<br />
<b>Warning</b>:  Use of undefined constant STJERNESYMBOL_ALT_TEKST - assumed 'STJERNESYMBOL_ALT_TEKST' (this will throw an Error in a future version of PHP) in <b>/var/www/martinus.dk/public_html/da/artikeldatabase-old2/i_bodystart.php</b> on line <b>22</b><br />
STJERNESYMBOL_ALT_TEKST


Palabras:     Palabras enteras     Inicio de palabra  Ayuda   

Lista de artículos

M2002
El misterio de Pascua
por Martinus

1. »El principio Jueves Santo»
Aunque en mi librito Pascua he dado cuenta de mi punto de vista sobre este misterio, sin embargo, todavía hay algunas cosas que observar con respecto a esta narración santa heredada del pasado. Si la narración de Pascua no hubiera sido expresión de un acontecimiento que tuvo lugar en realidad, tal como es el caso, habría, sin embargo, sido una obra poética tan sumamente fundamental y enraizada genialmente en el principio mismo de la vida, que en tiempos posteriores habría tenido que mostrarse como un símbolo inconmovible de la propia realidad.
La narración de Pascua se puede dividir en tres partes, cada una de las cuales expresa un aspecto muy determinado de la vida. Son estas tres partes las que evocamos por medio de los tres días santos: Jueves Santo, Viernes Santo y Domingo de Pascua. A la primera parte la podemos, así, denominar, «el principio Jueves Santo», a la siguiente «el principio Viernes Santo» y a la tercera: «el principio Domingo de Pascua». Estos tres principios están mucho más profundamente arraigados en la vida cotidiana de lo que quizá hasta ahora se ha sospechado. Es más, están, incluso, tan arraigados en el cristianismo de iglesia, que se nombran en cada entierro en forma de las tres frases siguientes: «de la tierra vienes», «en tierra te convertirás», y «de la tierra resucitarás de nuevo».
¿Qué se entiende, entonces, por «principio Jueves Santo»? Según la narración de la tradición, Jesús comió la cena de Pascua con sus discípulos, y Judas abandonó la celebración para traicionar a su maestro. Además, se cuenta que fueron al Jardín de Getsemaní la misma tarde y sobre la lucha espiritual de Jesús, la presencia del ángel y los discípulos que se durmieron y abandonaron a Jesús a su propio amargo destino. ¿Qué es lo que aquí presenciamos? ¿No es exactamente una caracterización completa de la vida cotidiana humana terrena todavía primitiva? ¿No vemos aquí a los hombres ser amigos íntimos, hacer banquetes juntos y, sin embargo, a escondidas bajo las alegrías de esta mesa, calumniarse y traicionarse mutuamente? ¿No sucede también, con mucha frecuencia, que amigos del mismo medio están adormecidos y se muestran indiferentes ante el sufrimiento de los otros? ¿Y no encontramos también aquí el lugar donde reside la culminación de la angustia y el temor a la muerte? ¿Y hay alguna otra situación o esfera de conciencia en la que la presencia de un ángel es más necesaria que, precisamente, aquí? ¿Y no es un ángel así el que se manifestó a través de cada uno de los practicantes e intérpretes absolutos del evangelio del amor? ¿Hay un acto angélico mayor que dar su vida para salvar a su prójimo? En todo caso, no hay ningún acto más amoroso. La narración del Jueves Santo, además de constituir una parte de la narración sobre el redentor del mundo, también es, así, una imagen simbólica de la propia humanidad terrena.
2. »De la tierra vienes»
Como ya hemos dicho, esta imagen también se expresa por medio de la frase concentrada: «De la tierra vienes». ¿No sucede, precisamente, que a través de la investigación de la ciencia moderna en todos los ámbitos es cada vez más evidente que el hombre terreno no ha sido hecho de «nada» por medio del despliegue de una repentina orden despótica, sino que su nacimiento en el exterior es una expresión visible de un proceso evolutivo que ha tenido lugar a lo largo de un tiempo incalculable? ¿No es evidente para cada hombre intelectual que la Tierra se encontró una vez en un estado de fuego llameante y candente, y que entonces tenía que estar totalmente desprovisto de toda vida vegetal y animal? ¿No es, así mismo, un hecho que las materias llameantes poco a poco se fueron enfriando y, con ello, transformándose en agua, grava y arena, se convirtieron en «tierra»? ¿Y no se desarrolló aquí la vida vegetal por medio de la interacción entre esta «Tierra», los rayos del Sol y el agua del planeta? ¿Y no se convirtió la vida vegetal poco a poco en vida animal? ¿No hace ya tiempo que las formas vegetales de transición, que son medio planta y medio animal, se han convertido en hechos científicos? ¿Y no podemos, precisamente, seguir el proceso de evolución progresiva de los organismos animales hasta la forma de hombre terreno? El organismo humano terreno ha surgido así, dicho literalmente, de «tierra». Y la frase del cristianismo de iglesia expresa, de esta manera, una verdad científica.
3. »El principio Viernes Santo»
El siguiente principio del misterio de Pascua se expresa como «el principio Viernes Santo». Este principio se expresa en la Biblia como la narración sobre la presentación de Jesús ante el juez supremo de Palestina, Poncio Pilatos, además de su flagelación, sus palabras divinas, su sufrimiento y muerte en la cruz. ¿Qué expresan estos acontecimientos? ¿No expresan, de hecho, en principio la propia muerte y lo que accesoriamente siempre existe en el exterior alrededor de la muerte? Cada hombre terreno pasará por el proceso que expresamos como «muerte». ¿Y no sucede que cada hombre terreno que comienza a presentir que se acerca la muerte se angustia, comienza a sentirse ante el juez supremo y, a través de esta sensación, puede experimentar todas las formas de terror?
¿Y no son, precisamente, estas formas de terror que, conjuntamente, son el comienzo del denominado «purgatorio»? ¿No hay, precisamente, muchos hombres terrenos que aquí experimentan alguna forma de «crucifixión»? Es más, hay incluso quienes, debido a muchos remordimientos de conciencia, se sienten directamente en «el fuego ardiente del infierno» y, en su aflicción, imploran a la Providencia o al redentor del mundo salvación o liberación, de la misma manera que hay quienes son felices perdonándolo todo y a todos y expirando con la mayor y más profunda confianza en la Divinidad eterna. ¿Y no son, precisamente, estos detalles que tienen lugar alrededor del proceso de la muerte los que simbólicamente pueden manifestarse en el panorama de la muerte del propio redentor del mundo? La coronación de espinas, la flagelación, el desprecio y las burlas de la multitud, además de la propia fijación con clavos y muerte en la cruz, ¿no son, acaso, una apropiada manifestación de «purgatorio» o «infierno»? ¿No culmina aquí la sensación de estar alejado de Dios? ¿No lo confirma, precisamente, el redentor del mundo exclamando las conocidas palabras: «Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado?»
Pero, ¿no vemos la liberación o bienaventuranza simbolizada en la escena de la muerte del redentor del mundo? ¿No tuvo, en medio de las burlas y la humillación, cuando estuvo ante Pilatos y la multitud, la conciencia de ser un «rey», aunque su reino «no era de este mundo»? ¿No experimentó que la obra de su vida, su misión se había cumplido? ¿Y no tomó a todos sus enemigos en su corazón con la expresión: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen»? ¿Y no vemos una confianza ilimitada en la Providencia en los últimos débiles suspiros de sus labios agonizantes: «¡Padre! En tus manos encomiendo mi espíritu»? ¿Se puede imaginar una simbolización mayor de la antítesis del «infierno»? Sentirse envuelto en una dignidad real, sentir la obra de su vida cumplida, abrazar a sus verdugos o torturadores con el más profundo e íntimo deseo ardiente de su amor, al mismo tiempo que con una confianza culminante se entrega el espíritu a la custodia de Dios, sólo puede ser, entonces, la culminación del ideal del encuentro de un ser con la muerte o su regreso a Dios.
4. »En tierra te convertirás»
Este «principio Viernes Santo», por su parte, también se expresa, como se ha dicho, en la frase «en tierra te convertirás». ¿Qué es lo que, en realidad, debe y puede convertirse en «tierra»? No es precisamente lo mismo que lo que «había venido de la tierra». Y lo que había «venido de la tierra» era, como hemos mencionado anteriormente, el organismo carnal, animal del ser. Este organismo animal se convertirá, por consiguiente, de nuevo en «tierra». Pero esto sólo es lo que durante mucho tiempo ha sido un hecho para todos los hombres. Es este hecho al que todos llaman «muerte». Pero hay algo que no puede morir, algo que no ha venido «de la tierra» y, por lo tanto, tampoco puede convertirse en tierra. Es «el algo» del organismo que siente temor ante la muerte y alegría ante la vida; «el algo» que siente angustia y sufre y tiene hambre de amor; «el algo» que se siente salvado al percibir vagamente a una Divinidad en cuyas manos puede encomendar su espíritu. Es este «espíritu» lo que es lo vivo, lo que manda, lo que ordena y crea del organismo. Que en el organismo hay un «algo» así, que ordena y manda, es un hecho por la circunstancia de que podemos mover nuestros miembros, podemos percibir, sentir y presentir, podemos amar y odiar. Todo esto tiene lugar en virtud de la voluntad en alguno de los tres estadios, tal como: «conocimiento-A», conocimiento-B» o «conocimiento-C», es decir: voluntad como función despierta diurna o voluntad como función automática. Es a este «algo» que dirige la voluntad al que expresamos como «el yo», cuando hablamos sobre nosotros mismos. Decimos: «Yo pensé, yo hablé, yo escribí» etc. Que este »algo», que dirige la voluntad o manda debe ser anterior al organismo, sólo es lo que por todas partes se muestra como un hecho. Todavía no se ha visto nunca otra cosa que un organismo desde su primer e incipiente estadio fetal y hasta su pleno estado adulto normal sea construido totalmente de acuerdo con un plan. Y una planificación sólo puede, claro está, existir como el producto de una voluntad. Como una voluntad sólo puede existir como el producto de un deseo, y un deseo es, en lo más profundo de sí, lo mismo que «deseo de vivir», esto revela que antes del organismo ha existido «algo» que ha tenido deseo de la vida que sólo puede experimentarse por medio del organismo. El deseo sólo y únicamente puede existir como una cualidad de «algo». No puede ser una cualidad de «nada».
5. «El creador» tras «lo creado»
Por consiguiente, es este «algo» vivo, que dirige la voluntad, el que constituye «el creador» tras «lo creado». En caso contrario, sería «lo creado» lo que origina al «creador», lo cual está al cien por cien en conflicto con los hechos o la realidad. Para construir una casa hace falta un constructor, para hacer pan hace falta un panadero, de la misma manera que hace falta un poeta para escribir poesía. Nada puede surgir de casualidades o (del) caos. Sólo un «algo» fuertemente deseoso de planificar y que dirige la voluntad puede transformar casualidades y caos en una planificación u organización lógica. A esta organización la expresamos como lo creado. Y a una organización así pertenece, precisamente, el organismo del ser vivo. Y su organizador constituye, por lo tanto, lo que denominamos yo o «espíritu». Y es la percepción vaga o deseo de la presencia e inmortalidad de este espíritu lo que, especialmente, surge en la conciencia diurna física del ser por medio del «principio Viernes Santo» o en la sensación de que va a morir. Es este espíritu lo que cada vez se acostumbra más a entregarse a la custodia de Dios cada vez que su organismo físico debe, necesariamente, convertirse en «la tierra» de la cual ha venido. «El principio Viernes Santo» es, así pues, «el principio muerte» o del retorno de la materia del organismo a la tierra. Es la separación del yo o espíritu del organismo físico. Esta separación tiene lugar en virtud de los ciclos que se producen en todas partes en la naturaleza. Sin esta separación, el ser vivo no estaría jamás en condiciones de experimentar su soberanía divina como señor absoluto de la materia y la vida. Si no viviese su vida fuera de esta o aquella clase de materia o energía básica, debería permanecer eternamente en la incertidumbre de su inmortalidad, de la naturaleza verdadera de su yo como una chispa de este Dios.
6. El principio resurrección o principio día de Pascua
La frase «en tierra te convertirás» no es, así, en realidad expresión de un deprimente proceso de aniquilación de la vida, sino una disposición luminosa, en virtud de la cual las funciones eternas de la vida del individuo están garantizadas. Pero, esta garantía sería totalmente imposible si no existiera el principio resurrección o lo que yo anteriormente nombré como «principio día de Pascua». La narración de Pascua heredada del pasado cuenta sobre cómo Jesús de Nazaret, después de haber estado enterrado dos días surgió de la tumba y fue reconocido por varios de sus amigos, incluso en una ocasión se reunió con todos ellos y completó la enseñanza e instrucción que anteriormente, antes de su crucifixión o muerte, les había impartido. Al igual que las otras dos partes de la narración de Pascua, el principio Jueves Santo y Viernes Santo, tenían su raíz en la realidad y expresaban inmensos principios básicos universales de la vida cotidiana del hombre terreno, el principio resurrección o Pascua también es en sumo grado un símbolo o expresión de un principio inalterable que domina la vida en todas partes. Es cierto que este principio no es tan fácil de comprender material y físicamente para el hombre terreno común como los dos principios primeramente nombrados, y esta es, precisamente, la causa de que dicho principio todavía aparezca para este ser como un misterio. La capacidad de percepción del hombre terreno todavía sólo se extiende principalmente a las reacciones físicas y a sus medidas y peso, velocidad y volumen puramente materiales. Pero esta forma de resultados no puede darle al individuo información directa sobre cosas que no tienen ninguna medida, cosas que no tienen ningún peso, cosas que no tienen ninguna velocidad ni movimiento, cosas que no tienen ningún volumen, consistencia ni cabida. Dichos resultados sólo pueden, de esta manera, informar sobre propiedades de la materia o sustancia. Y como consecuencia de la fuerte limitación de la capacidad de la facultad de percepción humana terrena, esta sustancia o materia se ha convertido en lo que lo domina todo en la mentalidad o conciencia del hombre terreno, de hecho, es tan preponderante que este ser a veces niega totalmente la presencia de cualquier otra cosa y, con ello, se hace idéntico a la materia.
7. En el hombre terreno hay un hambre especial que no puede saciarse con resultados científicos generales
¿Existe, entonces, algo más que la materia? ¡Sí, indiscutiblemente! La sustancia o materia no puede de ninguna manera constituir todo lo que existe, lo cual se ve claramente en virtud de los resultados de pesos y medidas ya mencionados. Estos resultados no cubren en absoluto las preguntas del ser evolucionado y, por consiguiente, tampoco pueden satisfacer su inteligencia, lo cual podrían hacer si expresasen al cien por cien lo que existe. Que un ser mida 175 cm., pese 70 kg. y exprese tal o cual velocidad en sus manifestaciones, y con su organismo constituya tal o cual volumen no da ninguna información en absoluto sobre por qué, precisamente, expresa estos resultados concretos. Queda un «por qué». De hecho, se puede, naturalmente decir, que las medidas, el peso y otras manifestaciones han sido, en cierto grado, «heredados» de los padres, pero, ¿está, así, la cuestión resuelta? ¿No se preguntará, entonces, «por qué» estas cosas se han heredado de los padres? Que a uno se le diga que esta herencia se debe a ciertos principios de procreación o reproducción de los más profundos centros de funciones del organismo, por medio de los cuales facultades y cualidades pueden transferirse a nuevos seres y, aquí, desplegarse, tampoco elimina el incesante «por qué». ¿No se sigue teniendo hambre de saber por qué esto se hereda? ¿Por qué la manifestación material y mental exterior de los hijos es, a veces, casi una copia de la manifestación material y mental del padre o la madre? Cuando aquí uno también puede ser informado de que se debe a especiales funciones orgánicas de tal o cual especie, ¿está uno, entonces, satisfecho? ¿Qué es lo que le han dicho? ¿Hemos llegado a otra cosa que a funciones? Enterarse de que la formación de una cosa se debe a funciones, y que estas funciones se deben, a su vez, a otras funciones y así continuando indefinidamente es, claro está, una explicación tan imposible como la de que la gallina viene del huevo y el huevo viene de la gallina y ésta, a su vez, del huevo, etc. Y la pregunta sobre quién decide estas funciones sigue estando abierta. Pero como una pregunta es lo mismo que un apetito o hambre mental, es un hecho inalterable que en el hombre terreno existe una especial hambre mental que no puede saciarse con resultados científicos generales o informaciones sobre funciones o grados de tamaño y peso, indiferentemente de lo irrefutables que los hechos puedan ser. Pero, como el hambre nunca, en ningún caso, puede existir sin constituir por sí misma la mitad de un principio, siendo la otra mitad la saciedad, por medio de esto se convertirá en un hecho que también existe una «saciedad» para la mencionada hambre o una respuesta a la pregunta: ¿Quién decide las funciones?.
8. La característica del ser vivo es el pensamiento y la voluntad y la consiguiente creación planificada que se manifiesta. «El algo» que dirige no puede ser idéntico a la materia
Como se ha visto aquí, esta respuesta no se puede encontrar en resultados de pesos y medidas, ya que estos resultados sólo expresan la naturaleza y propiedades de las funciones, pero no están en condiciones para decir directamente algo sobre quién ha decidido las funciones. Y esto también ha hecho que uno aquí se ayude con la respuesta sustitutiva: «casualidad». Se alude que todos los procesos o funciones de la naturaleza son meras «casualidades». Pero, ¿qué son «las casualidades? Casualidades es la expresión que se usa para caracterizar las cosas o funciones que no puede decirse que sean un producto de la voluntad o intervención lógica de un ser vivo. Se ha tenido, por consiguiente, que clasificar las funciones o lo que se experimenta en dos grupos, a saber, «lo casual» y «lo planificado». Esto quiere, a su vez, decir que hay funciones o cosas que son de tal naturaleza que sólo pueden existir como una revelación o como siendo una prueba irrefutable de que tras ellas hay un origen vivo y, por consiguiente, que piensa y dirige una voluntad, mientras que hay otras funciones o cosas que se muestran de tal manera que, aparentemente, no manifiestan de ninguna manera ser un producto de voluntad ni pensamiento. El ser vivo tras la cosa también es un hecho en el mismo grado que esta voluntad o pensamiento de una cosa se revela como un hecho. La característica del ser vivo es, por consiguiente, el pensamiento y la voluntad y la consiguiente creación planificada que se manifiesta. Como el investigador tiene, entonces, que clasificar todas las funciones que constituyen la experimentación de la vida en dos grupos o categorías, a saber, «las casuales» y «las planificadas», es, por lo tanto, un hecho que la vida no puede estar constituida por simples «funciones», sino que por su naturaleza expresa algo más. Expresa lo que hace que las funciones tengan una planificación. Pero, para que las funciones puedan estar planificadas y de ello surja una manifestación lógica, las funciones tienen que ser controladas por «la inteligencia» y «la voluntad». Además de las funciones o movimientos corrientes, la vida también consta, por lo tanto, de estos dos factores. Pero como estos factores también constituyen «funciones», aunque de otra clase que las ya nombradas, también dejan en la conciencia de quien los observa una gran pregunta. «La inteligencia» y «la voluntad» son, a saber, funciones subordinadas, dado que son «dirigidas». La pregunta es entonces: «¿Quién o qué dirige la inteligencia y la voluntad?» Las funciones o movimientos son por sí mismos cosas «muertas» y, por consiguiente, no pueden decidir sobre sí mismas. Las funciones de un avión no pueden desear por sí mismas que la máquina ascienda o descienda. Sólo con voluntad e inteligencia puede tener lugar esta ascensión o descenso de una manera lógica o perfecta. Pero, como «voluntad» es lo mismo que «deseo», es un hecho que tiene que haber un «algo» que desea el ascenso o descenso del avión y que tiene que usar «inteligencia» para lograr la satisfacción de este deseo. Entonces ustedes quizá exclamen: «Claro, el piloto, naturalmente». Pero, ¿es esta respuesta satisfactoria? ¿Quién o qué es «el piloto»? Su partida de nacimiento no es ninguna solución, como tampoco puede ser una respuesta totalmente satisfactoria al problema que se trata de un hombre terreno. ¿Qué es un «hombre terreno»? ¿No es un organismo construido de materia en virtud de funciones especiales y que origina por sí mismo funciones especiales en la materia? Pero, de esta manera no diverge de todos las otras existencias denominadas «seres vivos». ¿Qué es un animal? ¿No es, también, un organismo que se compone de ciertas funciones y que él mismo origina funciones especiales, independientemente de que este ser sea un pájaro, un pez, un tigre, un insecto o cualquier otro ser vivo? Pero, ¿es una explicación de la dirección del avión por medio de inteligencia, una explicación de su ascensión y descenso lógicos que detrás de su timón esté sentado un organismo que se compone de funciones y él mismo origina funciones? ¿Qué es lo que presenciamos aquí? Vemos un avión. Este avión constituye un organismo construido por funciones y que es llevado a originar funciones. Detrás de su timón está sentado un organismo, que también se compone de funciones y es llevado a originar funciones que, a su vez, se transmiten a las funciones del avión y las dirigen o dominan. Así pues, hemos visto algunas funciones (del hombre terreno) dominar otras funciones (del avión) por medio de inteligencia y voluntad, pero, ¿hemos encontrado con ello la solución del misterio de la vida? ¿No sigue siendo un enigma? ¿Puede alguien comprender que funciones puedan producir funciones de tipo intelectual? ¿Pueden las funciones reír o llorar? ¿Pueden las funciones construir una casa, coser una prenda de ropa o dar una conferencia? Preguntas así, ¿no suenan ingenuas? Pero, tales preguntas son, sin embargo, de gran actualidad si se afirma que el ser vivo sólo es su organismo carnal y que cualquier idea de que tras el organismo tuviera que existir un denominado «espíritu inmortal» es pura fantasía o superstición. Pero, ¿puede una afirmación así ser verdad? ¿No es cada vez más un hecho para todas las personas inteligentes que una función lógica no puede en absoluto tener una existencia independiente, sino que siempre sólo puede aparecer exclusivamente como una propiedad que es dirigida? Pero, cuando es una propiedad que es dirigida, es un hecho que debe existir algo que es el dirigente. Que este «algo» es, en primer término, «inteligencia» y «voluntad» no puede ser una respuesta satisfactoria, dado que estos dos factores también son «funciones» que son dirigidas. La pregunta: «Quién dirige la inteligencia y la voluntad» sigue sin respuesta. Y esta pregunta no puede, por lo tanto, desaparecer, antes de que la respuesta represente un «algo» que no puede dirigirse en absoluto, sino que es el propio dirigente. Debe ser un «algo» ante el cual la inteligencia y la voluntad son propiedades subordinadas, al igual que las demás funciones. Como materia y funciones son, en realidad, lo mismo, dado que ambas constituyen movimiento o vibración, «el algo» dirigente no puede, de esta manera, ser idéntico a la materia. Pero, como no es idéntico al movimiento o a la materia, no puede constituir ningún análisis en absoluto, aparte de que constituye «algo que es». Cualquier otro análisis que le atribuyamos sólo puede expresar algunas propiedades sometidas o subordinadas a este «algo» y, por consiguiente, no pueden constituir este «algo» en sí. Y con el conocimiento de la existencia de este «algo» ya no hay ninguna pregunta sobre qué o quién hay tras el organismo.
9. «El algo» o «el yo» del ser vivo es una realidad eterna
Uno comprende que el ser vivo representa dos principios irrefutables, a saber, «la materia» y el denominado «espíritu». «La materia» constituye, a su vez, funciones, y «el espíritu» constituye el algo que dirige las funciones. Las funciones son, a su vez, lo mismo que «lo creado», mientras dicho «algo» constituye «el creador». De esta manera, hemos encontrado aquí al verdadero e inalterable «creador» tras las funciones, tras la voluntad y la inteligencia. Hemos encontrado un «creador» que mostró ser no sólo una simple «función» o una manifestación de inteligencia y voluntad sin dueño u origen, sino al contrario un «algo vivo» ante el cual todo en la vida, sin ninguna excepción, debe ser funciones o cosas secundarias subordinadas. Es obvio que este «algo» en sí mismo no puede tener ningún comienzo ni final, dado que jamás ha sido creado. Pero, cuando no ha tenido comienzo, no ha sido creado, no puede ser una función ni movimiento. Pero, cuando no constituye ningún movimiento, no puede mostrar ni estar sometido a ningún cambio, y, así, no puede representar ningún final. Es una realidad eterna y absoluta. Y es esta realidad eterna que no hemos podido evitar expresar en el propio lenguaje. Es, precisamente, la que expresamos como «el yo». Cuando queremos expresarnos a nosotros mismos no decimos: «El organismo vio» o «la materia vio», lo cual sería, por lo demás, la expresión totalmente correcta en caso de que no existiera dicho «algo» eterno, y el organismo o la materia fuera lo absolutamente único existente. Pero, al contrario, decimos: »Yo vi», »yo anduve», »yo escribí», etc. Expresar el organismo o la materia como el origen de la voluntad dirigente no ha sido, de este modo, satisfactorio. Los dos factores no han podido cubrir la propia experimentación de la vida. Pero, teniendo, así, que encontrar una expresión para «algo» que no podía expresarse con «el organismo» o «la materia», sino que, al contrario, tenía que expresarse como «el yo», confirmamos, claro está, cada uno de nosotros, aunque no conscientemente, la existencia de este «algo», cada vez que nos sentimos obligados a expresar nuestro propio ente con el concepto «yo».
10. «De la tierra resucitarás de nuevo»
Como aquí hemos visto, lo que expresamos con el concepto «yo» no constituye «la materia» ni «el organismo». Pero, cuando no es la materia ni el organismo, sólo puede ser el verdadero, eterno organismo y ente dominante de la materia del individuo o ser. Y, así, en «el yo» hemos encontrado el verdadero «espíritu inmortal» del individuo. Pero, explicar este «espíritu» no se puede hacer con una conferencia, para ello hay que usar toda una obra. Y es, precisamente, una obra así la que es mi tarea manifestar en forma de «Livets Bog». Ustedes comprenderán, por lo tanto, que aquí, en mi conferencia, sólo he podido indicarles los contornos o detalles más prominentes de dicho «espíritu» o de este yo eterno e inmortal. Pero, habiendo llegado, así, al conocimiento de este yo inmortal, es más fácil comprender la frase «de la tierra resucitarás de nuevo», de la misma manera que el misterio de la resurrección la mañana de Pascua se hace con ello accesible para la inteligencia o investigación intelectual.
11. Lo que llamamos «muerte» es la mayor ilusión de la vida
Dado que el organismo del ser vivo no constituye, de esta manera, el ser verdadero, sino que consta de materia que, por medio de la inteligencia y la voluntad, está combinada entre sí de tal manera que este organismo constituye un instrumento por medio del cual «el yo» puede revelar su existencia o presencia en el universo, es evidente que dicho yo está, así pues, por encima del organismo o de la existencia de este instrumento. No depende de este instrumento. Lo que, al contrario, depende del organismo o instrumento no es, por consiguiente, el yo o «el algo» eterno del ser, sino lo que constituye el resultado de la existencia del organismo o dicho instrumento. Y como este resultado constituye, claro está, la revelación o manifestación de sí mismo por el yo como un individuo o ser vivo, es esta revelación o manifestación la que depende del organismo. Pero, que la manifestación o revelación de su identidad por el «yo», como individuo o ser vivo, a otros seres dependa del organismo no significa que esta identidad no exista por sí misma. Al contrario, en virtud del «yo» o la parte eterna y, por consiguiente, inmortal constituirá la propia individualidad o lo verdadero, lo imperecedero del individuo. Esto significará, a su vez, que sólo es en el exterior en relación con otros seres vivos que la muerte o naturaleza perecedera aparentemente existe. El conocimiento de la existencia del individuo por estos seres depende exclusivamente de la manifestación de esta existencia que el individuo puede dar en virtud de su organismo. Puesto que el organismo, que es, claro está, una «cosa creada» y, por lo tanto, perecedera y, al igual que todas las otras cosas creadas, debido al gran principio universal del ciclo, al que toda materia está sometida, tiene que descomponerse de nuevo, el individuo no puede después mostrar esta manifestación. Y cuando ya no existe, tampoco puede, naturalmente, crear reacciones en el conjunto de sentidos de otros seres. Ya no pueden ver vida en el organismo del individuo y creen, por lo tanto, en su aniquilación y que la existencia consciente del individuo ha dejado, con ello, de existir. Y aquí estamos, de esta manera, ante la mayor ilusión de la vida o lo que llamamos «muerte». La muerte en sí misma sólo es, así pues, el cese del individuo en la manifestación de su existencia ante otros seres. Que el comienzo y el final de esta manifestación no está normalmente sometido a la voluntad, sino que es dirigida por el ya mencionado principio universal del ciclo, al que toda materia está sometida, no cambia la identidad de la muerte como ilusión. No es ni sigue siendo un cese del individuo, sino sólo un cese de su manifestación. Este cese de manifestación radica en que el instrumento (organismo), por medio del cual se podía mostrar la manifestación, falla. Este fallo puede deberse a un accidente o una catástrofe en que el organismo ha sido tan mutilado que ya no puede mantenerse en funcionamiento y, entonces, se desprende del dominio del yo. Pero, normalmente, esta separación del dominio del yo por el organismo tiene lugar a causa de la vejez que, a su vez, se basa en el principio del ciclo ya mencionado.
12. Reencarnación o reemplazo de organismos
Como el yo, en virtud de su estado imperecedero o eterno, ha participado en la construcción del organismo que ha fallecido, podrá participar de nuevo en la construcción de un nuevo organismo, por medio del cual podrá de nuevo manifestar su existencia o presencia en el universo o vida. Y aquí tenemos la base de la reencarnación. El individuo sigue, así, creándose un organismo nuevo, cuando el viejo, debido al principio del ciclo, debe desprenderse o descomponerse. Este reemplazo de organismos, que, así pues, es la reencarnación, no es, por consiguiente, una interrupción de la existencia del individuo ni de su verdadera vida, sino sólo una interrupción de su manifestación de su existencia eterna. Y es por esto que, por medio de la percepción física, no podemos percatarnos de ninguna existencia permanente o eterna para el individuo. Nos percatamos, al contrario, de que precisamente se interrumpe en todos los individuos sin excepción. Vemos, ciertamente, nacer nuevos organismos, pero, como los seres todavía sólo pueden, principalmente, percibir físicamente y no tienen ningún recuerdo en su conciencia diurna de vidas anteriores, no puede tener lugar ningún reconocimiento diurno despierto del origen de los nuevos organismos, aunque los yos o espíritu de estos orígenes se han conocido mutuamente en muchas vidas anteriores. Y, entonces, los seres deben ser remitidos a creer que los individuos o seres, que comienzan con cada creación de embrión en el útero de la madre son seres o individuos totalmente nuevos, y que su propia vida ha tenido sus primeros orígenes en el mismo lugar, y que la vida actual es absolutamente la única que han experimentado y experimentarán, ya que, en el peor de los casos, creen que la muerte es una aniquilación absolutamente implacable de su existencia. Pero, en el fondo, la esperanza de la continuación de una vida eterna vive, sin embargo, a pesar de todo en todos los seres, aunque, a veces, esto pueda estar oculto tras nubes de pensamientos opacos, oscuros y materialistas.
13. Todos los seres vivos han existido eternamente y seguirán existiendo eternamente
Dado que el individuo, o ser vivo, consta, así, de un organismo compuesto de materia, y un yo o espíritu que existe eternamente, es fácil analizar el propio principio resurrección. Como el yo o espíritu es eternamente indestructible y, con ello, en grado correspondiente inmortal, una resurrección no puede, como ya se ha dicho, constituir el nacimiento de un «nuevo espíritu» o un «nuevo yo». Un espíritu o un yo así no podrán jamás existir. Toda la vida que existe hoy tiene existencia eterna, ha existido siempre y continuará existiendo toda la eternidad. Sólo las combinaciones de materia que son un producto de la voluntad y poder del yo o espíritu, es decir, «las cosas creadas» están sometidas a un origen y un cese o a «nacimiento» y «muerte». Con respecto a la resurrección, sólo se puede hablar sobre algo que «surge», es decir, algo que aparece, algo que «es creado», algo que «nace». Pero, como no pueden «crearse» ni surgir «nuevos espíritus» ni «nuevos yos», una «resurrección» no podrá, así, constituir la aparición de un «nuevo yo» o de un «nuevo espíritu», sino, al contrario, sólo la aparición de una «nueva creación» originada por «el yo» o «el espíritu». Pero, como creación es, claro está, la manifestación que hace el yo de su existencia o presencia en el universo, una resurrección sólo podrá, así, constituir una «nueva manifestación» de la existencia eterna de este espíritu o yo. Cuando nace un niño, este nacimiento, que por su naturaleza también es una resurrección, no será el nacimiento de un nuevo espíritu o un nuevo yo, sino, al contrario, el nacimiento de una «nueva manifestación» de un «espíritu» eternamente existente o un «yo inmortal».
14. Resurrección es lo mismo que una ampliación o un enriquecimiento de la conciencia
La propia existencia del espíritu o yo no es afectada en absoluto por la resurrección. Sólo la manifestación de su existencia por el espíritu o yo es cambiante. Y estas manifestaciones cambiantes de la existencia del yo es a lo que llamamos vida terrena. Una vida terrena es, por consiguiente, según su principio, una «nueva manifestación» del ser eterno de nuestro espíritu o yo. Estas manifestaciones (vidas terrenas) no constituyen una copia total las unas de las otras. Cada nueva manifestación difiere en algún grado de la anterior. Este proceso de transformación se revela como constituyendo un «ciclo». Por ciclo se entiende, a su vez, el paso de una manifestación por materias «espirituales», gaseosas, líquidas y sólidas. Es este proceso de transformación lo que presenciamos en cada forma de materia y en cada forma de creación. Vemos, por ejemplo, que el aire se condensa en agua, el agua se congela convirtiéndose en hielo, y el hielo se derrite de nuevo convirtiéndose en agua, que se evapora de nuevo y se convierte en aire, desde donde pasa, de nuevo, a formas eléctricas o su naturaleza se convierte en «espiritual». Pero no es sólo con el agua que tiene lugar este proceso. Cada forma de materia sólo puede exclusivamente presentarse en alguno de los estados nombrados. Ninguna materia puede, así, aparecer sin ser sólida o líquida, gaseosa o eléctrica. Y por lo tanto, también vemos que la formación de la propia Tierra muestra el mismo ciclo. Su nacimiento comenzó en el espacio como una combinación de fuerzas eléctricas que, poco a poco, se convirtieron en nieblas luminosas, se convirtieron en fuego líquido, se condensaron en una esfera sólida que, a su vez, por medio de la evolución de los seres vivos en su esfera, se está transformando del tosco estado material físico a enormes despliegues y refinamientos mentales o intelectuales. De ser pesada y primitiva materia física va ahora camino de espiritualizarse. Es también este proceso el que presenciamos en el estudio de las vías de evolución del propio hombre. ¿No estaban los primeros hombres primitivos, de aspecto simiesco, provistos de un enorme organismo material con un esqueleto y unas extremidades inferiores colosales y una compacta musculatura, pero sólo con una función intelectual muy pequeña? Si retrocedemos todavía más en la evolución de los seres vivos aquí en el planeta, vemos a los grandes animales prehistóricos. Aquí la función intelectual es todavía mucho menor, mientras que los organismos muestran una masa y un volumen de un tipo mucho más enorme. Si contemplamos, al contrario, al hombre civilizado actual más refinado e intelectual, éste sólo tiene un organismo de una naturaleza material mucho menor, pero con una colosal función intelectual. Como la función intelectual es, claro está, de naturaleza eléctrica, esto quiere, por lo tanto, decir que tanto la Tierra como los seres vivos de su esfera van camino del estado de materia «espiritual» del ciclo. Y es este paso por el ciclo que conocemos con el concepto «evolución». Este proceso constituye, en realidad, una especie de «espiritualización» de la materia o su transformación de un estado sólido, masivo a estados más porosos, gaseosos y «espirituales». Es esta materia «espiritualizada» a lo que llamamos pensamientos o conciencia. La espiritualización de la materia significa, así, una ampliación de la conciencia y una correspondiente disminución del organismo material. Y aquí estamos ante el principio resurrección en su análisis supremo. Resurrección es, por consiguiente, lo mismo que ampliación o enriquecimiento de la conciencia. Pero un enriquecimiento de la conciencia es a su vez, claro está, lo mismo que una especie de despertar de la ignorancia al conocimiento. ¿Y no es, precisamente, este despertar lo que presenciamos en forma de la colosal y creciente enseñanza que cada vez más domina en todos los estados civilizados? La propia guerra mundial, que actualmente domina, ¿no es una fuente de experiencias en el despliegue del «principio mortífero» y sus efectos»? ¿No creen que los pensamientos a los que da lugar esta experiencia, o este conocimiento de los verdaderos efectos de dicho principio, que los seres experimentan por medio de la guerra, se convierten en libros que, a su vez, crean la base para una enseñanza y una creación de cultura, es decir, para enseñanza en la creación de humanitarismo? ¿No es la guerra, precisamente, una vivificación de todo lo que destruye el humanitarismo o trabaja en su contra y, con ello, mina toda creación de cultura? ¿No se basan las grandes universidades, los centros docentes y las escuelas comunes en que deben crear cultura, al mismo tiempo que por ser necesarios constituyen la prueba de la insuficiencia de las religiones, las iglesias y la fe para esta creación? Son la prueba de que fueron necesarias las experiencias, de modo que los resultados eternos, que se enseñan desde las iglesias como «dogmas de fe», puedan enseñarse desde las universidades y centros de enseñanza como «ciencia» o «hechos». Como estos hechos no están en ningún lugar ni en ningún caso a favor de la falta de humanitarismo, de la guerra o las matanzas y mutilaciones, sino que en todas partes, directa o indirectamente, están a favor de la creación de humanitarismo y de una paz o amor basados en este humanitarismo, tanto entre estados como entre individuos, se verá a partir de esto que, cuanto más inmensa es la guerra, con su destrucción, asesinatos y mutilaciones, más inmensamente se mina o destruye a sí misma y crea, con ello, una correspondiente rápida resurrección de una nueva era para la humanidad. Los millones de tumbas, a las que ha precipitado a miles de individuos de una familia generación tras generación, subrayarán imperturbablemente los errores, la suciedad y basura mental o la pobreza mental a que han dado lugar los horrores de la guerra. Y junto con lo que estas tumbas contienen: los cuerpos mutilados, los ojos destrozados, las manos frías y la sangre coagulada, todos estos errores irán al encuentro de su desintegración, pasarán a otras formas, se convertirán en materia nueva obedeciendo la ley eterna del ciclo. Y miren, las oscuras tumbas habrán algún día desaparecido, habrán pasado a la gran nada del olvido, pero su triste contenido resplandecerá en forma de los lirios, rosas, praderas y parques del terreno. Y donde antes los gritos de muerte de los heridos imploraban al cielo y su sangre penetraba en la tierra, el terreno será dorado. Las innumerables gotas de rocío en la hierba, las hojas y flores de una mañana de verano reflejan la cálida luz del sol, convierten la Tierra en una con el cielo, mientras miles de pequeñas gargantas dejan que una multitud de alabanzas al Padre eterno asciendan hacia las nubes. Y se percibe el cielo en la Tierra. Y por esta hermosa esfera caminan nuevos hermosos organismos de yos, cuyos organismos anteriores llenaron una vez, como cadáveres, las oscuras tumbas, pero que ahora, en virtud del principio del ciclo, se han convertido aquí, en el estado glorificado de la resurrección, material para la caricia de la Divinidad a sus hijos eternos. El contenido de las tumbas, los cadáveres hediondos se convirtieron en materia luminosa, se convirtieron en nuevo alimento y vida, se convirtieron en tono y colorido, se convirtieron en alegría y bendición. Un encuentro más hermoso con los residuos del pasado de los seres vivos no puede imaginarse. Y al igual que el lodazal de la cloaca se ha transformado en el agua cristalina que bebemos, se ha convertido en el aire puro que respiramos, y es idéntico al cielo azul que contemplamos, así los efectos de los errores también se han transformado en la sensación de la proximidad de Dios. Esta transformación es lo mismo que «resurrección». Y a esta resurrección está sometida toda la materia.
15. La resurrección del misterio de Pascua es un símbolo del propio principio del ciclo. El yo es lo eterno, la materia lo cambiante
La resurrección del misterio de Pascua no es, así pues, una simple narración sobre la aparición de Jesús en un cuerpo espiritual, que estaba libre de la materia física, sino que también es un símbolo del propio principio ciclo o el principio fundamental que condiciona que no pueda tener lugar ninguna destrucción o aniquilación absoluta, dado que este principio convierte tanto toda aniquilación como creación en idéntica a «transformación». Y es la transformación de esta materia lo que se expresa en las tres frases: «De la tierra vienes», «en tierra te convertirás», y «de la tierra resucitarás de nuevo». ¿Expresan estas frases otra cosa que un proceso eterno de cambio o transformación rítmica? Es una descripción de la relación mutua de dos realidades fundamentales. Estas dos realidades se expresan en frases como «tierra» y «tú» y, visto cósmicamente, son idénticas a «la materia» y «el yo» respectivamente. Como el yo no puede convertirse en materia, y la materia no puede convertirse en el yo, el contenido absoluto de las tres frases citadas anteriormente sólo puede constituir lo siguiente: «El yo se ha liberado de la materia», «el yo se vinculará de nuevo a la materia» y «este yo se liberará de nuevo de la materia». El yo se convierte, de esta manera, en «lo eterno» y la materia en «lo cambiante». Y, con esto, tenemos el contenido más profundo y resultado absoluto del misterio de Pascua, es decir: la descripción de la eterna relación cambiante del yo con la materia. Esta relación cambiante constituye una liberación de la materia y una vinculación con ella. Estos dos fenómenos constituyen, por consiguiente, las dos grandes fases principales del ciclo. Y el hombre terreno experimenta actualmente la liberación de ellas, que es lo mismo que nosotros expresamos como evolución. Esta liberación culminará finalmente en el más alto y perfecto dominio consciente de la materia, lo cual quiere, a su vez, decir: la experimentación total, al cien por cien, del cumplimiento de las leyes de la vida que, a su vez constituye el amor total al prójimo o ser uno con la Divinidad. La otra fase del ciclo constituye lo contrario a la evolución y en Livets Bog se expresa como «involución». Aquí el individuo, en virtud de fuertes anhelos y deseos materiales se vincula cada vez más a la materia. Esta vinculación culmina en una solidificación total de la materia que capa tras capa se ha depositado alrededor de la conciencia espiritual del individuo y, hasta cierto grado, la ha puesto fuera de función, la ha puesto en una especie de estado de descanso. Es esta función espiritual debilitada o el estado de descanso de los altos centros espirituales lo que es la base de la total ignorancia sobre el propio ser, la propia inmortalidad e identidad como hijo del dios y la consiguiente directa antipatía, intolerancia hacia toda religiosidad y su persecución que caracterizan al hombre terreno primitivo, materialista y lo hacen un practicante entusiasta de todo lo que forma parte del concepto «el mal».
16. La esperanza, el anhelo y la meta más profunda del hombre terreno es «la paz»
Pero, los hombres terrenos ya están muy avanzados en la evolución o en su liberación de este estado y se encuentran en medio de la forma más grande del principio «resurrección». Su esperanza, anhelo y meta más profunda es «la paz», es decir: el amor total al prójimo. Es cierto, que aún practica mucho la participación en la guerra y los derramamientos de sangre, pero esto tiene exclusivamente lugar porque cree que con ello puede alcanzar o crear la paz tan fuertemente deseada o un estado ideal más perfecto. El campo de batalla de hoy no es, como en el pasado, escenario de una embriaguez de entusiasmo primitivo por la satisfacción del simple deseo de guerra o sed de sangre, sino que es el cumplimiento del verdadero deseo: la cultura perfecta que, a su vez, es lo mismo que el amor al prójimo o la paz duradera, tanto entre estados como individuos y la consiguiente experimentación verdadera, perfecta de vida y existencia.
17. El ritual funerario cristiano es un magnífico relato sobre la alta identidad del hijo de Dios como absoluto señor soberano de la materia y la muerte
Como se ha visto aquí, las tres frases citadas del ritual funerario cristiano son nada menos que un magnífico y perfecto relato sobre la verdadera alta identidad del hijo de Dios como absoluto señor soberano de la materia y, con ello, de la muerte. Es el resultado más profundo del misterio de Pascua y la base o fundamento absoluto de la redención del mundo formulados en pocas palabras. El amor al prójimo es la verdadera vida perfecta. Y en el mismo grado en que cada uno de manera intelectual comienza a envolver a aquellos y aquello, que hoy no le gustan o que quizá directamente odia, en la cálida luz de la comprensión y la simpatía, con la que, de lo contrario, sólo encierra a sus mejores amigos, comienza un nuevo cuerpo transfigurado a soportar la conciencia del hombre y esparcir su luz celestial a través de su aparición física. Y miren, entonces como una antorcha luminosa esparcirá el resplandor sobrenatural de la paz en todos los ojos, mentes y corazones que se le da al hombre encontrar. Esto es la paz. Donde se esparce por todo el planeta, la bendición de la omnipotencia resplandecerá, y se sentirá la proximidad de Dios.
Conferencia de Martinus en la colonia de vacaciones Kosmos (hoy Centro Martinus) el 22 de abril de 1943. Adaptada para Kosmos personalmente por el propio Martinus. Publicada  por primera vez en la edición danesa de Carta n.º  40-43, 1943. Título original: Påskemysteriet. Traducido del danés por Martha Font con la colaboración del equipo de lengua castellana. ID de artículo: M2002.

© Martinus Institut 1981, www.martinus.dk

Se permite poner un link al artículo arriba mencionado, con información de copyright y referencia de su origen. También está permitido citar de él según la ley de copyright. No se permite reproducir al artículo entero sin permiso escrito del Instituto Martinus.

 


Se ruega enviar comentarios a info@martinus.dk.
Se puede enviar información sobre errores, fallos y problemas técnicos al webmaster.