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Lista de artículos

M2457
El camino hacia la paz
Por Martinus

1. La antipatía o la causa de la liberación del principio mortífero en el comportamiento del hombre terrestre
Mientras el hombre terrestre no sea todavía un ser plenamente iniciado o plenamente desarrollado, el fundamento primario de sus actos y comportamiento será, en un grado correspondiente, la energía del peso encapsulada en el sentimiento no intelectual y un ligero matiz de instinto. Según Livets Bog (el Libro de la Vida), la energía del peso es lo mismo que el fuego, y el sentimiento lo mismo que el frío. En el organismo de un ser vivo, estas energías cósmicas están unidas en un equilibrio entre estos dos extremos en la forma de la temperatura normal del mismo organismo. En la mentalidad del ser no iniciado, estas energías básicas se manifiestan en forma de un desequilibrio variable a favor de una u otra de estas energías. Este desequilibrio caracteriza entonces, en la situación dada, todo el despliegue de la voluntad del ser y la consiguiente manifestación en pensamiento y acción.
Cuando la energía del peso está desequilibrada y, por consiguiente, domina la energía del sentimiento, la voluntad del ser se caracteriza por una antipatía más o menos desenfrenada que, a su vez, según el predominio de la energía del peso en relación con la energía del sentimiento, se manifiesta en la cólera, el mal genio y los consiguientes actos de venganza, peleas, matanzas y mutilaciones. Es este estado que existe permanentemente en el depredador y le permite superar y matar a su víctima. Y es la misma condición que, en el ser humano inacabado, genera toda enemistad y, en su culminación más dominante, se manifiesta en forma de guerras entre seres humanos, o «la guerra de todos contra todos». Toda enemistad, toda venganza, de hecho, todo lo que en el hombre es contrario al gran mandamiento de la caridad: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo», se desencadena por el desequilibrio de la energía del peso en los seres. Este desequilibrio o sobredimensión de la energía del peso en relación con la del sentimiento en el ser es la causa verdadera y profunda de la utilización del principio mortífero en la manifestación y el comportamiento del ser.
2. Repulsión y atracción mental
Cuando, por el contrario, la energía del peso está en déficit y la energía de sentimiento está sobredimensionada o aparece sobredimensionada en relación con la energía del peso, el ser se encuentra en un afecto opuesto. Mientras que la energía del peso sobredimensionada crea la antipatía del ser, la energía del sentimiento sobredimensionada crea de manera similar la simpatía del ser. Y la interacción diaria del ser humano inacabado con sus semejantes y su entorno se convierte en una variación o utilización alterna de antipatía y simpatía. La antipatía y la simpatía son respectivamente lo mismo que la repulsión y la atracción mental.
3. La emoción sobredimensionada crea el enamoramiento
Mientras que la repulsión se manifiesta en amargura, cólera, persecución, calumnia, y en general todo lo que puede destruir y herir al objeto de la antipatía del ser en cuestión, la atracción, por el contrario, produce una simpatía exagerada, una especie de amor que en realidad no es amor en absoluto, sino un medio, un método habitual por el que se satisfacen ciertos deseos egoístas. Esta simpatía o amor inauténtico se caracteriza por el hecho de que si la satisfacción de los deseos egoístas obtenidos por ella ya no puede ser obtenida, por ejemplo, en virtud del hecho de que dicha simpatía ya no afecta al ser hacia el que se dirige, estando el mismo ser saturado de esta simpatía y habiéndose atraído hacia otros seres, otros intereses, entonces el originador de la simpatía cambiará repentinamente su actitud a la antipatía, y por medio de la ira y actos de violencia tratará de obtener lo que anteriormente obtuvo por su simpatía.
Es el mismo principio que vemos culminar en el enamoramiento de un ser por otro ser. Este enamoramiento es también una simpatía excesiva, desencadenada y soportada por el deseo de poseer el objeto del enamoramiento, en cuya convivencia el ser que origina el enamoramiento encuentra un placer casi vital. Si este placer es mutuo entre las partes, éstas experimentan la culminación del instinto de apareamiento en bienestar o felicidad. Pero si este bienestar se pierde en una de las partes, a medida que este ser comienza a encontrar mayor placer en otro ser y, por lo tanto, llega a sentir mayor simpatía por él, la parte todavía enamorada comenzará a expresar esa antipatía y cólera contra su rival que llamamos celos. Y contra el objeto de su enamoramiento, el mismo ser, en el peor de los casos, usará la violencia; de hecho, hay ejemplos de tal amante celoso que incluso asesina al objeto de su enamoramiento. Pero es exactamente el mismo tipo de «amor» que presenciamos en las simpatías de la vida cotidiana ordinaria. Asimismo, en la mayoría de los casos, son sólo métodos por los que uno tiene o puede ver una ventaja futura. Tales simpatías, entonces, son realmente sólo una expresión del mismo principio que el enamoramiento. La única diferencia es que en la infatuación ordinaria uno desea ser apareado con otro ser, mientras que en la liberación ordinaria de simpatía cotidiana uno desea ser «apareado» con (llegar a poseer) cosas que pueden significar grandes placeres o bienes materiales ventajosos.
En realidad, toda esta simpatía egoísta es lo mismo que «esnobismo». ¿Acaso a la mayoría de las personas no les gustaría ejercer todo su encanto y hacer mucho por un ser que se encuentra en una gran posición, y del que se sabe que tiene el poder de ayudarle a alcanzar una posición mejor, una posición destacada en la sociedad, o la realización de otros sueños deseables? – Que un hombre entre en una gran tienda vestido con un traje pobre, de modo que el dependiente piense que es un don nadie en términos sociales o societarios. Seguramente se dará cuenta, por la actitud fría y poco amistosa de los dependientes o dependientas hacia él, de que aquí no cabe esperar simpatía ni siquiera cortesía común. Sólo hay frialdad mental. Una hora más tarde, que el mismo hombre, muy endomingado y vestido a la moda más fina y cara, llegue a la puerta de la tienda en uno de los coches de lujo más modernos y caros y con chófer privado. Ya no son los empleados más subalternos los que le atienden. No, son los jefes del departamento y los subdirectores quienes hacen gala de su mayor encanto y buena voluntad para agradar al «gran hombre». Ser de su agrado puede significar mucho en tu carrera y en tu puesto. En otras palabras, uno muestra hacia el gran hombre un despliegue mental que, en principio, es el mismo que el despliegue por un enamoramiento que, en realidad, en su análisis más profundo, no es más que una forma superior de «esnobismo». Así, por el «gran hombre», uno despliega un esnobismo muy enérgico. Uno espera que uno u otro de sus deseos puedan ser cumplidos por él. Pero ¿si el «gran hombre» acepta de buen grado la generosidad de esos seres, pero no le da a cambio ni siquiera un amistoso gracias o un reconocimiento más tangible? – Pues bien, el amor ha seguido el camino del esnobismo, se ha convertido en antipatía, dando lugar a todo tipo de expresiones que, en el peor de los casos, son de tal naturaleza que resultan más o menos inadecuadas para reproducirlas aquí. Hay que observar, sin embargo, que entre ese personal puede haber, por supuesto, personas que constituyen una excepción a la regla, y que son, por lo tanto, más maduras, más crecidas espiritualmente, y que, por lo tanto, comienzan a tener la misma simpatía, es más, a veces una simpatía mayor, por el pobre que por el rico. Pero no es a partir de las excepciones que se forma un análisis, debe formarse a partir de las generalidades.
4. El hombre animal o la solución al enigma de la esfinge
Vemos, pues, que el egoísmo está presente en todas estas formas de simpatía. Esta forma de simpatía no tiene nada que ver con la verdadera simpatía desinteresada e intelectual, que es lo mismo que el amor absoluto. Es, por el contrario, sólo una parte de la autoconservación del ser inacabado. Tales tendencias egoístas son las que caracterizan a la conciencia animal pura, mientras que todas las tendencias altruistas del hombre caracterizan al hombre acabado. Es decir, la zona de la mentalidad del hombre que favorece el egoísmo o el egocentrismo es animal, y la zona de la mentalidad que favorece el altruismo es humana. Así como el hombre terrestre es un «mamífero» en cuerpo, también, debido a la región animal prominente en su mentalidad, es un animal en conciencia. El hombre no iniciado es, pues, hasta cierto punto «animal» y hasta cierto punto «hombre». Por lo tanto, su manifestación o modo de ser también debe ser correspondientemente animal y humano. Esta es la solución al enigma de la esfinge.
5. Lo que debería ser la principal tarea de todo gobierno y partido político
¿No debería ser la tarea principal de todo gobierno o autoridad, así como de todo partido político, promover una ciencia que haga evidente a todo ser los inconmensurables beneficios privados y públicos que conllevaría deshacerse de la superstición en el ser humano, por lo demás tan desarrollado intelectual o materialmente, de que los demás seres son sus enemigos y que debe combatir a estos seres con armas, asesinatos, matanzas y destrucción? – Con la eliminación de esta superstición, uno llegará a ver que el único mal que existe está dentro del propio dominio mental de cada hombre no iniciado. En virtud de este mal, el hombre se convierte en su propio enemigo mortal. En un sentido absoluto, el hombre no tiene área hostil en todo el vasto universo. Todo existe para servir al ser vivo. En realidad, no hay absolutamente ningún otro camino hacia la paz duradera en la tierra, tan fuertemente deseada por toda la humanidad, que precisamente a través de la ciencia de lo animal en el hombre y la consiguiente práctica de la promoción de la destrucción de este ámbito animal en el propio ser interior, en la propia mentalidad, en el propio cerebro, corazón, carne y sangre. La causa de toda experiencia de nuestra discordia se encuentra absolutamente sólo en nuestro propio interior, absolutamente no en el interior de nuestros semejantes. Sólo existe la causa de la experiencia de la discordia de estos seres. Por consiguiente, nunca, en ninguna situación, podremos hacer la guerra y crear así la paz en nuestra propia mente persiguiendo y derrotando a otros seres.
6. La mayor y más sanguinaria superstición del siglo XX
Es esta superstición mayor y más sanguinaria del siglo XX la que crea hoy las bombas atómicas, estos medios de multiplicar la violación de la ley de la vida o del quinto mandamiento: ¡No matarás! Pensad en lo que le cuesta a la humanidad en trabajo y molestias, en impuestos y más impuestos sobre los seres de una superficie cada vez mayor, aparte de todos los millones de asesinatos y la destrucción de siglos de benditas creaciones que así se ponen en marcha. ¿Y no es el mayor resultado de esto, que millones de seres humanos sanos, jóvenes y vigorosos se conviertan en inválidos, cojos y rastreros, ciegos y sordos despojos animales, pero lo suficientemente vivos, o con el suficiente sentido que les queda, para experimentar la degradación, la ruina o el infierno que inevitablemente cae sobre todo asesino, homicida y saboteador de la vida? Esta horrible superstición de que es el prójimo, son otras personas, son otras naciones y pueblos los responsables de nuestro destino y desgracia, y que por lo tanto sólo podemos salvarnos destruyéndolos, es una sentencia de muerte tan chillona sobre nosotros mismos, cuya práctica nunca, en ninguna situación, nos traerá la paz o felicidad, sino que inevitablemente nos llevará directamente a la ruina y al sabotaje de nuestra propia movilidad y bienestar, nos conducirá a la incapacidad y a la culminación tanto en el sufrimiento físico como en el mental. Tal estado, a su vez, conduce al tedio ante la vida, incluso al miedo a vivir y, en el peor de los casos, nos lleva finalmente al suicidio.
7. Es mortalmente peligroso que los hombres utilicen su poder sobre los millones de caballos de fuerza de la naturaleza para sabotear la vida y la propiedad del prójimo
Por lo tanto, es más importante, de hecho, es una condición vital absoluta, que uno aprenda a ser tan perfecto en la práctica de la actitud y el comportamiento correctos en la vida diaria como uno ahora piensa que es una condición vital volverse hábil en usar las máquinas modernas del infierno y por medio de éstas con maravillosa precisión acertar al enemigo y destruir su vida y sus valores vitales. Así pues, la superstición de la llamada Edad Media oscura no es nada comparada con la superstición que en el siglo XX domina a una humanidad que ha sometido a millones y millones de caballos de fuerza de la naturaleza, y que incluso puede dirigir a los elementos para que trabajen para ella, una humanidad que ve cientos de miles de años luz en el espacio, en el macrocosmos, y que también puede, despierta y consciente, seguir los movimientos de los átomos en el microcosmos. Esto no sólo es trágico, sino mortalmente peligroso. Pensar que, con una superioridad tan extendida y con tal dominio sobre los elementos, debemos destruir a nuestro prójimo, a nuestros semejantes, con este poder impresionante, simplemente porque vivimos bajo la ilusión o la creencia de que es nuestro enemigo, equivale a aplastar todo lo que puede conducirnos directamente a la paz o a la felicidad normal de la vida. Todo lo que pertenece a la guerra entre los hombres o entre los estados, todo lo que se llama armamento militar, todo lo que se destina a la creación de cañones, bombas u otras armas de asesinato, toda la propaganda en favor de la guerra, es un sabotaje de toda felicidad y existencia humanas reales y no puede en ninguna situación expresarse como un acto intelectual, cósmicamente hablando.
8. Lo que sabotea toda protección contra la guerra y sus efectos
Lo anterior expresa, pues, una forma de actuar que absolutamente sólo puede tener lugar en el dominio culminante de la ignorancia y la superstición. Resolver una disputa entre dos partes mediante la guerra es un acto no intelectual y, por lo tanto, sólo se justifica en el dominio de lo animal. Es esta mentalidad no intelectual o animal la que mantiene hoy a toda la humanidad atada a las regiones de la oscuridad y la muerte o a la «guerra de todos contra todos». Es esta misma actitud animal la que crea la absoluta desprotección contra los efectos y calamidades de la guerra en todo el mundo. Los seres no se atreven a creer en el verdadero cristianismo, ni en esto de ofrecer la mejilla derecha cuando se es golpeado en la izquierda. Mete tu espada en la vaina, porque todo el que a espada mata, a espada perecerá. Mientras el hombre siga dudando de la caridad, que está destinada a ser lo primordial en la vida humana, se hundirá y volverá a hundirse en las ciénagas y fosas asesinas e inductoras de dolor mortal y la desgracia. Se convierten en un combustible colosal para los fuegos de la guerra.
9. La objeción tradicional a la postura antibelicista
Ahora bien, normalmente se planteará la vieja objeción tradicional de que uno no puede quedarse de brazos cruzados mientras soldados extranjeros profanan e infligen violencia a su esposa y a otras mujeres, del mismo modo que uno no puede quedarse de brazos cruzados mientras ladrones y bandidos, con brutalidad y violencia hacia adultos y niños, asolan y saquean, profanan y mutilan todo a su alrededor. Si aquí todo el mundo ofrece la mejilla derecha, ¿cómo cree que irán las cosas? – De verdad, es precisamente ese miedo el que alimenta no sólo los particulares, sino también, y en muy alto grado, los propios estados o pueblos. Todos ellos se movilizan y se arman por miedo al ataque de otros pueblos y estados. Las costosísimas instalaciones bélicas, las ingeniosas máquinas de matar, las bombas atómicas y otras máquinas de matar construidas a expensas de la economía y el bienestar normal de los estados son el resultado del miedo. La cuestión es si ese miedo está justificado.
La capacidad de ver el futuro no es una capacidad universalmente reconocida de la humanidad. De hecho, ni siquiera pueden ver con certeza su destino mañana, ni siquiera pueden prever su próxima hora y, por supuesto, son aún menos capaces de prever el destino de su prójimo o el destino de los mismos seres a los que temen. Entonces, ¿cómo puede afirmarse con razón que tal o cual persona debe estar armada hasta los dientes para evitar ser atacada él mismo o para poder proteger a sus familiares, esposa e hijos? Para una persona no iniciada cósmicamente sería absolutamente imposible predecir algo absolutamente definitivo al respecto. Todo aquí sólo podría ser hipótesis y conjeturas. Puede haber una posibilidad muy grande de que estos parientes concretos mencionados no tengan ningún destino oscuro y fatal, ya que en su vida y comportamiento hace tiempo que han acumulado o desarrollado un aura que les hace inmunes a todo destino que les sabotee la vida.
Obligar a estos seres con armas asesinas en las manos y, con la amenaza del castigo y la condena a muerte, obligarles a matar y asesinar a su prójimo, contra el que ya están protegidos por su aura desarrollada, no sólo es clamorosamente injusto y sin sentido, sino que en realidad es lo mismo que «pecar contra el Espíritu Santo». Se dice que este pecado es imperdonable. Cuando los estados o las autoridades, sin la menor consideración personal por la psique de cada individuo, su concepción de la vida y su comportamiento moral, obligan a todo el mundo a ser soldados, a ser guerreros, a ser asesinos y saboteadores, son por lo tanto culpables de un comportamiento cuyos efectos no pueden «perdonarse», es decir, no pueden mitigarse. En otras palabras, personas que en realidad se han evolucionado desde hace mucho tiempo fuera del dominio de la guerra, seres que ya no pueden matar y asesinar, vengarse y odiar, y que por lo tanto constituyen cada uno en sí mismo un espacio de paz, se ven obligados a ser guerreros y a promover la discordia, la muerte y la destrucción. Con ello, el estado y las autoridades sabotean el espacio de paz que ya se ha formado o ha nacido en el estado, en lugar de apoyar, acoger y valorar este su real, único y verdadero espacio cultural humano. Mientras los estados y las autoridades, sin ninguna consideración psicológica por el individuo, obliguen a todos a ser guerreros, saboteadores y asesinos, hacen la guerra y sabotean su propio ámbito de paz. Al hacerlo, se convierten en un enemigo para sí mismos, incluso peor que el «enemigo» al que quieren combatir mediante la guerra. Pero ¿cómo pueden convertirse en expertos en hacer la paz unos estados y unas autoridades que no sólo están en guerra sangrienta con los vecinos (otros estados), sino también en guerra consigo mismos internamente (la coacción militar de personas que son humanistas de corazón y gentes de paz)? – Cuánta razón tiene la Biblia. El pecado contra el Espíritu Santo no puede ser perdonado. La guerra contra el prójimo y la guerra contra uno mismo es un sabotaje del espíritu de Dios. Aquí sólo puede tener dominio la danza de la muerte del infierno. Aquí es el hogar del llanto y el crujir de dientes.
10. El camino hacia la paz
El camino hacia la paz sólo puede recorrerse comprendiendo que la selección de soldados, es decir, la selección de guerreros sólo debe hacerse entre los que sean verdaderamente guerreros de corazón. Obligar a hacerse guerreros a seres que son humanistas de corazón y que no tienen corazón para matar o mutilar a seres vivos equivale, por lo tanto, a sabotear y destruir la paz ya establecida. La paz sólo puede crearse en el suelo del amor al prójimo. Si este suelo no se cuida y se nutre, no hay que creer que pueda producir los frutos vivificantes de la paz. Dentro de todos los estados y pueblos existe una parte de seres que aún nacen guerreros, es decir, seres que creen que todo debe decidirse por la fuerza. En el área del derecho y de la humanidad son todavía en gran parte analfabetos. Estos seres son el suelo favorable para la guerra y la discordia. Estos seres son los enemigos legítimos de los guerreros de otros estados. Mientras un estado tiene que tener ejército y reclutar soldados, debe ser capaz de distinguir psicológicamente entre los guerreros y los humanistas, para poder reclutar a los guerreros como soldados y eximir a los humanistas, que no tienen la menor culpa de la existencia de la guerra. Los estados no pueden permitirse el lujo de perder a sus humanistas, ya que no se puede lograr la paz sin humanistas. Permitir que los humanistas o expertos en la paz sean exterminados en los campos de batalla junto con los guerreros es lo mismo que tirar al niño con el agua de la bañera. Con esto se sabotean todas las condiciones o posibilidades de crear la paz. La única manera de protegerse contra el mal, contra la violencia y brutalidad, no es el sabotaje mortal, el asesinato y la matanza, sino purgarse de todo lo que existe de este tipo en el propio interior, porque lo animal y lo mortífero en el interior del hombre es la fuente de su eventual guerra contra el prójimo y de las lesiones y oscuros destinos que esto conlleva. Pero contra este efecto recurrente de manifestación oscura contra el prójimo no existe protección, por mucha fuerza militar o muchas divisiones o ejércitos de soldados, policía o judicatura tras los que uno crea poder esconderse. El destino acierta al hombre infaliblemente, ya sea en un entorno tranquilo o en medio de la danza de la muerte en la guerra. La ley se cumple. Quien a espada mata, a espada ha de perecer. El camino hacia la paz es, pues, sólo éste: dar al prójimo la paz y bendición en las que nosotros mismos deseamos vivir.
Título original: Vejen til freden. ID: M2457. Traducido el danés al castellano por Else Byskov y revisado y corregido por David Pinzón Cadena en marzo del 2023.

© Martinus Institut 1981, www.martinus.dk

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