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M0170
La facultad para la muerte y la facultad para la vida
por Martinus

1. Una época de muerte
En la época de vida en la que la humanidad se encuentra actualmente, el temor a la muerte es más fuerte que nunca. En sí mismo, esto no es extraño, dado que la muerte nunca, anteriormente, ha tenido una cosecha tan rica como la que tiene, precisamente, en nuestra cultura moderna, tan altamente elogiada. El temor a la muerte y a la manifestación de muerte y destrucción está en un estado tal de culminación, que nuestra época puede más bien denominarse una época de muerte que una época de vida. Una cantidad colosal de energía de la humanidad se usa para crear armas mortíferas, por medio de las cuales los hombres pueden mejorar su capacidad de transgredir el quinto mandamiento: No matarás.
Cuando se trata de la manera cotidiana de ser entre hombre y hombre, los pensamientos y sentimientos mortíferos también dominan, en gran manera, con tal fuerza que, aunque quizá no se muestren directamente como asesinato, sin embargo, lo son en actos y palabras que pueden ser mortíferas para la felicidad y alegría de vivir de otros. También donde se trata de la relación de los hombres con su propio organismo y su facultad o, más bien dicho, falta de facultad de llevar a cabo esta relación, lo que se desarrolla es muchas veces mucha más energía de muerte que energía de vida. Si no fuese así, no necesitaríamos la gran cantidad de médicos, enfermeras y hospitales que tenemos, de la misma manera que no necesitaríamos militares, policía ni sistema jurídico, si la energía de muerte no se desarrollase tan fácilmente entre estados y hombres concretos.
2. La experiencia de la vida y de la muerte
¡En medio de toda esta oscuridad también hay, sin embargo, una tendencia contraria, el deseo de crear paz y armonía, felicidad y alegría! La experimentación de la vida consiste, así, en la experimentación de dos grandes dominios, el dominio que trae consigo la muerte y el dominio que trae consigo la vida. Entre estos dos dominios o formas de despliegue de energía existe el ser vivo como el punto fijo, que constituye el factor determinante tras estas energías, o sea, tras la muerte y la vida. Todos tenemos las dos posibilidades, crear muerte o crear vida. Entonces, ¿qué es la muerte y qué es la vida?
Ambas son variaciones de un despliegue o una manifestación de energía; en un caso se usa energía para demoler y destruir, en el otro para crear y construir. Estas dos formas de despliegue de energía son las que constituyen la experimentación conjunta de la vida. La experimentación que un ser hace de la vida puede, de esta manera, mostrarse como una experiencia de muerte en vez de ser directamente una experiencia de vida. La experiencia de la muerte es la forma de energía y voluntad que reduce y frena el despliegue completo y normal de la experimentación de la vida. Esto sucede en todas partes donde el individuo percibe, en mayor o menor grado, la vida como una desdicha, como dolor y sufrimiento o lo que se denomina un destino desdichado. Todas las situaciones en las que el despliegue natural de vida del ser vivo es puesto fuera de juego, debido a invalidez física o psíquica, son formas de experimentación de la muerte. Si una persona es débil de oído o sorda, tiene dificultades con su vista o ha perdido totalmente la facultad de ver, una parte de su facultad de experimentar está muerta. Lo mismo está en vigor para todas las otras formas posibles de invalidez: son una experiencia de muerte o reducción de la experimentación de la vida. Si una persona es asesinada, esto es también una reducción de la experimentación de la vida, dado que está privada de experiencias y vivencias que podría haber hecho desde el momento en que fue asesinada, hasta el momento en que iba a morir una muerte natural por vejez. La muerte no es una aniquilación de la vida, ¡visto cósmicamente esto es imposible! La muerte es una reducción de la facultad de desplegar vida. Lo que ordinariamente denominamos muerte, la muerte natural por vejez, no es, en realidad, ninguna muerte, sino un proceso, por su propia naturaleza necesario, que es una bendición y se experimentará como algo muy agradable.
3. Resurrección de los muertos
Lo que denominamos muerte es un reemplazo de organismos o instrumentos para experimentar la vida, un reemplazo que tiene lugar debido a desgaste o destrucción. Pero el propio ser vivo no puede morir en el sentido de que tendría que ser aniquilado o suprimido eternamente, de la misma manera que tampoco jamás «ha empezado a tener existencia» ni a ser creado de nada. El ser vivo, indiferentemente de que en este momento aparezca como planta, animal u hombre o formas de existencia que el hombre terreno con su actual facultad de percepción no puede comprender ni experimentar, es un ser eterno. En ciertos periodos de su existencia eterna no tiene conciencia diurna de esto, dado que su facultad de experimentar se encuentra, durante un tiempo, limitada y frenada. La muerte es esto, y otra muerte no existe. «La resurrección» de esta muerte es, por lo tanto, el estado en el que el ser vivo adquiere de nuevo conciencia diurna despierta de su existencia eterna y su identidad como ser eterno. Y el hombre terreno va, precisamente camino de esta «resurrección». Todavía pertenece, en cierta medida, al reino animal, es decir, se encuentra en una zona donde la energía de muerte, por paradójico que pueda parecer, es una condición de vida. Aquí hay que matar para vivir. Por esto, el reino animal es el mundo de la muerte, y resucitar de este mundo equivale a resucitar a la vida eterna, que significa el desarrollo de la facultad de experimentar en este mundo que se es un ser eterno que no puede morir, aunque el cuerpo se convierta en un cadáver. Es algo que uno deja tras sí, y la materia del universo está para siempre a su disposición. La cuestión es, simplemente, cómo uno es capaz de construirla.
Resucitar de los muertos es, precisamente, la facultad de vivir, y el hombre terreno la está desarrollando. Oscila entre el despliegue de muerte y el despliegue de vida, entre la facultad para la muerte y la facultad para la vida. El animal sólo tiene la facultad para la muerte, mientras el hombre terreno se diferencia del verdadero reino animal por tener también la facultad para la vida. Para el animal, matar es una ley de vida, una necesidad vital, pero para el hombre terreno, matar se ha vuelto una transgresión de la ley de la vida. Lo que sucede es que matar para vivir no es ninguna condición vital para el hombre, aunque siga creyendo que lo es. Cuando los hombres terrenos siguen teniendo la opinión de que deben matar para vivir, y no como los animales matan simplemente otras especies y viven de sus organismos, sino que, además, matan a su propia especie defendiéndose con armas y mandando muerte y destrucción a sus presuntos enemigos mortales, es porque han infiltrado tanto la situación de su destino en el principio mortífero, que tienen grandes dificultades para liberarse de la muerte como destino. Si, precisamente, esta forma de creación de destino no les mostrase gradualmente que deben permanecer en esta situación de muerte, mientras maten, y que sólo pueden salir de ella dejando de manifestar ellos mismos el principio mortífero, sería crónica para ellos. Pero ahora muchas personas están comprendiendo que su destino está en sus propias manos, que deben cosechar muerte cuando siembran muerte, y sólo pueden cosechar despliegue de vida, facultad para vivir y energía vital sembrando también estas cosas. Y este descubrimiento es para estas personas el comienzo de la resurrección del reino de la muerte o reino animal.
4. Infiltración en el principio mortífero
Cuando una persona miente, se encuentra por lo general en la situación en que debe encontrar nuevas mentiras para librarse de los efectos de las viejas mentiras, y así, la mentira se vuelve, aparentemente aquí, en este campo local, una condición vital. La relación del hombre terreno con el principio mortífero tiene lugar de la misma manera. Pero de la misma manera que no puede ser una condición vital mentir para vivir, tampoco es una condición vital matar para vivir, cuando ya no se pertenece al verdadero reino animal. Si el mentiroso sale de todas sus infiltraciones en las mentiras que, poco a poco, le hacen la vida difícil y le crean temor a ser descubierto, experimentará que la vida, que antes estaba llena de restricciones y obstáculos a causa de la mentira, ahora se manifiesta de una manera totalmente distinta y muestra un sin fin de posibilidades. Al hombre le sucederá lo mismo, cuando salga de las infiltraciones en el principio mortífero en las que, por lo que respecta a su destino, se ha envuelto en su vida actual y en sus vidas pasadas. La verdadera condición vital es la propia facultad para la vida. ¿Cómo funciona, entonces, la facultad para la vida?
Mientras la facultad para la muerte crea en todas las situaciones invalidez, ya sea física o psíquica, destruye, descompone y demuele, la facultad para la vida desarrolla energías renovadoras y creadoras y el mantenimiento de la salud y la alegría de vivir. La facultad para la vida es la facultad del ser vivo de transformarse a sí mismo, en contacto con la naturaleza, la vida y los hombres, en «el hombre a imagen de Dios». Aquí se encuentra la gran e importante diferencia entre el hombre terreno y el animal, que mientras el animal, todavía de manera instintiva, está atado a su forma de vida y todavía no puede resucitar de los muertos, el hombre terreno tiene en su poder alzarse por encima de la falta de conciencia primitiva del reino animal, por encima de su esclavitud del principio mortífero y convertirse en un hombre verdadero.
En los campos donde el hombre terreno no hace uso de la facultad para la vida, pero todavía está atrapado en las funciones del hábito de la facultad para la muerte, se convierte, de modo correspondiente, en «alimento para otros seres vivos». Esto no significa, naturalmente, que se convierte en víctima de fieras o caníbales, sino que se convierte en víctima de los caprichos de otros hombres o, de otra manera, se le reduce su natural despliegue de vida. Esto puede tener lugar de muchas maneras, y no es ningún castigo, sino un efecto de causas que él mismo ha puesto en marcha y, con el tiempo, actúa para el hombre como una instrucción y enseñanza de la diferencia entre el despliegue de energía de vida y el despliegue de energía de muerte. Algunos hombres experimentan esto de manera que, por razones económicas, todavía están un tiempo atados a personas que, en realidad, están por debajo de ellos, tanto en intelectualismo como moral. Entre los cientos de trabajadores de una fábrica se pueden encontrar tipos e individuos que, en realidad, están muy por encima de los dueños, accionistas, etc. de la fábrica, cuando se trata del despliegue de la facultad para la vida. Cuando, sin embargo, se encuentran aquí, es porque todavía tienen algo que aprender para poder desarrollar más sus lados, humanamente visto, positivos. Naturalmente, no es siempre esta la causa por la que personas con una gran facultad para la vida tienen ocupaciones modestas en la sociedad. Con mucha frecuencia, es totalmente voluntario, porque personas así de evolucionadas no tienen ambición personal. El tiempo llegará, cuando sean ellos los que tengan cargos dirigentes, pero esto sólo tendrá lugar cuando la sociedad esté construida mucho más en concordancia con el principio que da vida o principio del amor al prójimo.
5. La facultad para la vida
La facultad para la vida es vivir para los demás, la facultad para la vida es perdonar a los demás, la facultad para la vida es vivir para servir y no para dejarse servir. La facultad para la vida también es más bien querer sufrir uno mismo a que otros tengan que sufrir. Pero, ¿no está, en resumidas cuentas, la facultad para la vida relacionada con el principio de la destrucción? Sí, pero sólo de manera que lo que es destruido es todo lo que crea ira o amargura, y lo que crea temor, celos y envidia, vanidad, falta de consideración y soberbia, etc. Estos climas mentales desaparecen de la mente del hombre, porque lo que los origina desaparece, a saber, la facultad para la muerte y la energía de muerte. La facultad para la vida también destruirá, gradualmente, todos los deseos no naturales y peligrosos que han surgido como experimentos y consuelo en los últimos territorios de la zona de la muerte: hambre de tabaco, alcohol y drogas. La facultad para la vida vencerá cualquier tendencia a la murmuración y la calumnia y a hablar despectivamente de otras personas, desarrollará la sutileza y la facultad de relacionarse con otros de tal manera que el contacto y la convivencia será una riqueza de la que ninguna de las partes querría prescindir. Dicho brevemente, la facultad para la vida hace del hombre un artista de la vida, un virtuoso para interpretar con su mentalidad como con un instrumento, de modo que para el entorno sea un disfrute artístico, o sea, «el placer» que el evangelio de Navidad ha anunciado. Las personas que manifiestan, cada vez más, la facultad para la vida experimentarán cómo sus semejantes se confiarán a ellas, frecuentemente para buscar ayuda y asesoramiento. Grandes horizontes se abren, y uno se convierte en una fuente de calor y un sol luminoso para su entorno. En vez de los oscuros territorios de sepulturas de muerte con las zonas animales mortíferas, ahora se ve la vida con toda su hermosura y se experimenta la cercanía de Dios, es más, el ser se convierte en uno con Dios, se experimenta como uno con el camino, la verdad y la vida.
Título original danés: «Dødsevnen og livsevnen» De una conferencia en el Instituto Martinus el 18 de enero de 1953. Elaboración del texto escrito por Mogens Møller y aprobado por Martinus. Publicado por primera vez en la edición danesa de Carta de Contacto N º 24, 1965. Traducción del danés al castellano por Martha Font con la colaboración del equipo de lengua castellana. ID del artículo: M0170

© Martinus Institut 1981, www.martinus.dk

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