeneración.
7. «El hombre a imagen de la Providencia o Dios»
Tras nuestro organismo todos tenemos, sin que se pueda localizar, una sensación de un yo, y expresamos esta sensación de yo o centro diciendo, por ejemplo: «yo veo», y no «los ojos ven». Tampoco decimos: «mis oídos oyen», sino «yo oigo», etc. Hay un «yo», un «algo» que usa ojos, oídos y todo el organismo como un instrumento para experimentar y manifestar. Este instrumento es, como ya se ha dicho, todo un universo, que consta de miríadas de seres vivos. Y, en realidad, son estos microseres que usamos. Son instrumentos vivos, por medio de los cuales estamos en condiciones de experimentar y crear en este mundo físico. No podemos experimentar placer ni malestar, deseo ni dolor sin que tenga lugar a través de nuestros microseres. Y donde se trata de la experimentación de dolor físico o de bienestar por los hombres, esto tiene lugar por medio de aquellos de entre nuestros microseres que son de carácter animal. Cuando nos cortamos el pelo o las uñas, podemos hacerlo sin ninguna forma de experiencia de dolor, porque los microseres de estos «espacios de vida» son de carácter mineral y no tienen conciencia diurna en la zona física. Pero, si al cortarnos las uñas nos hacemos un corte en un dedo, nos daremos, sin duda, cuenta de que no es materia mineral donde hacemos el corte. Tiene lugar una lesión, una catástrofe en una parte de nuestro universo, cuyos microhabitantes son seres animales, que quiere decir que tienen conciencia diurna en el mundo físico y están en condiciones de sentir dolor. Se ha producido una desarmonía en su espacio de vida, sus funciones y ritmo de vida naturales son obstaculizados, y esta experiencia no tiene lugar en silencio, al igual que cuando nosotros, hombres, que también somos seres animales con conciencia diurna física, sufrimos mayores o menores catástrofes u obstáculos para el despliegue natural de nuestra vida, esto tampoco tiene lugar en silencio. Una persona que se hace un corte en un dedo siente a través de su sistema nervioso que duele y deja esta actividad negativa tanto para el organismo como para su propia percepción. Visto cósmicamente, es una «oración» de microseres vivos, que ha sido «escuchada», y el resultado ha sido el cese de «la catástrofe»
Cuando todos los microindividuos de nuestro organismo trabajan conjuntamente de manera perfecta, de modo que cada órgano del organismo cumple su misión, nuestro yo experimenta un bienestar sano y agradable, pero si se produce alguna forma de desarmonía y alguna zona es obstaculizada en sus funciones, nuestro yo lo experimenta como una forma de malestar o directamente dolor a través de su sistema nervioso. Hacemos, naturalmente, todo lo que está a nuestro alcance para crear un estado con el que este dolor o este malestar puedan cesar. No es siempre tan fácil como en el ejemplo mencionado, en que uno se esfuerza para no cortarse cuando se corta las uñas. El organismo puede ser objeto de lesiones mucho peores, de las que nosotros mismos no somos la causa desencadenante en el momento en que tiene lugar el incidente, y podemos haber contraído enfermedades, de modo que tenemos que buscar ayuda médica o, de otra manera tratar de remediar, calmar y curar los lugares del organismo desde los que se «informa» sobre desarmonía. Como el factor unificador y dirigente de nuestro organismo debemos caracterizarnos como una especie de «providencia» para todos los seres vivos que se encuentran en el universo que nuestro organismo constituye. No somos, por consiguiente, sólo «el hombre a imagen del universo», también somos un «hombre a imagen de la Providencia o Dios».
8. El hombre como «providencia»
Entre nuestro yo y los yos de nuestros microseres hay una relación constante, una información constante sobre la situación en las respectivas zonas del cuerpo. Cada micropartícula de nuestro organismo está ubicada en un espacio de vida que está sometido a nuestro control, y no podemos eludir este control sin que afecte a nuestro organismo como instrumento para nuestra manifestación. Si formamos nuestra vida cotidiana y nuestra manera cotidiana de ser de modo que los microseres de nuestro organismo enfermen, estos organismos no pueden cumplir su misión en el organismo, cuya destrucción nosotros mismos experimentamos como enfermedad, dolor y sufrimiento, de hecho, a más largo plazo esto puede quizá producir la ruina o muerte del organismo. El destino que damos a nuestros microseres es el destino al que estaremos sujetos, y es evidente que todos los seres vivos, que comienzan a comprender que no es indiferente cómo uno trata su cuerpo, poco a poco se irán convirtiendo en una mejor «providencia» para los seres que «viven, se mueven y están» en su organismo. Es importante que uno ingiera el alimento adecuado, tenga el descanso y relajación suficiente, haga el ejercicio necesario y lo que, en resumidas cuentas, sea beneficioso para el cuerpo físico. Pero es por lo menos igual de importante que uno esté en condiciones de superar los pensamientos y sentimientos que pueden actuar directamente de forma destructiva no sólo sobre el sistema nervioso, sino a través del sistema nervioso también en zonas o espacios de vida muy diferentes del organismo. El hombre puede enfermar por el hecho de tener pensamientos negativos. Estas fuerzas eléctricas pueden crear directamente cortocircuitos y, con ello, catástrofes naturales en el micromundo del cuerpo. Cuando un hombre está enojado, es irritable, está amargado o lleno de odio, esto no sólo afecta a sus semejantes del mesocosmos, o sea, otros hombres o animales, sino que también crea en su propio organismo las tormentas, tempestades y terribles huracanes cuyos efectos son asesinato y mutilación, dolor y sufrimiento para miles de seres vivos que, aunque sean microscópicos en relación con nuestro tamaño, pueden, sin embargo, desde su perspectiva mental sufrir tanto como nosotros podemos sufrir desde nuestra perspectiva. Pero, si nuestros microindividuos están sometidos a una providencia, ¿qué sucede, entonces, con nosotros?
9. La Tierra como ser vivo
Nosotros también vivimos en un organismo muy grande. Ya es un hecho para la mayoría que no estamos rodeados de un espacio absolutamente vacío. A nuestro alrededor hay creación lógica, hay «digestión» o transformación de sustancias, exactamente igual que en el interior de nuestro organismo, hay condensación, evaporación, derretimiento y otras formas de transformación de materia, hay efectos eléctricos y magnéticos, y, ¿por qué no tendrían que ser todas estas fuerzas inmensas en los soles y galaxias cargas eléctricas en un organismo, exactamente igual que en nuestro propio organismo? Todo está dirigido lógicamente y cumple objetivos que han sido planeados. Si consideramos la propia Tierra, y verdaderamente buscamos no caer en los prejuicios tradicionales de que sólo es una esfera o globo mineral, un «lugar» en el universo en el que vivimos, no podemos evitar ver que la Tierra también es un ser vivo. Respira y se alimenta, tiene circulación sanguínea y glándulas con sus funciones, etc., al igual que otros seres físicos. La forma de estas funciones de vida es, ciertamente, distinta a la nuestra, pero como principio son totalmente iguales. Visto desde una perspectiva cósmica, somos, por lo tanto, microseres en el organismo del ser-Tierra. Entre el yo de este ser macrocósmico y nuestro yo hay una conexión similar a la que existe entre nuestro yo y los yos de nuestros microseres. Nuestra sensación de bienestar y malestar, de hecho, incluso nuestro menor suspiro de aflicción no es nada que pase desapercibido en el universo. Para el ser-Tierra, es una condición vital ayudar a sus microseres, estamos bajo su protección y control, al igual que nuestros microseres están bajo nuestra protección y control.
Ahora alguien objetará quizá que el ser-Tierra no es, evidentemente, ninguna buena «providencia» para nosotros, en parte a partir de propias experiencia y en parte a partir de una evaluación de la situación mundial total sólo en esta centuria. Pero, ¿cómo es el propio hombre como «providencia»? ¿Es, acaso, mejor? Desde un punto de vista cósmico, hay que decir al respecto que, al igual que nuestro yo no es dios, tampoco en relación con nuestros microseres, el ser-Tierra tampoco es dios para nosotros. Tanto el ser-Tierra como nosotros somos en relación con nuestros microseres «a imagen de la providencia o dios», pero no somos la propia Providencia o Dios. ¿Cuál es, entonces, la diferencia? Todos los seres vivos del universo eterno constituyen respectivamente universos y materias los unos para los otros, representan «ciclos de seres vivos dentro de seres vivos», que es lo mismo que «la imagen de Dios». Pero, entonces, ¿qué es Dios? Es la totalidad imposible de abarcar, en la que todas estas miríadas de seres vivos viven, se mueven y son. Es el universo o cosmos como un ser vivo.
10. La Providencia y el amor al prójimo
¿Qué es lo que un hombre tiene que aprender viviendo en el organismo del ser-Tierra? Según nuestras primeras letras, aprender a amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo. Para muchos esto sólo es una retahíla de palabras, que han aprendido, que no relacionan con nada real. Porque, ¿qué y quién es Dios y dónde está? No se sabe. Y sobre lo del amor al prójimo, se ha predicado tanto que uno ya no lo escucha. Al igual que uno no ve lo que ve todos los días. Se ha convertido en costumbre decir que tenemos que ser buenos los unos con los otros, y sigue siendo costumbre que no se es. ¿Y amarse a sí mismo? «Sí, pero es un error, no hay que ser egoísta» se dice (al mismo tiempo que se es). La humanidad necesita una detallada explicación de lo que quiere decir tanto amar a Dios como amar a su prójimo y amarse a sí mismo, una explicación que mostrará que, en realidad, es lo mismo, simplemente visto desde tres perspectivas distintas.
Estudiando la Cosmología e intentando vivir, según sus posibilidades, en conformidad con ella, al hombre terreno le será posible amar a Dios amando a su prójimo y, así, no podrá simultáneamente evitar amarse a sí mismo. Pero, ¿quién es nuestro prójimo? No son solamente los demás seres del mesocosmos, sino también nuestros órganos, células, átomos, etc. Son todos los seres vivos que viven en el universo que nuestro organismo constituye y para los que constituimos una especie de «providencia» o un «ángel de la guarda n.º 1». «Trata a tu prójimo como tú quieres que se te trate». Pero esto quiere, claro está, decir que si deseamos que el ser-Tierra cree las mejores condiciones posibles para nosotros, entonces para poder cosechar esto tenemos que sembrar estas condiciones donde sea posible. Y esto es en relación con nuestros propios microseres. Allí podemos sembrar el buen destino que deseamos cosechar en el futuro. Podemos «escuchar sus oraciones», y no sólo esto, podemos tratar de crear las condiciones que no les proporcionen sufrimientos y molestias, sino lo contrario, trabajando para crear una mente sana en un cuerpo sano.
Que los seres vivos crean, en los ciclos de espiral situadas por encima y debajo de ellos, respectivamente universos y materias los unos para los otros quiere, en realidad, decir que son instrumentos u órganos por medio de los cuales es posible experimentar a Dios. Y para Dios, todos los seres vivos del universo son órganos por medio de los cuales a la Divinidad le es posible experimentar la vida. Los seres son tan necesarios para Dios, como Dios lo es para los seres, y conjuntamente constituyen una unidad eterna y viva, en la que el más pequeño átomo está tan cerca de Dios como un sistema de galaxias. ¿Desea Dios escuchar nuestras oraciones? Sí, nuestras oraciones van, a través de seres espirituales, que son órganos de los cuerpos espirituales del yo del ser-Tierra, al yo de este ser que es «el ángel de la guarda n.º 1 de los hombres» y continúan a otros de los órganos de percepción de la Divinidad que pueden recibir una onda de esta longitud. Pero, ¿somos escuchados de manera que suceda lo que deseamos? No siempre lo que exactamente deseamos que nos suceda, sucede. A la larga tampoco sería, quizá, una ayuda para nosotros si sucediera. Por esto Cristo también les enseñó a los hombres a pedir: «Padre, no sea mi voluntad, sino la tuya». Entonces, ¿no reciben ayuda los hombres? Sí, se nos ayuda siempre, cuando pedimos ayuda, y, por consiguiente, no hay ninguna situación en la que no se pueda pedir ayuda para superar las dificultades. La ayuda vendrá, quizá de la manera que menos se esperaba. Cuanto más una persona es capaz de amar a su prójimo, en el microcosmos, mesocosmos y macrocosmos, más esta persona comenzará a experimentar a Dios o Providencia en todas partes, y más colaborará con el yo de la Tierra en la transformación de su organismo en un mundo de armonía y paz, y esto no podrá hacerlo sin transformar su propio organismo para que sea una alegría y una bendición para las miríadas de seres vivos para los que es un universo.
Título original danés: Forsynet. De una conferencia en el Instituto Martinus el domingo 4 de octubre de 1953. El manuscrito de la conferencia ha sido revisado por Mogens Møller y aprobado por Martinus. Se publicó por primera vez en la edición danesa de Carta de Contacto n.º 2-3, 1966. Traducción del danés al castellano por Martha Font con la colaboración del equipo de lengua castellana. ID de artículo: M0310.

© Martinus Institut 1981, www.martinus.dk

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