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M1273
El cuerpo eterno del ser vivo
por Martinus

1. El destino y la creación de experiencia
Que la experimentación de la vida por el ser vivo sea exclusivamente un efecto de su propio comportamiento es algo que los hombres terrenos están lejos de haber descubierto. Si este fuera el caso, su forma de pensar y actuar sería muy diferente al despliegue de la mentalidad de guerra, que se encuentra aquí en la tierra entre naciones y estados, y entre cada persona en su vida diaria. No se puede reprochar a los hombres que no sepan más y por lo tanto no actúen mejor, pero poco a poco la vida misma les dará el conocimiento y la compasión que harán que ya no tengan corazón para comportarse como lo hacen ahora. Diversos hombres en todo el mundo ya están empezando a tener una mentalidad en la que el deseo de paz, tanto en lo pequeño como en lo grande, se une a una capacidad creciente de participar en la creación de paz en el mundo que los rodea. Para estas personas un conocimiento de las leyes cósmicas podría ser otra fuente de inspiración para participar en la creación de paz y amor en el mundo, ya que entenderían que trabajan a largo plazo y que cada cosita, que hagan para beneficio y disfrute de su entorno, tiene una importancia mucho mayor de lo que aparentemente pueda parecer por el momento.
2. El hombre es el señor de su propio destino
La comprensión de que el ser vivo es inmortal, y que vive más de una vez y crea su destino de vida en vida, ofrece perspectivas completamente nuevas para la vida diaria y por lo tanto para el concepto: destino. Que causa y efecto están relacionados, y que dentro de días, semanas, meses o años uno puede experimentar los efectos de lo que uno mismo ha causado, está claro para la mayoría de los hombres. Cuanto más tarden los efectos en seguir la causa, más difícil es, sin embargo, tener una visión de conjunto de la relación. Cuando las cadenas de causa y efecto abarcan varias vidas o encarnaciones físicas, no es de extrañar que los hombres no se den cuenta de que hay relación y sentido en lo que pueda parecer tan incomprensible e injusto. Pero, desde un punto de vista cósmico, no hay nada que pase por casualidad, y ningún ser es capaz de experimentar otra cosa que aquello de lo que él mismo es la causa más profunda. Ningún ser puede evitar su destino, sea agradable o desagradable. Recibirá los efectos de sus acciones o comportamiento, y estos efectos corresponden a los pensamientos y acciones que son su causa. Si el ser ha producido un acto malo, este acto creará efectos igual de desagradables, de la misma manera que los actos buenos, en su análisis final, producirán efectos buenos. De esta manera el ser vivo es el señor absoluto de su propio destino.
A través de la religión los hombres han aprendido que deben perdonar a su prójimo, pero puede ser bastante difícil, si uno cree que este prójimo se comporta de manera inmensamente injusta ante uno. Si, de otro modo, uno entiende que esta experiencia de vida exclusivamente es efecto de nuestra propia conducta en el pasado, y que el prójimo es un instrumento mediante el cual nos vienen los efectos, hay todas las razones del mundo para perdonarlo. Que él puede ser usado por la Providencia para efectuar esto es, naturalmente, porque él tiene corazón para hacerlo. Pero como él también cosechará lo que ha sembrado, en el futuro encontrará las fuerzas que él mismo ha desencadenado, y las experiencias de sufrimiento, que de esta manera hace, crearán los obstáculos necesarios en su mente para no volver a actuar de tal manera. El hombre cree a menudo que sufre inocentemente porque en su estado de evolución actual por lo general no recuerda que ha vivido antes, y no puede entender que algunos seres nazcan para un destino muy infeliz desde la cuna hasta la tumba, mientras que otros viven en felicidad y bienestar sin grandes penas ni preocupaciones. Pero es sólo en la pequeña perspectiva local, que parece así, visto desde la perspectiva cósmica, no hay ningún ser que no evolucione y que, con el tiempo, se convierta en «el hombre a imagen de Dios», sin haber pasado por tantos problemas y sufrimientos como todos los que alcanzan el mismo estado de evolución, y esto quiere decir toda la humanidad terrena.
3. La necesidad de la reencarnación
Cuando al hombre terreno se le dice que es un ser espiritual, que el espíritu es lo principal de su existencia y que puede existir sin estar encarnado en un cuerpo físico, es muy natural que haga la pregunta: «Sí, pero ¿por qué tengo que encarnarme en un cuerpo físico? ¿Es necesario? Cuando lleva consigo tantas dificultades y sufrimientos, sería mejor poder permanecer en el estado espiritual.»
Tal vez podría serlo, visto desde una pequeña perspectiva local, donde todo gira en torno a lo que actualmente es lo más «agradable» para el ser en cuestión. «Lo agradable» es lo que en general uno considera también como «lo bueno». Si un hombre trata de mirar hacia atrás en la vida y ser honesto consigo mismo, admitirá que no es todo lo agradable lo que ha desarrollado su capacidad de pensar y su compasión, al contrario. Sin embargo, es un bien que el hombre pueda pensar, pero la facultad de pensar se ha desarrollado más a menudo directamente a través de los contratiempos que había que superar, de la misma manera que la compasión por los demás se basa en que un hombre haya pasado por dificultades, de lo contrario es inmune al sufrimiento de los demás. Así hay que decir que tanto los contratiempos como los sufrimientos, que han desarrollado la facultad de pensar del hombre, como los que han desarrollado su capacidad de compasión, son un bien en términos humanos generales, aunque hayan sido temporalmente un bien desagradable. Aquí tenemos la razón de la necesidad de la encarnación física de los hombres terrenos. Tienen que encarnarse aquí para aprender a pensar lógicamente, y pensar lógicamente quiere decir, cósmicamente hablando, tener una visión general de causas y efectos, y utilizar esta visión para beneficio y alegría del entorno.
Pero ¿por qué los hombres terrenos no pueden adquirir y desarrollar este tipo de pensamiento en los mundos espirituales? Porque en estos mundos no hay resistencia. Los planos espirituales no son «planos de aprendizaje», sino «planos de disfrute». Allí los seres pueden, en un grado mucho mayor, disfrutar de la capacidad creativa lógica que han adquirido en sus vidas físicas. En el plano espiritual la materia obedece inmediatamente la voluntad y el pensamiento, mientras que los seres, cuando están encarnados, tienen que vencer a la materia física pesada, por no hablar de la resistencia tanto psíquica como física de otros seres encarnados que uno encuentra. Todo esto hace que, en mayor o menor grado, la existencia física sea un «campo de batalla», «un mundo de los bienes desagradables». Si no existiera este «campo de batalla», no podría tener lugar ninguna evolución en absoluto.
4. La estructura cósmica eterna
En el plano espiritual, los hombres llegarán a convertirse en «imagen y semejanza de Dios». Acerca de la capacidad de Dios para crear, hemos aprendido que «él dijo, y fue hecho, el mandó y existió» y es hacia este método de creación, que los hombres terrenos evolucionan a través de sus encarnaciones físicas, pero primero tienen que hacerse tan perfectos que puedan superar la resistencia del mundo físico; no a través de la lucha y la guerra, sino a través de la lógica y el amor. Cuando una vez en el despliegue creador y en todo el comportamiento del hombre terreno no se produzca ninguna disonancia, ningún cortocircuito mental, ningún accidente ni sufrimiento, cuando todo lo que cree sea al cien por cien para alegría y bendición para seres vivos, entonces ya no hace falta que se encarne en la materia física. Entonces ya no hace falta tener un instrumento con el cual cosechar las equivocaciones en forma de dolor, adversidad y todo tipo de dificultades y contratiempos. Entonces los hombres podrán existir en la verdadera zona de existencia primaria de los seres vivos: el mundo espiritual con su variedad de esferas luminosas y radiantes donde todo está en contacto con el tono básico del universo, el amor, que es el despliegue primario de la conciencia de la Divinidad.
Tomará varios milenios antes de que la humanidad terrena llegue a este punto, y cada uno de sus individuos tiene que construir y perder varios cuerpos físicos antes de llegar a tal estado. Es natural que algunos lleguen a ese estado antes que otros, ya que los hombres están en diferentes etapas de evolución. Pero no hay ni un solo hombre que no llegará. Para que esta sustitución y renovación de organismos pueda tener lugar, el ser vivo tiene que poseer «algo», mediante lo cual sea capaz de sobrevivir su muerte física y manifestar nuevas formas de vida con los correspondientes nuevos organismos físicos, que sólo son instrumentos para estas formas de vida. Ya hemos mencionado el «yo» del ser vivo y su supraconciencia que contiene su elemento de destino con núcleos de talentos, la estructura a través de la cual el «yo» puede unirse a las formas de experiencias de la vida y a los cuerpos de manifestación. Aquí no podemos explicar esta estructura interna, sino que tenemos que hacer referencia a la obra principal «Livets Bog»; aquí puede simplemente mencionarse que toda esta estructura interna del «yo» se tiene que considerar como su «cuerpo eterno». Esta estructura no puede pertenecer a las dimensiones del tiempo y espacio tal como los cuerpos físicos del «yo», ya que el «yo» nunca ha sido creado y siempre ha existido. A través de su «cuerpo eterno» que siempre ha existido, y que no puede morir, el «yo» manda sus impulsos que ponen la materia en movimiento y convierten el movimiento en manifestación y creación.
5. Sin el cuerpo eterno no habría ni experiencia ni creación
La manifestación y la creación que el ser vivo despliega es toda su forma de ser, desde la creación directa hasta la más mínima expresión de dolor o alegría, aversión o cariño. Todo esto ha sido puesto en marcha por las fuerzas de la supraconciencia del «yo», es decir, fuerzas y clases de movimiento de las cuales el mismo «yo» es el origen absoluto. Pero como ninguna clase de movimiento puede terminar en ningún otro lugar que en el cuerpo eterno del cual ha surgido, es inevitable que más tarde o temprano este fin de la trayectoria del movimiento, a través de este cuerpo eterno, llegue a ser percibido como el movimiento de la conciencia que llamamos experiencia o experimentación. Esto pasa a través de los cuerpos subconscientes, y quiere decir para los hombres terrenos a través del cuerpo físico y los cuerpos psíquicos. Todo esto son detalles del cuerpo eterno que se sustituyen y se transforman, pero el ser vivo tiene siempre, no importa en qué parte de la espiral de la evolución se encuentre, cuerpos subconscientes de naturaleza física o psíquica que son instrumentos temporales para las fuerzas que entran en el cuerpo eterno del ser vivo y salen de él. Las fuerzas o movimientos que entran serán puestos de relieve por el «yo» como agradables o desagradables dependiendo de que en el momento de su desencadenamiento contra los alrededores del «yo» o sus semejantes tuviesen forma de placer o malestar. Dado que todo movimiento es energía de conciencia desencadenada, no importa que sea macro, meso o microcósmica, tiene su origen en una supraconciencia y se mueve en el cuerpo eterno de un ser vivo. No existe ningún movimiento o liberación de energía que no sea desencadenado por un «yo». Las fuerzas de la naturaleza son desencadenadas por macroseres vivos, y los movimientos de la sustancia o la materia son desencadenados por microseres vivos, y sólo es en relación con nosotros que son macro y microcósmicos, todos tienen sus propias experiencias y formas de manifestación mesocósmicas igual que nosotros. Y nosotros también somos tanto macro como microseres que desencadenan energías que, al mismo tiempo que tienen importancia para nuestra propia experiencia y formación de destino, también tienen importancia para el macrocosmos y microcosmos. Es precisamente debido a que los seres vivos, toda la eternidad, pueden mandar y recibir energía que están VIVOS. Esto les permite darse a conocer y experimentar el entorno y a sí mismos en relación al entorno. Pero si el movimiento que desencadenó la manifestación desde la supraconciencia del «yo», no estuviese sometida a un principio que determina que sólo puede terminar su curso en la supraconciencia, de donde ha surgido, sería totalmente imposible para el «yo» experimentar nada en absoluto. Nosotros tampoco seríamos capaces de ser señores de nuestro propio destino si los desencadenamientos de manifestaciones de seres ajenos pudieran formar parte de nuestra conciencia independientemente del movimiento de manifestación desencadenado por nosotros. Es nuestro propio movimiento, que, casi como una cinta transportadora, permite que los ataques desagradables contra nosotros por parte de otros seres puedan entrar en nuestra experiencia de vida. Si no fuera así, nunca podríamos superar los ataques dañinos de otros seres. Al perdonar, al acostumbrarse a no enojarse, no odiar, perseguir ni calumniar a otros seres, hacemos que el retorno de nuestro propio movimiento de destino sea impermeable a manifestaciones de tal clase de vibraciones. Ningún movimiento en absoluto, y por lo tanto ninguna experiencia, puede acceder a nuestro cuerpo eterno o supraconciencia si no es con la misma clase de manifestación de energía que hemos desencadenado. De no ser así el ser vivo sería un juguete a merced del azar. Ahora sólo puede ser un juguete a merced de su propia ignorancia, pero no puede evitar hacer experiencias y así adquirir sabiduría y conocimiento de causas y efectos, y así, poco a poco, será capaz de liberarse de la reencarnación y el peso de la materia física y convertirse en un «ser divino», es decir, un instrumento de manifestación y creación de la conciencia primaria de Dios, experimentándose a sí mismo con conciencia diurna como uno con Dios, idéntico a la eternidad, el infinito y el amor.
Título original danés: «Det levende væsens evighedslegeme». Publicado por primera vez en la edición danesa de Carta de Contacto n.º 2, 1967. El manuscrito ha sido revisado por Mogens Møller y aprobado por Martinus. Es la continuación del artículo «El yo, el espíritu y el cuerpo». Traducido del danés al castellano por Else Byskov con la colaboración del equipo de lengua castellana. ID de artículo: M1273.

© Martinus Institut 1981, www.martinus.dk

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