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Lista de artículos

M1670
Soberanía mental
por Martinus

1. Iniciación y conciencia cósmica
Como anteriormente ha sido dicho, mi misión espiritual comenzó gracias a unas experiencias psíquicas y la estructura especial de esas experiencias es algo totalmente privado para mí mismo. Lo que tiene importancia para los demás hombres es la circunstancia de que esas experiencias me dejaron en un estado tal que me hizo ser capaz de recibir un conocimiento amplio acerca del universo entero, que incluso el plan universal divino estaba completamente bajo el dominio de mi capacidad sensitiva, se hizo conciencia diurna despierta. Recibí la capacidad de percibir cosas que de ninguna manera eran posibles de experimentar solamente mediante los sentidos físicos. Vi como cada cosa limitada, independientemente del tamaño que tuviera, era una revelación del infinito y por lo tanto de la eternidad. Así, la eternidad se hizo visible como el punto fijo, mientras que el tiempo y el espacio era la parte que cambiaba. Mientras que así era consciente de la eternidad, me hice idéntico con «lo absoluto», «lo imperecedero» y vi todas las cosas conforme a «eso absoluto», «eso imperecedero». Al hacerme consciente en la eternidad, al ser idéntico con la inmortalidad, sobreviví todo tipo de noción del tiempo. Yo existía tanto antes como después de cualquier tipo de cosa, y por lo tanto, pude ver su alfa y su omega, su comienzo y su final o toda su duración. Y es esta capacidad de experimentar, que en mi obra principal «Livets Bog» llamo «conciencia cósmica», como también, visto desde esa capacidad de observar, nombro la descripción de los detalles de la vida como «análisis cósmicos». Mis «análisis cósmicos» son por lo tanto observaciones que fueron posibles gracias a mi liberación del tiempo y del espacio. Mis experiencias psíquicas por lo tanto fueron un proceso por el cual, por así decirlo, de forma súbita posibilitaron en mi consciencia esa liberación. Había experimentado una «iniciación». Tras el proceso mencionado había ocurrido una transformación de mi conciencia. Mientras que anteriormente yo era consciente sólo acerca de cierto tiempo y de cierto espacio, ahora era de alguna manera consciente acerca de todos los tiempos y de todos los espacios. Mientras que antes de esa experiencia mi conciencia se podía denominar solamente como una «conciencia local», ahora se transformó en lo que se puede denominar como «conciencia universal». Y tras ese cambio de conciencia se hizo para mí fácil orientarme en relación al destino del ser vivo y por lo tanto también al destino de la humanidad terrena. Se hizo algo fácil para mí ver, que todo ese océano de sufrimientos en el que los hombres terrenos se encuentran se debe exclusivamente a la circunstancia de que ellos aún no están liberados mentalmente. Ellos están aún ligados al tiempo, al espacio o a la materia. Su concepto de vida o concepto del mundo por lo tanto no tiene nada en común con la vida eterna misma o el plan del universo real. En alto grado ellos pueden constituir sólo una parte local del universo mismo. Pero conocer o percibir sólo una parte local y creer que eso es la totalidad, es, en verdad, lo mismo que vivir bajo una ilusión. Pero vivir bajo ilusiones es además lo mismo que vivir bajo errores. Y puesto que una vida basada en errores sólo puede resultar en desesperanza, tenemos aquí la causa por la cual la vida diaria de la humanidad terrena es una vida en la desesperanza, la tristeza y los sufrimientos.
2. Por qué el hombre terreno representa la muerte en lugar de la vida
Pero en verdad la desesperanza, las tristezas y los sufrimientos causan en los seres vivos la inclinación o el deseo de encontrar la causa de la miseria. Por eso poco a poco los hombres terrenos utilizan sus experiencias. De esta manera, los sufrimientos producen en el ser vivo la capacidad de distinguir entre verdaderas cosas agradables y desagradables, lo que en otras palabras significa que hacen evolucionar el sentimiento tanto mental como físicamente, y por ello, la batalla por la vida produce la capacidad de la inteligencia en la conciencia del ser. Y con la evolución de esas dos grandes capacidades el ser no puede evitar que en su conciencia se forme cultura. El sentimiento evolucionado se revela en forma de capacidad de compasión y hace al ser capaz de sentir inclinación a ayudar a otros seres vivos que están en necesidad, mientras que la capacidad de la inteligencia hace al ser capaz de regular esa inclinación a la compasión, de tal forma que sea lógica. Este tipo de compasión regulada de forma armoniosa hacia los demás seres vivos es lo mismo que lo que llamamos «amor». Y la evolución de ese «amor» hacia todos los seres vivos es, por consiguiente, el resultado provisional de la vida diaria en la tierra.
Pero al mismo tiempo con este «amor» mencionado evoluciona también en el ser su liberación de la materia. Amar a su prójimo es, de hecho, lo mismo que amar la vida. En verdad, con relación al ser vivo existe sólo dos factores externos, que son la materia y el prójimo, los cuales además son lo mismo que la muerte y la vida. Amar la materia es, en verdad, lo mismo que pensar en la materia. Y eso, en lo que uno piensa, se realiza, lo que significa, que evoluciona en la conciencia de uno. Como he mencionado, la materia es lo mismo que la muerte, y por lo tanto uno hace evolucionar la muerte en su conciencia cuando uno ama la materia sobre todas las cosas. Y ¿no fue también eso precisamente lo que fue anunciado a Adán y a Eva como consecuencia de «comer del árbol de la ciencia»? – ¿Y qué es «comer del árbol de la ciencia» sino justamente el disfrute sobredimensionado de cosas materiales, bienes materiales, así como de la misma manera una batalla sobredimensionada contra los males materiales? – Que poco a poco este ser tiene en su conciencia sólo pensamientos acerca de la materia, de la materia y de la materia sin cesar, se hace evidente. Es incluso así que este ser se envuelve tanto en la materia que no puede hacer florecer ni evolucionar pensamientos sobre la vida. Y como consecuencia de esto el ser sólo es capaz de sentir la materia. Y que, por eso, este ser debe creer que todo es materia, incluso también él mismo, y que consecuentemente sólo puede constituir tiempo y espacio, y que por lo tanto está sujeto a un comienzo y a un final absoluto, y esto solamente confirma lo incomprensible que para él mismo es en realidad su propia alta identidad como ser vivo eterno e inmortal. Y porque de esta manera el ser no puede observar la verdadera vida misma, sino que en todos lados sólo ve materia, vemos aquí cómo de fundamental es la muerte cósmica o espiritual de este ser. Cree acerca de sí mismo, que es solamente un conjunto de diversas especies de materias y lo mismo cree sobre «su prójimo» y sobre todos los demás seres vivos. Concibe la vida exclusivamente como una serie de resultados de pesos y dimensión. Sin fin dice acerca del ser vivo que es malo, bueno, enfermo, sano, talentoso, ordinario, inteligente, encantador, etc. Pero todas estas expresiones sobre el ser vivo son sólo aspectos pasajeros. Tienen comienzo y final y por lo tanto son sólo fenómenos provisionales. Pero los fenómenos provisionales de ningún modo pueden ser análisis totales de los asuntos eternos. De modo absoluto sólo pueden ser análisis de eventos locales o de algo totalmente provisional en la región de esos fenómenos eternos. Y aquí estamos ante la forma de ver la vida o el concepto del mundo del hombre terreno común. Éste ve solamente cosas locales en el universo y las concibe como la totalidad. Son esas impresiones falsas de la totalidad las que forman ese mundo de ilusiones el cual es la base de todo tipo de desarmonía y el consiguiente estado de tristeza y sufrimiento que hoy en día constituye el estado general de la humanidad terrena. Que en esa esfera triste y oscura del estado general uno comienza a soñar con una esfera donde de otra manera debería haber circunstancias luminosas y felices, armonía o paz verdadera, no es sorprendente. El ser vivo no puede seguir viviendo y seguir creyendo que la vida no existe. Justamente, el ser vivo siente algo, que nombra «seres vivos», pero no siente la vida misma en esos seres vivos. Sólo ve la combinación de materias, de la cual consiste el ser vivo y que constituye su organismo, pero como este organismo está sujeto a comienzo y final, es efímero, cree acerca de este ser vivo que es solamente una cosa creada y mediante esta creencia se constata su propia ignorancia acerca de la vida real. Pero una región que el ser vivo no conoce o de cuya existencia ignora, solamente puede representar en su conciencia «la muerte». Y así ocurre, que el hombre terreno, el cual representa la muerte en lugar de la vida, es el Adán y la Eva «llevados a la muerte» tras «comer del árbol de la ciencia».
3. Mediante el juicio, con el que uno juzga a los demás, uno se juzga a sí mismo
Pero, ¿de qué manera ocurre que el ser vivo, que es eterno e inmortal, se aleja totalmente de sí mismo, se aleja totalmente de la vida real, incluso tanto, que se cree a sí mismo uno con la materia y, por lo tanto, con la muerte?
Cuando el ser vivo se aleja tanto de la vida, que en realidad se cree uno con la materia y cree que antes no existía e igualmente cree que dejará de existir, la causa de esto es exclusivamente una disposición en el plan universal divino. Ese estado del ser es exclusivamente el cumplimento de las leyes eternas sobre las que se basa el universo entero. Por eso el estado de cada ser vivo es hoy precisamente tal y como debe ser para poder evolucionar siempre hacia adelante y realizar el propósito final divino, el cual es el objetivo predeterminado. Reprochar al ser vivo, porque justamente hoy es de esta o de otra manera, es una manera de actuar, que sólo la puede practicar un ser que todavía no sabe nada sobre la vida verdadera. Esa forma de actuar es justamente «la marca de la muerte del ser sin vida». Es este ser «sin vida», el que juzga a su prójimo como un ser «sin vida», y de esta manera hace de las eternas palabras una verdad, las cuales expresan que uno mismo será juzgado por el mismo juicio con el que uno juzga a los demás. Nadie puede juzgar a otros a una vida distinta a la que uno mismo en realidad representa. Si alguien dice de otro que es malo, en realidad se está definiendo a sí mismo como malo, porque en un sentido absoluto ningún ser puede ser malo, o, en otras palabras, un bandido, un ser humano malo. Cada ser humano, igual que cada ser vivo cualquiera representa hoy la cima de su evolución y se encuentra sobre su correspondiente escalón en la evolución. Por eso sólo puede expresarse o manifestarse mediante los talentos y capacidades especiales que caracterizan al concerniente escalón de la evolución. No se puede pretender que un ser manifieste capacidades y talentos que pertenecen a un estado o escalón más alto que el ser aún no ha alcanzado. Por eso cada ser que presenta una pretensión tal y reprocha si ella no es realizada se caracteriza a sí mismo como un ser malo. Todos los seres que reprochan y juzgan con malicia el comportamiento de otros seres humanos se revelan a sí mismos precisamente como eso por lo que ellos juzgan a los demás. Todos los juicios, todo tipo de crítica con malicia y todo reproche sólo puede ser el resultado de la imperfección espiritual o anímica del ser que critica. Sólo un ser imperfecto espiritualmente puede manifestar una crítica o reproche con malicia contra su prójimo y juzgarle como un ser imperfecto espiritualmente, y por lo tanto, desde el punto de vista cósmico, el ser revela exclusivamente su propia imperfección espiritual. Mediante el juicio a otros, uno se juzga a sí mismo.
4. La liberación mental y la capacidad perfecta de amar
De esta manera el ser vivo está completamente ligado a su propia imagen de la vida. Lo juzga todo según esa imagen. Pero ya que esa imagen puede ser falsa o irreal, de igual manera que puede ser verdadera o una expresión del análisis verdadero de la vida, depende plenamente de esta imagen del individuo si está en contacto con la vida, con la realidad o está animado por imágenes totalmente falsas sobre la vida y por lo tanto también sobre su propia identidad inmortal real. Si su imagen sobre la vida es absolutamente justa o está al cien por cien en contacto con la realidad, con la verdad, y este contacto, por consiguiente, se ha hecho el fundamento de su vida, el ser vivo siente todas las cosas buenas y agradables, llenas de espíritu y alma de la vida, como, por ejemplo, la liberación de todo tipo de tristeza, preocupación, apatía por la vida, deseo de venganza o sentimiento de enfado hacia el prójimo, envidia, peleas o batalla por el pan de cada día. En esta situación, el ser está totalmente liberado de la así llamada «maldición», que condicionó que Adán tuviera que «comer el pan con el sudor de su frente». El ser, por consiguiente, ya no siente más ningún tipo de anhelo acerca de posesiones. En realidad, el ser siente la felicidad más alta, el gozo más grande dando plenamente su vida por el prójimo. Y un cumplimiento más grande de las leyes divinas no existe. ¿No fue dicho justamente por el redentor del mundo que «nadie tiene un amor más grande que el que da su vida por sus amigos»? – ¿No es acaso lo mismo que confirma el mismo gran «hijo del hombre» cuando dice: «…Debes amar a tu prójimo como a ti mismo» y añade que esto es el cumplimiento de toda la ley y de los profetas? ¿Y no es acaso en los textos bíblicos donde podemos seguir informándonos acerca de lo que Dios o la Providencia misma dijo acerca de este predicador del amor mediante las palabras: «Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia»?
5. Seres que hablan con Dios y en los cuales Dios siente complacencia
De esta manera Dios anuncia su alegría y gozo por un ser que ama a su prójimo. Pero, en verdad, Dios es la Providencia, la Providencia es la naturaleza y la naturaleza es las fuerzas fundamentales de la vida o el entorno diario del ser. Amar a su prójimo, por lo tanto, significa que mediante ese amor uno pone esas fuerzas en una vibración o movimiento, favorable para uno mismo, que al final hacen a Dios, que, en otras palabras, es todo lo que nos rodea, descubrir la autenticidad divina de la propia identidad real como hijo de Dios en las sublimas palabras mencionadas: «Este es mi hijo, el amado, en quien tengo complacencia». ¿Puede experimentar el ser vivo una experiencia más alta, más hermosa y más perfecta? – ¿No es acaso la más grande iniciación que puede experimentar el ser vivo el hecho de que la naturaleza, todo lo que le rodea, la vida diaria, fundamentalmente se manifieste como una voz divina, que de todas maneras le dice al mismo ser que es el hijo amado de Dios, un príncipe del espíritu, un rey de la sabiduría o del espíritu santo? – ¿No es así que durante siglos millones de seres humanos han reconocido que «Jesucristo es Señor, a la Gloria de Dios, el Padre»? Incluso en el que le traicionó presentimos la misma glorificación divina. ¿Por qué de otra manera él tomó su propia vida? – ¿No vemos igualmente que durante siglos millones de seres humanos alabaron a Buda como un ser celestial o sobrenatural, lo que en otras palabras significa, un ser en el cual la divinidad siente complacencia? – ¿Y no existen hoy igualmente millones de seres humanos que viven en estado de culto y admiración hacia Mahoma como hijo del cielo? – ¿Qué es esto que aquí vemos o experimentamos? – ¿No es acaso, la alabanza o reconocimiento de estos seres como divinos y perfectos que hacen esos millones de seres humanos, la voz de Dios? – ¿De qué otra manera Dios debería difundir o informar que éste u otro ser es el «hijo amado en quien siente complacencia»? – ¿No se cree, acaso, que necesariamente había algo en la mente y en la conducta de estos seres mencionados que atrajo a los seres humanos y que fue de una grandiosidad tan cautivadora que los seres humanos se arrodillaban o se inclinaban hacia la tierra por ese algo que percibieron en los seres mencionados? – ¿Y no fue ese algo justamente el amor al prójimo? – ¿Y no sigue siendo ese amor al prójimo lo mismo que el resultado de una plena soberanía mental superior en esos seres mencionados? – Sus manifestaciones no fueron repetición, copia o imitación de otros seres anteriores o de aquella época. Su entera aparición, sabiduría y mandamientos, consejos e instrucciones eran absolutamente propios y, por lo tanto, soberanos o reales, literalmente hablando. Esos seres eran «hijos de Dios» conscientes en su forma más pura. No había otros seres por encima de ellos más que Dios. Por consiguiente, ellos hablaban directamente con Dios y según Dios. Y en contacto con eso, ellos sacrificaron su vida para la humanidad terrena. Una manifestación más grande de amor es imposible de manifestar. Ellos se sacrificaron a sí mismos de una manera total para su prójimo. En este caso su prójimo fue la humanidad terrena.
6. Lo que el amor al prójimo da a los que lo practican
Pero, aunque para Jesús de Nazaret en primer lugar eso significó la crucifixión, la respuesta fundamental de la humanidad terrena a ese amor al prójimo por parte de los redentores del mundo se transformó en la más grande alabanza, entrega y homenaje que ha sido manifestado desde siempre sobre la tierra. Deseando ver qué es lo que el amor al prójimo da al que lo practica, uno sólo necesita estudiar las vidas terrenas de esos tres redentores del mundo, y aquí uno recibe las más sólidas y brillantes pruebas acerca de lo que una vida en amor al prójimo finalmente da al que lo practica. ¿No es acaso cada vida en la esfera terrena de esos tres grandes seres santos un cuento tan grande, divino y lleno de luz, que se convierte en algo que de ningún modo es posible superar? De esta manera, constituye la forma de vida más alta, es, en verdad, la culminación misma de la vida. Jesús, que nació en un establo de padres pobres y humildes que incluso no estaban casados, es decir, como un niño llamado ilegítimo, fue metido en un pesebre, perteneciendo a la clase más baja de la sociedad, se hizo artesano, se relacionó con «pecadores y recaudadores de impuestos» y con otros seres ignorados por las clases altas de la sociedad como los pobres pescadores, la prostituta María Magdalena, y fue considerado por las personas que pertenecen a las clases educadas e intelectuales de la sociedad, como el caso de Nicodemo, como una persona con la cual uno sólo podía tener relación de la forma más secreta, una persona considerada por los círculos más acomodados de la sociedad como un paria, creció para hacerse venerado y reconocido como Dios por parte de millones de seres humanos a lo largo de los siglos. Esas masas de fieles tienen entre sus filas tanto reyes y emperadores como ciudadanos ordinarios, ricos y pobres. ¿Se puede imaginar un cuento más hermoso? – ¿Cómo debería manifestarse para ser más grande?
Si observamos la vida terrena del redentor del mundo, Buda, vemos un cuento divino correspondiente, pero tan solo con otros matices o colores. Aquí vemos el hijo de un rey de la tierra, nacido en un entorno rico y caro, tan alejado de la pobreza como se puede estar, pero, sin embargo, tan lleno de un amor total al prójimo que para el joven hijo del rey se hizo imposible conformarse con esos privilegios de rey o acceso favorecido a todos los bienes de la sociedad del país o del mundo, donde miles y miles de seres vivos vivían con mucho esfuerzo su vida de esclavos, pobreza y miseria, de tal manera que renunció a todas esas riquezas para poder estar entre los que sufren y lloran, los desamparados y los perdidos, y ser, mediante su cerebro y corazón, su ayuda en la miseria, ser su luz espiritual en la oscuridad. ¿Y qué pasó con ese ser? – ¿No vemos aquí también como el cuento eleva a ese hijo de rey terrenal, que renunció a sus privilegios reales, su título real, su vida privada, sus riquezas y palacios, lo eleva a una nueva dignidad real como rey espiritual de un reino que actualmente tiene alrededor de 500 millones de almas, de reyes y ciudadanos, ricos y pobres, y que, de esta masa enorme de seres, él es honrado, venerado y alabado como un Dios? ¿Puede aquí el cuento ser más grande?
En cuanto a Mahoma, ¿no es acaso el mismo cuento divino que encontramos aquí, pero, igual que los otros dos, apareciendo con sus propias variedades o matices? ¿No es igualmente que él también, gracias a su estado consciente de Dios y por ello, su preocupación por la felicidad de sus semejantes es hoy en día rey espiritual, admirado, venerado y adorado por millones de hombres, para los cuales su especial intuición y concepto ha sido el camino hacia la luz y, por lo tanto, a una forma más alta de experimentación de la vida?
El amor al prójimo fue el fundamento inamovible para la vida de estos seres y por eso tenemos en la historia, vida y destino de estos seres las pruebas más fundamentales e irrefutables de que el amor al prójimo es la absoluta forma de manifestarse que conduce al que lo practica a la más alta forma de experimentar la vida o al mayor cuento divino que en realidad se puede manifestar como un hecho totalmente real y verdadero. Así, el comportamiento de amor total al prójimo dio a los redentores del mundo una soberanía mental total, lo que significa una independencia total de la conciencia o lo que es lo mismo; una libertad e independencia física y espiritual, más el homenaje, veneración y culto o amor de todo el mundo a lo largo de los siglos. ¿Qué otro tipo de manifestación de la conciencia o formas de conducta puede mostrar que dieron a sus practicantes un resultado tan brillante?
7. Cuando el poder, la tortura, la muerte y la represión son practicados en lugar del amor al prójimo
Es verdad que han existido hombres que, por medio de otras formas de manifestación desviadas del amor al prójimo, que, más o menos, carecen de amor y son, por lo tanto, creadoras de guerras, embelesaron a los hombres e hicieron que les rindieran culto, pero ¿dónde está hoy en día el imperio de esos seres? ¿No palidece la historia de todas las personas del pasado en comparación a los redentores del mundo? ¿Qué significa una hermosa capa, una corona y un cetro y el homenaje de un gran pueblo, cuando todo este embelesamiento es producto –no por el amor al prójimo– sino por el crudo poder o la represión, mediante soldados, armas, cárceles, tortura y pena de muerte? – ¿Cuál de los grandes faraones no iniciados, reyes o emperadores del pasado u otros grandes no iniciados pudieron dejar tras de sí una autoridad tan grande que pudieron de forma continua gobernar sobre los hombres y sobre un reino tal que creció y creció de la misma manera que los reinos de los redentores del mundo?
¿No es el reino de los redentores del mundo el reino más grande hoy en día, y sin embargo pasaron milenios desde que esos reyes dejaron la esfera física? ¿Qué rey de la vida material, cuyo poder esté basado en armas, en soldados e instrumentos de muerte, puede demostrar algo sólo en parte similar? – ¿No han seguido todos ellos el camino de toda carne?
Sólo algunos monumentos funerarios, algunos jeroglíficos más o menos borrados más algunas ruinas en la arena del desierto desgastadas por el paso del tiempo y su exposición al sol nos hablan hoy en día de la gran inestabilidad o fugacidad de esos seres y sus reinos. Su brillo fue una ilusión. No fue una luz del sol que brilló sobre justos e injustos. Al contrario, su poder dominante sobre el cielo mental del hombre terreno fue como unas nubes negras que oscurecieron el sol y lo cubrieron todo con un clima atmosférico lleno de rayos y truenos, para después de eso desaparecer sin dejar huellas. Hoy en día esos seres están tan lejanos como las nubes que atravesaron el cielo ayer.
Aquí vemos, sobre el cielo mental del ser humano, cómo los grandes reyes y sus reinos que están basados sobre el amor al prójimo son una luz solar constante que brilla sin cesar e ilumina a justos e injustos, y en grado correspondiente son permanentes, mientras que todos los reyes y reinos que están basados en el poder, en matar y maltratar tienen la misma duración o la misma inestabilidad que las nubes de una oscura tormenta. Desplazan y destruyen todo tipo de libertad mental y, por consiguiente, se autodestruyen. De esta manera, las ruinas en la arena del desierto muestran que los grandes tiranos del pasado sembraron muerte y destrucción y, por lo tanto, de la misma manera, inevitablemente, debieron cosechar muerte y destrucción. Y, ¿no es justamente ese mismo drama lo que hemos visto hace poco representado ante nuestros actuales ojos físicos? – ¿No hemos visto a personas que han llevado a casi la mitad del mundo hacia un culto fanático de ellos mismos y de sus métodos y principios, que en forma cruda y mediante la fuerza, el poder, el terror a través de instrumentos preparados para ello, como cámaras de gas y armamento, etc., fue una represión en forma pura y un exterminio de todos los que pensaran de otra manera? Sus reinos eran pueblos de esclavos y arreadores de esclavos, era una cárcel que todo lo dominaba en la que cualquier clase de individualidad humana o independencia debía ser arruinada o exterminada. Un contraste más grande al amor al prójimo no es posible mostrar, manifestar o alcanzar. Y ¿cuál fue el resultado? ¿Dónde están estos seres hoy? ¿Dónde están esos individuos deseosos de dominar el mundo, los cuales en su propio culto a sí mismos erróneamente vagaron en la idiotez de creer que podían crear un mundo feliz, podían recoger alegría y bendición sembrando muerte y aniquilación, brutalidad, daño del cuerpo, tortura y destrucción de todo lo que es contario a su manera de pensar? Creyeron poder cosechar libertad e independencia para ellos y para sus amigos atando y encadenando a otros hombres. No comprendieron que a través de eso se envolvían ellos mismos en una telaraña de karma que haría de ellos y de sus pueblos los seres humanos del mundo más míseros, los más atados y encadenados, los más dañados y torturados. Ni siquiera la vida en una miserable y oscura célula de cárcel se les permitió a los jefes mundiales que antes se lanzaron adelante y fueron aplaudidos. Uno se fugó aterrorizado de este mundo del que él casi creía ser el dueño, mientras a otro le alcanzó la muerte que en un sin fin de veces él mismo causó a su prójimo. Y, ¿qué pasó con los sirvientes y ayudantes? – ¿No fueron todos ellos conducidos por los jueces a la ejecución por crímenes militares, mientras que el resto de su pueblo, hambriento y con frío, desnudo o con harapos, cojeaba alrededor de las ruinas de lo que antes eran sus bellas ciudades, palacios, castillos reales, iglesias y catedrales, universidades y centros de enseñanza, estaba ahora custodiado, preso y atado fuertemente por esos pueblos que ellos mismos pretendían atar?
8. La culminación de la humanidad terrena en el conocimiento materialista y la consiguiente muerte cósmica
¿Qué es lo que aquí la vida, la naturaleza o Dios mismo revela o dice a los seres humanos? – ¿No es una advertencia real y seria a todos los que hoy tienen los mismos o parecidos sueños egoístas? – Que posiblemente esos sueños son más o menos inconscientes, puesto que en un egoísmo y culto a sí mismo tan feraz tales seres se sugestionan a sí mismos a creer que toda su naturaleza, su inclinación a la represión del prójimo, a los demás seres humanos, a los demás pueblos y estados es idealismo, es «la salvación del mundo», es el camino a la paz absoluta, eso no cambia el poder tan destructor y creador de montones de ruinas de esos soñadores. Inevitablemente causarán sufrimiento, enfermedad y dolores de muerte tanto a sus causantes como a sus adeptos o ayudantes. ¿Uno no cree que aquellos que exterminan con bombas atómicas también ellos mismos serán exterminados por bombas atómicas? – ¿No tenemos en este monstruo delante de nosotros precisamente el principio de la espada en un aumento de mil o millones de veces? – ¿Uno cree que puede evitar la ley de amor al prójimo haciendo «la espada» más eficaz? – ¿Uno cree que los truenos de la bomba atómica y sus llamas de infierno sobre el cielo de las masas de seres destrozados y obras culturales de alguna ciudad se puede interpretar como una alabanza a su causante por parte de Dios? – ¿En esa manifestación infernal se encuentra algo que pueda ser expresado sobre su causante: «Este es mi hijo, el amado, en el que tengo complacencia»? – ¿No fueron las llameantes nubes de polvo de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki la culminación del cumplimiento de la promesa divina acerca de que el que come del árbol de la ciencia debe «morir la muerte»? – ¿Dónde está la sabiduría en este «infierno» que cubrió las dos ciudades y que posiblemente todavía de manera invisible actúa sobre sus ruinas o terrenos afectados? – ¿No fue precisamente una completa falta de sabiduría lo que condujo a las dos ciudades a la destrucción? – ¿Y no fue la misma completa falta de sabiduría y la consiguiente mentalidad esclava la que creó la ignorante audacia de utilizar la fuerza atómica contra la vida misma y sus creaciones culturales? – ¿No es esto la más alta forma de primitivismo o completa ignorancia acerca de la naturaleza más interna de la vida misma a la vez que un sobredimensionado conocimiento sobre la energía material? – El hombre terreno ha comido tanto de los frutos del árbol de la ciencia que él ya no está más entre «los verdaderamente vivos». Y por eso ya no puede ver la vida verdadera, la vida realmente viva. Ve sólo energía, energía y de nuevo energía que además es lo mismo que materia. Cree que él mismo es materia. Cree que el prójimo es materia. Cree que el universo entero es solamente materia. Que detrás de la materia debiera existir algo más y diferente, que, por ejemplo, existiera como su señor o dueño, eso él no lo puede ver. Y es esta total ceguera cósmica, anímica o pobreza sensorial lo que es la verdadera muerte o muerte real.
9. La muerte ordinaria no tiene nada en común con la muerte real, sino que es, al contrario, un fenómeno que revela lo imperecedero de la vida
La muerte, por lo tanto, no es, como creen millones de hombres, que uno pierde su cuerpo físico. Al contrario. De ninguna manera eso tiene algo en común con la verdadera muerte. La muerte real sólo puede existir como pérdida de sabiduría y la consiguiente pérdida de la capacidad intelectual. Pero, porque un ser pierda su cuerpo físico, esto no significa que pierda su sabiduría o su capacidad intelectual, aunque de manera provisional ésta está parado en su capacidad física. Por eso, la muerte real sólo puede ser una situación en la cual degeneran las capacidades espirituales cósmicas del ser, y por lo tanto, el ser es gobernado por la consiguiente incapacidad para comprender. Sólo la culminación total de esta pérdida de las capacidades espirituales o intelectualidad puede expresarse como la muerte absoluta. Todas las demás formas donde existen pérdidas de las capacidades espirituales o sensoriales son solamente lesiones provisoras, desgarros o heridas hechas durante la batalla por la existencia y cuya curación a lo largo de las vidas es absolutamente inevitable y, por lo tanto, es sólo cuestión de tiempo.
En la vida diaria tenemos, por consiguiente, dos tipos de pérdida de conciencia, que son, en realidad, por un lado, la pérdida provisional o aguda que ocurre en la batalla por la existencia, y por otro lado, la pérdida crónica de conciencia que aparece en la forma de la degeneración de la capacidad o lo que aquí significa la pérdida de las capacidades espirituales que no se produjeron por una manera no natural mediante la destrucción del cuerpo, despreocupación de los órganos u otra manera de descuido de las leyes de la vida. La primera forma de pérdida de conciencia o capacidades es en su mayor parte caracterizada por el mal uso y cuidado de los órganos, nervios y, por lo tanto, de los sentidos que el instinto de conservación diario o la batalla por la existencia requiere. El deterioro de los ojos, de las orejas, brazos y piernas como también de los órganos internos como el estómago, los intestinos, pulmones, corazón y cerebro, etc., y de esta manera hasta la así llamada muerte o de tiempo al tiempo el completo deterioro de todo el organismo físico, de tal manera que ya no es utilizable por el yo, son solamente deterioros naturales y provisionales, los cuales la vida en la zona del principio mortífero o el hogar de la guerra lleva consigo, para los instrumentos que el yo tiene que utilizar en esa batalla por la existencia. Y puesto que el organismo físico del ser vivo es exclusivamente tal instrumento, el yo de ninguna manera puede evitar la influencia a ese instrumento por parte de las materias, fuerzas y formas de energías con las cuales él se afana en hacer juegos malabares mediante esos instrumentos. Pero como, en forma de la reencarnación, tiene la capacidad de construir cuerpos nuevos a medida que los viejos se desgastan, ninguna lesión, deterioro por el uso o la completa destrucción del organismo físico del ser puede ser otra cosa que un acontecimiento provisional superficial el cual relativamente rápido sustituye por la construcción o mejoramiento de un cuerpo totalmente nuevo o un nuevo organismo, y así sucesivamente. Aquí se muestra como un hecho, para el buscador evolucionado, que esto no tiene nada en común con la muerte, sino al contrario, en el más alto grado revela lo imperecedero de la vida.
10. La verdadera muerte no se nota y se vive sólo como una sección especial de la conciencia en el concepto de vida eterna del individuo
La ordinara así llamada «muerte» o la «muerte» que se anuncia en los anuncios mortuorios de los periódicos, es, de esta manera, sólo una disposición provisional, necesaria y práctica o un principio de mantenimiento. En lo que concierne a la verdadera muerte, es tan suave e imperceptible que en realidad sólo puede ser observada y vista por el investigador evolucionado. La causa de que esta muerte sea tan suave y tan difícil de notar en su aparición es exclusivamente debido a que no es consecuencia de algún tipo de catástrofe o destrucción del cuerpo y tampoco es consecuencia de algún tipo de desgaste o envejecimiento. Al contrario, su existencia se debe al eterno ritmo cambiante que es activado por el deseo primario del individuo y que aparece en el exterior como un eterno ciclo de «hambre» y «saciedad». Este deseo tiene su origen en la supraconciencia del yo, o lo que quiere decir, en X2, y se manifiesta como un grandioso deseo creciente de experimentar lo contrario de esa vida en la cual se encuentra el yo de manera provisional. Este deseo, por consiguiente, es más fuerte cuanto más saciado está el yo o el ser de la vida que lleva actualmente. Este deseo, por lo tanto, se extiende hacia delante hasta alcanzar su culminación para después reducirse y alcanzar su mínima expresión de desarrollo allí donde empezó, tras lo cual de nuevo aumenta hasta su nueva culminación y así continuamente. Es este movimiento rítmico a través del deseo primario el que en mi obra principal «Livets Bog» ha recibido el nombre de espiral de evolución o ciclo.
11. El hombre primitivo vive más en convivencia con la Divinidad a nivel de conciencia diurna y, por lo tanto, con la verdad real que el hombre cultural moderno
En este ciclo el hombre terreno se encuentra en la zona de la muerte. Ya no tiene conciencia diurna en el plano cósmico. El hombre primitivo sigue teniendo algunos restos de esta «conciencia cósmica» de su pasado en forma de su instinto. A través de este instinto siente todavía que tiene que haber algo vivo y dirigente detrás de todos los movimientos, detrás de la tormenta, detrás del oleaje, detrás del crecimiento de los árboles, detrás de los destinos de los seres vivos, detrás del sol y las estrellas o detrás del universo. Para tal hombre primitivo es imposible que no fuera así. Pero no tiene tanta inteligencia o intelectualidad que puede formar análisis científicos y de consciencia diurna del lado cósmico de la vida misma. Pero a través de su instinto y su inteligencia aún no muy desarrollada, puede, a través de imaginaciones físicas, mantener los resultados centrales que son análogas a su propio ser temporal. De la misma manera que él mismo puede enojarse, piensa que también la Providencia puede enojarse y castiga o se venga de sus enemigos, y que esta Providencia, naturalmente, también apremia y favorece a sus amigos, al igual que él mismo castiga y recompensa. Sólo de esta manera imperfecta el hombre primitivo puede percibir y expresar la misma ley de karma.
Aunque no puede entender las experiencias cotidianas de otra manera, eso muestra que sólo puede percibir la naturaleza como las acciones o expresiones de vida de «un ser vivo». ¿Qué es, entonces, más natural que tenga simplemente que percibir esta vida de forma análoga a su propia vida, sólo que en una apariencia mucho más grande y poderosa o dominante? Por supuesto, en este estado, tiene que formar a la Divinidad en su propia imagen. Pero vive en esa imagen de la Divinidad. Constituye la base de sus ideales, moral y comportamiento, ya que es imposible para él pensar que este ser vivo con su mucho mayor poder e influencia pueda cometer los errores que él mismo comete. Los hombres primitivos de la espesura o la selva viven, así, fundamentalmente un concepto indispensable de Dios, creen en la existencia de seres invisibles, espíritus o dioses detrás de la vida y sus clases de energía o movimiento. A través de este gran instinto, están, por lo tanto, inseparablemente unidos a su concepto de Dios. Si bajo su concepto de Dios percibe un dios o varios dioses, si considera que este dios o los dioses tienen este aspecto u otro, o si aparecen en tal o cual manera, no cambia el principio. Tal ser vive más en contacto consciente o en una estrecha relación de consciencia diurna con la Divinidad que el hombre moderno cultural, que está mucho más avanzado en el ciclo de espiral y que es enormemente conocedor de la materia, es decir, conocedor de los tipos de movimientos, velocidades, pesos y medidas, tiempo y espacio, pero niega totalmente vida o providencia y, por lo tanto, una dirección consciente e intelectual detrás de todas estas formas de movimiento o creaciones lógicas de las que la naturaleza forma un océano.
12. El hombre primitivo y el hombre cultural en relación con la muerte cósmica
Que habría una Divinidad, un ser gigantesco consciente detrás de la materia y con el universo como su organismo es inconcebible para un ser con una fuerte actitud material – científica. Sólo ve la muerte. Su reconocimiento de vida se extiende en el micro mundo sólo a lo que a simple vista y con el microscopio como extensor de sus ojos puede observar como seres vivos, al igual que este límite visual hacia arriba, hacia el macrocosmos, ya se detiene en la propia identidad de sí mismo como la culminación de la vida o límite más alto de los seres vivos. De verdad, un panorama de vida muy microscópico, cuando tenemos en cuenta las grandes distancias y espacios que hay entre los mundos visibles y centros solares en el cielo nocturno, y qué microscópicamente pequeña es la Tierra, como una mota de polvo en este panorama espléndido o sin límites. Que tal pequeña mota de vida como el hombre terrestre sería la más alta representación de vida en este panorama, en el que el mismo planeta, en que se encuentra, por su pequeñez desaparece en el universo como una simple mota de polvo, sólo puede ser lo mismo que ver la muerte en todas partes del universo; sólo puede ser venerar esta muerte en lugar de la vida. No es de extrañar que el redentor del mundo expresara: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos». El hombre primitivo no sabe nada sobre la velocidad de la luz, no sabe nada de cómo atar los elementos en máquinas de fuerza y así convertirse en el maestro de estos elementos. No puede pesar el sol ni medir científicamente el recorrido de las estrellas. No puede maniobrar con la energía nuclear ni profundizar en la vida molecular y celular o de manera perfecta hacer juegos malabares con otros de los fenómenos materiales de los que el hombre cultural se ha hecho experto, pero aún vive en un estado donde se puede ir a una Divinidad o una Providencia viva con sus preocupaciones, del mismo modo que permite que la misma Providencia determine la moral y el carácter, al mismo tiempo que se inclina profundamente en el polvo para esta base absoluta de la vida. Por eso no conoce la esfera de la desesperanza y la depresión bajo la cual el hombre cultural se encuentra en gran medida. En el hombre primitivo y el hombre cultural vemos una confirmación de los efectos que resultarían del disfrute del árbol de la ciencia. Estamos siendo testigos de cómo los seres disfrutan del árbol de la ciencia y «mueren la muerte». El hombre primitivo no está «consciente cósmicamente», sino que vive en un presentimiento instintivo de la existencia de la Providencia o de Dios hasta tal punto que esta Divinidad aun determina su moralidad y comportamiento. Por lo tanto, no está completamente «cósmicamente vivo», pero tampoco está completamente «cósmicamente muerto». Vemos, por el contrario, en el hombre cultural, un ser que está completamente «cósmicamente muerto». Y como a través de sus tendencias y aptitudes animales revela que sigue siendo, en cierta medida, un hombre primitivo y que se diferencia de éste sólo por su interés e inteligencia altamente desarrollados – no por la vida, sino por la muerte, lo cual quiere decir la materia o las cosas muertas, y su total incapacidad de creer en una divinidad, al mismo tiempo que no existe una frontera bien definida, sino que existe una transición, tan fina y delicada que no es posible decir dónde termina el hombre primitivo y dónde comienza el hombre cultural, y así se convierte en un hecho que el hombre cultural sólo es un hombre primitivo más avanzado en el ciclo cósmico de espiral. El hombre primitivo está hoy en camino de convertirse en un hombre cultural, lo cual significa que está perdiendo gradualmente su capacidad de creer en una divinidad, está perdiendo su capacidad de creer que todo está vivo. Está perdiendo así su terreno cósmico, su sensación cósmica o sentido instintivo de su propia vida inmortal o su existencia eterna. Comienza cada vez más a creer en la muerte, en su propio cese total final, de la misma manera que cree más y más que ha sido creado de la misma manera que cualquier otra cosa creada y por lo tanto puede ser identificado como una combinación temporal de materia, que se disolverá de nuevo.
13. Los dos principios de experiencia: «El árbol de la vida» y «El árbol de la ciencia»
El hombre cultural es, así, un ser «moribundo». Y es la culminación de esta muerte total, lo que hace al ser un frio egoísta ateo o un ser cien por cien materialista. ¿Y qué es lo que ha causado esta transformación del hombre primitivo al hombre cultural o del ser «vivo» a un ser «muerto»? ¿No es la llamada civilización moderna? ¿No es esa que entra a las tranquilas islas del mar del sur y en los terrenos de la selva con sus bienes y males modernos refinados, sus fenómenos técnicos simultáneamente con sus vicios y enfermedades mortales y espantosos? ¿No han envenenado y socavado estos vicios y enfermedades la atmósfera de «paraíso» en parte preservada de la población indígena? ¿Y estos hombres, a su vez, no están cautivados e interesados en la capacidad técnica y química del hombre cultural? ¿No es esta brujería moderna: motores, automóviles, aviones, películas, radio, luz eléctrica y demás resultados de los conocimientos y habilidades materiales la que pone enormes brotes de anhelo en las generaciones jóvenes de estos pueblos? ¿Con tales brotes de anhelo en la mente pueden seguir siendo las mismas personas que antes? – ¿Y qué es lo que anhelan? – ¿Qué clase de apetito se engendra con el encuentro de la civilización en la mente del hombre primitivo? – ¿No es precisamente el disfrute del árbol de la ciencia? ¿No es la capacidad inmensa del hombre cultural que gradualmente se convierte en el ideal y el objetivo de los jóvenes hijos e hijas de la selva y de la espesura? ¿Y en qué se basa esta habilidad inmensa si no en conocimientos de la materia? – Y ¿cómo se obtienen estas habilidades sin abandonarse a la materia, abandonarse a una vida completamente dominada por pensamientos sobre movimientos, vibraciones, longitudes de onda, velocidades, tiempo y espacio, medidas y peso? La materia muerta constituye, así, el objeto total o preponderante para el interés de la vida. ¿Y no es así que una comunidad primitiva detrás de otra ha entrado gradualmente en la esfera de la civilización moderna? ¿Y no se cree que irá de la misma manera con todas las comunidades primitivas que todavía viven en las selvas y espesuras? – ¿Y no es precisamente un hecho que con el enriquecimiento del conocimiento material o la ciencia materialista pura muere la capacidad de creer de los seres? Las últimas tendencias para creer en la Providencia eclesiástica o en el concepto de una Divinidad hace tiempo que han muerto en las capacidades académicas o científicas en el nivel material. No es la religión cristiana eclesiástica sino sus capacidades materiales que los indígenas anhelan o desean, aunque, por supuesto, en cierta medida y por un tiempo limitado pueden encontrar placer en los objetos religiosos de la civilización como sustituto de su instinto religioso todavía no completamente muerto.
Como hemos visto aquí, el camino mental o evolución espiritual del hombre terreno va exclusivamente del estado primitivo al cultural, lo cual, a nivel de consciencia, va del instinto a la inteligencia. Como el instinto es los restos de la «conciencia cósmica», «clarividencia cósmica» o una capacidad de percepción que da «resultados de vida» de un ciclo anterior, la mera inteligencia, sin embargo, sólo proporcionará «resultados de la materia», que en sí mismo sólo expresan pesos y medidas o números fríos. Por lo tanto, estamos siendo testigos de los dos grandes principios de la vida o principios del disfrute de la vida, que en la Biblia se expresan como el árbol de la vida y el árbol de la ciencia.
14. A través de una vida de señor al igual que a través de una vida de esclavo el ser vivo pierde su soberanía mental
Ya hemos sido orientados en cuanto al árbol de la ciencia. Este disfrute es lo mismo que el disfrute o la satisfacción de todos los distintos deseos materiales, egoístas. Estos deseos de materia beneficiosa (dinero, bienes y oro) y la vida placentera resultante se han vuelto tan fuertes que el ser vivo o el prójimo, para este ser gradualmente se han transformado en algo secundario. Así, este prójimo se convirtió finalmente en un medio por el cual posiblemente podría obtener la posesión de la materia deseada o de los bienes de la vida, sin importar cómo se formaría la vida de este prójimo en consecuencia de eso. Que este prójimo se convirtiera en un esclavo o siervo oculto o camuflado allí, donde esta explotación del prójimo no podría tener lugar de manera obvia, está claro. ¿Cómo se transformaría la materia de otra manera cómodamente a la ventaja del ser egoísta? Hacerlo uno mismo no era tan agradable como cuando lo hacía el prójimo. El gran factor en la adquisición de los bienes de la vida se convirtió así cada vez más en eso que al prójimo le cargara los golpes y las molestias, mientras que los beneficios ganados a través de estas molestias tocara al ser poderoso y egoísta. Por lo tanto, poco a poco la existencia del hombre terreno se expresaba en dos formas, a saber, el estado del señor y el estado del esclavo. Ninguna de estas dos formas materiales de existencia eran formas naturales y libres para la experiencia de la vida. La existencia del señor estaba tan atada como la del esclavo, aunque aparentemente podría dar a su progenitor ciertos beneficios materiales temporales. Pero como nada menos que estos beneficios podrían satisfacer el deseo del egoísta, y estos beneficios solo podrían mantenerse por los esclavos, así los seres de la existencia del señor se volvieron completamente dependientes de estos «esclavos». Un ser que ha desarrollado deseos tan fuertes o un apetito tan excesivo por la vida que ésta sólo puede satisfacerse por una cantidad mayor o menor de fuerza de trabajo o habilidad de otros hombres, está encarcelado en esta habilidad. La forma de existencia que para él significa vida y el bienestar, no la puede adquirir sin subyugar a sus semejantes con poder, mantenerlos impotentes para que pueda adquirir el producto de sus esfuerzos. Éstos, para él, hace tiempo que han dejado de ser su verdadero prójimo, ser sus semejantes iguales. Para él son sólo una clase de seres que por fuerza tiene que mantener, ya que se ha acostumbrado a un apetito de la vida, que no puede satisfacer por su propio esfuerzo. Por lo tanto, son nada más que una especie de «animal doméstico», que a su vez sólo puede considerarse como una especie de «inventario» superior. Pero en la misma medida en que el prójimo se considera o se percibe como una pieza de inventario, como materia, el ser en cuestión ha dejado de «ver de manera humana». Ha perdido así su visión cósmica normal a través de la cual, de lo contrario, vería al prójimo como un «semejante vivo» y no como una mera «herramienta», un trozo de inventario que puede utilizar como le dé la gana. Pero, sólo poder ver la vida viva como materia muerta inferior, con la cual uno puede jugar a la pelota o patear, si a uno le da la gana, es lo mismo que ya no poder experimentar lo vivo real o la vida verdadera. Pero, cuando uno ha perdido parte de su visión o habilidad de percibir, uno es, inevitablemente, encarcelado por la ceguera que proviene de la mencionada pérdida de experiencia. El ser egoísta, el señor, cuyo apetito por la vida es tan fuerte que sólo puede satisfacerse mediante del uso del prójimo como «animal doméstico» o materia, es así, en la medida correspondiente, un ser encarcelado mentalmente. Aquí es fácil ver cómo la palabra del redentor del mundo es ciencia allí, donde dice que es tan imposible para un hombre rico entrar en el cielo como para un camello pasar por el ojo de una aguja. «Entrar en el cielo» es lo mismo que ver al prójimo, no como un «animal doméstico», no como un fardo de materia, sino como un «ser vivo» al que uno ama como se ama a sí mismo, y en virtud de lo cual la experiencia de la vida no puede ser otra cosa que una alegría y un gozo permanente.
Que la vida esclava es también una condición física atada y, por lo tanto, se convierte en una prisión mental correspondiente, debería ser un hecho obvio para la mayoría. Aquí al ser se le ha privado de una parte extremadamente grande del fruto de su propio trabajo, es decir, la parte que le es robado por su señor. Pero perder parte del fruto de su trabajo es perder parte de su derecho, lo que a su vez quiere decir parte de su libertad. Y un ser que ha perdido parte de su libertad está, en la medida correspondiente, encarcelado. Tanto el señor como el esclavo son ambos prisioneros mentales de la vida. No tienen ninguna soberanía de conciencia. Ambos son esclavos de la materia. El señor es tan dependiente y tan absorto de la materia que ya no puede distinguir entre la materia y el semejante. Para él, el semejante es sólo un medio o una herramienta para cumplir sus deseos. Y para el esclavo, el señor, de hecho, también ha dejado de ser un prójimo, un ser semejante. Se ha convertido en una especie de fuerza natural, un destino al que uno necesariamente tiene que someterse para tener el pan de cada día. El señor, así como el esclavo, son mutuamente un mal necesario el uno para el otro. Pero un ser, que es un mal necesario, sólo es un medio para la experiencia de la vida. Pero percibir a un ser vivo sólo como un medio, como una mera herramienta indispensable en la vida diaria, no es percibirlo como a un prójimo. Esta actitud hacia el semejante vivo o al prójimo nunca podrá, en realidad, ser otra cosa que una mera experiencia de la materia. Y dado que tal ser sólo ama a su cónyuge e hijos, que a su vez son su propia carne y sangre, y este amor así se convierte en simpatía por sí mismo, todo lo vivo alrededor de este ser se vuelve en nada más que materia. Pero como esto de no solamente experimentar la materia como materia, sino también experimentar lo vivo o la vida misma, los seres vivos como materia, es lo mismo que sólo experimentar la muerte o lo muerto, el ser vivo se convierte en este estadio, cósmicamente visto, sólo en un ser muerto. Pero vivir la vida como un ser muerto es lo mismo que vivir en una prisión mental. Tal modo de vivir constituye a su vez la culminación del contraste a la experiencia de la soberanía mental o de conciencia, que a su vez es lo mismo que experimentar la vida como un ser vivo real o como las manifestaciones de un dios.
15. Cuando uno es el señor de la materia sin ser el sirviente de la vida
Visto desde este punto de vista, el hombre terreno ordinario tiene mucho que desear. Todavía está muy muy lejos de tener soberanía mental. De verdad se puede decir que culmina en lo contrario. Vive en la mayor medida mentalmente encarcelado. Por lo tanto, este encarcelamiento constituye todo lo que pertenece a las materias o cosas materiales que desea a tal grado que los semejantes, la vida viva a su alrededor, de hecho, sólo se perciben como una cosa secundaria, como herramientas o medios por los cuales puede cumplir sus deseos materiales. En medio de toda esta materia o percepción de materia, realmente sólo ve a su propio yo. Todo se trata de este yo, quiere sujetar todo a este yo. Y es aquí donde entra en conflicto con las leyes de la vida. Según estas leyes, el ser vivo sólo puede subyugar la materia, pero no los semejantes vivos. Así, el hombre terreno enfrenta dos realidades principales: los semejantes y la materia. Todo su destino, su experiencia de vida, su completa libertad mental o su encarcelamiento mental dependen totalmente de su relación con estos dos fenómenos que forman su entorno. Las leyes de la vida dictan que el individuo o yo se convierta en señor de la materia, pero servidor para los semejantes. El objetivo de la evolución del ser vivo, su creación de experiencias, todo lo vivido, tanto desagradable como agradable, sólo tiene el único propósito de convertir al individuo en el servidor de los seres vivos. Pero como los semejantes vivos son lo mismo que la vida, y la vida en realidad es lo mismo que la Providencia o la Divinidad, significa que el ser vivo tiene que servir a la Divinidad. Debe evolucionarse para ver a la Divinidad en cualquier forma de vida y así servir esta forma de vida.
Pero para convertirse en un sirviente perfecto de la vida, primero tiene que convertirse en un señor perfecto de la materia. La materia es el único medio existente por el cual uno puede servir a su prójimo, a los semejantes o a la Divinidad. Pero para convertirse en un verdadero señor de la materia, el ser vivo primero tiene que hacerse uno con la materia. Tiene que aprender a amar la materia tanto como ama a sí mismo. Y es este amor a la materia que se manifiesta bajo el término de propiedad. Por lo tanto, cuando el ser quiere o desea poseer un automóvil, un avión, un palacio, un castillo, una fortuna, sirvientes, esclavos, etc. únicamente por su propio bien o únicamente para servirse a sí mismo con estos fenómenos, entonces posee un amor total o absolutamente perfecto a la materia, pero no tiene amor al prójimo o a los semejantes. No cumple con las leyes de la vida o las condiciones requeridas para que el individuo sea uno con la naturaleza, uno con la vida, lo cual significa poseer «conciencia cósmica» y así sentir el latido de corazón del universo, la Divinidad o la vida más elevada. Pero cuando no cumple con las leyes de la vida, disminuye a un grado correspondiente su experiencia de vida real. Al mismo grado que ama la materia en beneficio propio más que para el beneficio de los semejantes o el prójimo, crea desarmonía, oscurece la vida. Es esta oscuridad que llamamos primitivismo, destinos infelices, pecado, infierno o lo malo. Estos fenómenos mencionados constituyen los efectos absolutamente inevitables del deseo o el amor de la materia y la consecuente aparición como señor de la materia sin ser el sirviente de los semejantes o de la vida.
16. Lo que está mal en la aparición del hombre terreno
Pero cuando los seres viven sin hacerse los sirvientes de la vida, ¿cómo florecerá la verdadera vida o llegará a su verdadera determinación, cumplirá su propósito particular? ¿Quién hará la vida perfecta y, por lo tanto, el destino feliz si no el ser vivo mismo? ¿Por qué no podría hacerse el sirviente de la vida cuando puede hacerse el señor de la materia? ¿Sería más difícil estrecharle al prójimo una mano perdonante y una caricia comprensiva y cálida que volar sobre las nubes y navegar bajo las aguas? ¿No se puede igual de fácil desarrollar para conseguir unos ojos clementes y amorosos que dirigir hacia su prójimo como se ha desarrollado un cerebro que puede llegar a pesar el sol y medir la trayectoria de las estrellas, o, a través del microscopio contemplar el microcosmos y por el telescopio orientarse miles de años luz en el macrocosmos? ¿Para qué sirve esta poderosa habilidad, este gran ingenio, este gran dominio sobre las fuerzas, cuando únicamente es para su propio beneficio y, por lo tanto, para desgracia y daño de su entorno? ¿No se cree que este desarrollo inmenso de la inteligencia física y la capacidad resultante deberían ser beneficiosos para la vida en vez de dañinos para ella? ¿Se cree que este vasto desarrollo mental del individuo sólo será a beneficio de él mismo y para la destrucción de su entorno, cuando de hecho puede ser una alegría, no sólo para el mismo ser, sino también para su entorno? ¿Será lógico suponer que esto último sea el sentido de la vida? ¿No es precisamente por eso que las muchas bellas ciudades y obras culturales de la tierra hoy son pilas de ruinas y millones de personas asesinadas o mutiladas? ¿Se cree que es el sentido de la vida que el ser a «imagen de Dios» vaya cojeando en piernas artificiales y diera la mano con una mano artificial o abrazara a sus seres queridos con brazos de metal? El hecho de que el hombre terreno se haya convertido en el señor de la materia no le ha aportado ninguna felicidad verdadera o real. En medio de esta soberanía material, grita por una paz duradera, lo cual a su vez quiere decir: una felicidad real y duradera.
Pero cuando la apariencia del individuo como el «señor» de la materia no le ha traído la verdadera felicidad, sino al contrario le ha puesto en una situación en la que clama por esta felicidad, por lo tanto, se hace un hecho que su existencia como el señor de la materia no es el objetivo definitivo del desarrollo del hombre terreno. El objetivo de este desarrollo sólo puede ser esta paz. Pero para alcanzar esta paz o este objetivo, es imprescindible que su vida se cambie. Esto de ser el señor de la materia no puede ser suficiente. ¿Qué es entonces, lo que está mal en la aparición del ser? ¿No es precisamente lo que ya hemos dicho, es decir, el uso de esta soberanía? El ser usa su dominio sobre las fuerzas o la materia a su propio favor. Y en este afán suyo e insaciabilidad en el deseo material, no ha podido ver o percibir que todo el uso de la habilidad material en beneficio propio sólo puede conducir a la destrucción, molestia y sufrimiento para los alrededores. Por lo tanto, no entiende que el propósito de hacer al individuo el señor de la materia sólo es convertirle en un sirviente perfecto para los semejantes. Un sirviente que no es amo de la materia no puede ser un sirviente perfecto para su prójimo o su entorno. Por eso hay toda una serie de estadios en el ciclo de la espiral, que está sólo destinada como lugar de desarrollo para la educación del individuo en subyugar la materia. Y a eso ha llegado ahora el ser en este desarrollo, que está sometiendo la energía nuclear, detrás de la cual existen enormes cantidades de energía sin precedentes para que el individuo con ella pueda destruir toda la cultura, toda la creación humana, y sigue haciendo numerosas pruebas de cómo hacerla destructiva y mortal para los semejantes. ¿No se cree que el propósito es, que esta inmensa fuente de energía, así como las demás formas fabulosas de conocimientos técnicos y químicos, que los hombres terrenos han adquirido, se tienen que utilizar para el beneficio de su prójimo, es decir, al beneficio de sus semejantes y su entorno? ¿No se cree que la inteligencia inusualmente alta se tiene que usar para el beneficio de la creación de una vida feliz para todas los semejantes?
17. Cómo crear la tan esperada «paz duradera» o la felicidad o experiencia perfecta de la vida
Pero ¿cómo se crea entonces dicha felicidad o la paz duradera que todos los hombres terrenos desean y que ha sido anunciado a través del Evangelio de Navidad? – De verdad, ¿acaso el personaje principal del evangelio de Navidad no ha dado el modelo de esto? – No dijo él mismo: «No he venido para dejarme servir sino para servir». ¿No ha dicho también que el sirviente es tan grande como el señor? Y no ha dicho también: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo, esto es el cumplimiento de toda la ley», así como también dijo: «Entonces todos deberían saber que sois mis discípulos porque tenéis amor mutuo» y que «Es mejor dar que tomar», y «nadie tiene más amor que el que da su vida para salvar a sus amigos». ¿No es también de él, que tenemos la declaración de que «el que da su vida la poseerá, pero el que no da su vida, la perderá?»
¿No son todas estas frases una expresión de una invocación de que hay que vivir y servir a su prójimo, sí, vivir para él tal como uno vivía antes totalmente para sí mismo? Sí, debes amarle, como usualmente sólo te amabas a ti mismo. La completa mentalidad del individuo debe ser amor. ¿Qué es el amor entonces? De verdad, ¿no es el amor exacta y exclusivamente el deseo de dar al prójimo felicidad y gozo? ¿Y no es la satisfacción de este deseo igualmente el placer de ver a sus semejantes y su entorno o a este prójimo total o completamente feliz?
Y como el hombre terreno ahora ha llegado a ser el señor de la materia, lo cual significa ser el señor de los elementos y puede llevarlos a trabajar para sí a través de máquinas poderosas de fuerza y, además, tener un inmenso conocimiento e inteligencia en el plano físico o material, puede hacer que la materia obedezca completamente sus pensamientos, entonces el mismo ser tiene enormes condiciones u oportunidades para amar, lo cual significa servir a su prójimo. Ahora tiene todos los requisitos para poder ser una herramienta contribuyente por parte de la Divinidad en la conversión de la tierra de ser un «valle de lágrimas» a ser un verdadero paraíso. Como señor completo de la materia, ahora puede convertirse en el sirviente perfecto de su prójimo y, por lo tanto, de la vida.
18. Lo que transforma al «animal» en «ser humano»
Lo que hoy en día impide al hombre terreno ser feliz es, por lo tanto, únicamente que aún no ha aprendido que la felicidad sólo existe en vivir en beneficio de su prójimo, del entorno o los semejantes. Todavía vive en la actitud de conciencia heredado del reino de los animales: «Cada cual piense en sí mismo» y practica esta doctrina con todos los medios disponibles y de ese modo vive en la desgracia y los sufrimientos. Uno sólo puede ser un beneficio para sí mismo siendo un beneficio para su prójimo.
Es cierto que, en las regiones o esferas centrales del reino animal, los animales no tienen otro modo o forma de vida que éste de ser un beneficio para sí mismos. Este les ha sido impuesto por su instinto de la propia conservación innata. Pero para el hombre terreno esta manera de vivir ya no es una condición vital. Este tiene su inteligencia o capacidad de pensar altamente desarrollada. Su capacidad de razonar ha aumentado la capacidad de pensar tanto que es capaz de practicar una forma de vida completamente diferente y mucho más completa. No depende como el animal de tener que vivir de su instinto, sino que puede, con su conciencia despierta y clara asimilar el modo de ser de su entorno, sus exigencias naturales e inevitables. Al no entender estas exigencias como justificadas, uno las percibirá como injustificadas. De esto viene la frase «cada cual piense en sí mismo». Si bien esta forma de vida es absolutamente perfecta para el animal, para el hombre intelectual o pensador se convierte en la cadena con la cual él se ata a la forma más desgraciada de destino que se puede experimentar. Para el animal no existe, además de su instinto de apareamiento o de pareja otra cosa que el principio de poder. Aquí vale sólo el derecho del más fuerte. Por lo tanto, sólo se trata de convertirse en el más fuerte de una forma u otra. Si no puede ser a nivel puramente físico o corporal, entonces a nivel mental, lo cual aquí quiere decir con camuflaje o engaño a su entorno más fuerte para que pueda superarlo por medio de la astucia. Y como estas fuerzas existen en el animal como conciencia habitual que todo lo abarca, y todavía no tiene la capacidad de pensar o reflexionar sobre otra forma de vida, la misma forma de vida sólo puede ser la más alta virtud del animal. Y el único tipo de libertad que el animal puede experimentar será, por lo tanto, únicamente aquel que, con su poder de superioridad, sea en el nivel físico o fraudulento, éste sea capaz de garantizarse a sí mismo. Pero como hay una lucha constante por el poder, y éste es una condición vital imperativa para el animal, este ser está absolutamente aprisionado o limitado por esta lucha. No es un ser libre. Tiene que estar siempre cazando y así viviendo una lucha permanente con el entorno. Pero una lucha permanente forzada sólo puede ser un vínculo mental y físico, sí, una especie de esposas psíquicas. Es la lucha contra este encarcelamiento físico y mental la que transforma al animal en hombre.
19. La creación del hombre perfecto a través del amor al prójimo o el cumplimiento del sentido de la vida
Un ser humano perfecto o altamente evolucionado es un ser liberado de esta forma de vida animal. Ha llegado a tal punto en la lucha contra dicha forma de vida que la ha superado por completo. La conservación o aparición de su vida ya no es nada, por la cual tiene que luchar contra otros para mantener. Ya no está lleno de la tendencia a practicar el principio «Cada cual piense en sí mismo» sino que se encuentra completamente lleno de la completa oposición de este estilo de vida: «Que cada cual piense en su prójimo». Como esta forma de vida sólo puede producirse o manifestarse a través de la alegría de «dar en lugar de tomar», y esta forma de vida siempre parecerá al entorno muy agradable o bienvenida, este entorno percibirá poco a poco a tal ser como su verdadero amigo absoluto. Ellos comenzarán a amarlo. Y a los que uno ama, los sirve. El entorno se convierte así en el sirviente de este ser. Dicho ser comienza, así, a cosechar lo que ha sembrado. ¿Se puede imaginar una relación más perfecta que ésta, en la que un ser ama a su entorno y que será amado por el mismo entorno? ¿Y cómo, de otra manera, se cree que la vida se podría percibir como absolutamente feliz y, por lo tanto, perfecta? El destino del individuo sólo puede ser determinado por dos factores, a saber: el propio yo y el prójimo, que a su vez es lo mismo que su aparición como individuo y su entorno, todo y todos sin excepción. Por eso existe, en realidad, sólo dos formas de destino. El individuo o puede odiar a su entorno o puede amarlo, lo que a su vez es lo mismo que odiar o amar a su prójimo. Si odia al prójimo, indica que está en discordia o conflicto con la vida y, por lo tanto, con la felicidad, y cree que el prójimo es la causa de este conflicto y del consecuente estancamiento de su felicidad. Con eso, su mentalidad está aprisionada o atada y ligada a un grado equivalente al deseo o anhelo de erradicar o aniquilar a este prójimo, ya que cree que esta erradicación es el rescate de su felicidad. Su lucha por la liberación muestra que es un ser atado. Si, por otro lado, ama a su prójimo, es una expresión de que vive en contacto con la vida. En virtud de su amor al prójimo, no se encuentra enfrentado con ningún ser, que desea erradicar o aniquilar. Como su deseo o anhelo exclusivamente va a favor de su prójimo, al final no encuentra ninguna molestia o estancamiento en el despliegue de su vida por parte del prójimo ya que éste, en condiciones normales, no está interesado en socavar lo que es a su propio favor. Hacer que su mentalidad se transforme así, que la mayor felicidad y satisfacción de deseo sea la de estar en favor del prójimo, es, así, lo único que puede garantizar al ser vivo la experiencia del contacto más elevado con la vida, un contacto que significa la soberanía total. Uno de los dos factores mencionados de conciencia conduce, así, a un encarcelamiento mental total, a la esclavitud de la materia, que a su vez quiere decir, a la esclavitud de ventajas materiales o bienes aparentes, mientras que el segundo factor, por otra parte, conduce a una liberación completa del deseo de estos bienes a favor del amor al prójimo, lo cual, como ya se sabe, es lo mismo que el amor a los semejantes en el entorno del individuo. Pero de esta manera amar a su prójimo es lo mismo que desencadenar la forma de manifestación que es el sentido de la vida. Pero estar en contacto con el sentido de la vida es lo mismo que ser inmune a cualquier conflicto con este sentido. Y esta inmunidad es lo único que puede garantizar la felicidad perfecta o suprema y la consecuente alegría de existir. Alcanzar este estado de conciencia o esta forma de manifestación es, por lo tanto, lo mismo que ser uno con la vida, que a su vez es lo mismo que «ser uno con el Padre».
20. La experiencia del ser vivo de la más alta soberanía, inmortalidad, y como idéntico a la imagen de Dios más allá de tiempo y espacio para siempre jamás
Y con esta forma de vida comienza una existencia completamente nueva. De ser un animal que sólo puede mantener su existencia o su vida a través de matar, asesinar o mutilar a su prójimo y así sólo mantener su existencia a través de los cadáveres de los vecinos, se ha convertido en un ser que sólo mantiene su existencia dando vida, lo cual a su vez significa irradiando amor a todo y a todos, convirtiéndose así en alguien que fomenta, estimula o inspira la alegría más elevada para los de su entorno. Pero así el principio de manifestación de uno se vuelve completamente análogo o idéntico al principio mismo del sol. El principio del sol es el principio de despliegue de energía física más elevado que existe en absoluto. Es precisamente esto, que es la base de la creación de toda la tierra o la formación del globo magnífico a que se ha convertido gradualmente a través de sus varios millones de años de evolución. Como el principio sol, así, ha causado que la tierra hoy aparezca como un perfecto «Jardín del Edén», con un sinfín de condiciones para dar a la humanidad un plano de existencia lleno de alegría y gozo con sus hermosos campos y bosques, océanos y cielo, una vez que la misma humanidad haya terminado de asesinar, matar o de otra manera sabotear su capacidad para tomar en posesión este plano de la existencia divina en contacto con la voluntad providencial, se convierte así en un hecho que el principio sol es el despliegue de energía más divina que existe. Pero cuando es la forma más perfecta de despliegue de energía o método de creación que existe, es también el modelo más perfecto o el mejor modelo divino para el desarrollo de nuestro propio despliegue de energía o nuestra voluntad o manifestación, sujetas a nuestro yo. El sol, esta mayor fuente divina de luz y calor y la causa de todo esplendor y posibilidad de vida paradisiaco terrenal, brilla, calienta e ilumina para el llamado malo, así como para el llamado bueno. En ningún caso irradia nada oscuro, de verdad, ni siquiera puede crear la menor forma de sombra en nada. El sol es luz y calor y sólo puede ser luz y calor. Las sombras o la oscuridad no provienen del sol, sino que sólo pueden provenir de cosas oscuras, lo cual significa: cosas que impiden la luz y el poder del sol. Por todas partes donde hay oscuridad, no es el sol, sino otras cosas que proyectan sus sombras oscuras y envuelven una parte mayor o menor de su entorno en la oscuridad. Estas cosas cortan la luz y el calor del sol, impidiendo así con sus sombras oscuras que otros seres tengan acceso a la fuente de la vida. Tienen la oscuridad, la noche, el frío y la muerte como su estela en su órbita a través del espacio. Donde se corta la luz del sol, sólo prosperan la ceguera, el moco y el veneno, el moho, la putrefacción y la falta de color. Al contrario, donde emerge la luz del sol, salen vistas, perspectivas y colores, sonrisas, alegrías y gozo de vivir. ¿Dónde hay una mayor expresión de moralidad que la que encontramos en las estrellas? ¿No nos dice Dios a través de la luz del sol las mismas grandes verdades como los que durante miles de años nos han dicho los profetas, los grandes sabios o redentores del mundo a la humanidad? ¿Qué importa que los libros se extingan, las religiones caduquen, el materialismo emerja, invenciones humanas ingenuas e imperfectas florezcan, cuando el Padre Eterno, en la majestad divina del cielo nocturno oscuro, eternamente revela su voluntad en forma de la luz solar y expresa la estructura de su propia imagen y con eso su forma de vida, su moral, su visión de la vida y la existencia, su caricia de los malos así como los buenas, su demostración de lo que da vida y lo que conduce a la muerte y así hace del cielo su palabra viva?
A través del fuego del sol, la Divinidad anuncia su plan con el ser vivo. En los rayos del sol, el padre eterno expresa su mensaje de amor a su «hijo pródigo» o todas las almas en la oscuridad de esta manera:
«Mira, yo soy la resurrección y la vida, el que practica mi principio de vida descubrirá su propia inmortalidad y sobrevivirá al tiempo y al espacio y atestiguará que todo es muy bueno. Él es mi misma imagen y es uno conmigo en su trayectoria sobre la tierra, sobre la humanidad, a través del universo. Él descansa en mí y yo en él. Él se ha convertido así en el camino, la verdad y la vida. Se ha convertido en uno con la eternidad, la omnipotencia y el amor.»
Título original: Mental Suverænitet. El artículo es del librito no. 10 llamado Conciencia Cósmica, que todavía no ha sido traducido al castellano. Traducido al castellano por Javier Romero Tello y Else Byskov en enero de 2018. N.º de artículo: M1670.

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