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M1272
El yo, el espíritu y el cuerpo
por Martinus

1. La aversión a la muerte
Todas las personas normales que todavía no se encuentran en la época de la vejez, tienen en general miedo a morir y no renuncian voluntariamente a su vida. Lo mismo sucede con los animales. Todos luchan para preservar la vida. En los hospitales se lucha contra la muerte, en los hogares y en la vida diaria de las personas se lucha para preservar la vida. Nadie quiere morir si está sano y con buena salud, y el destino le es favorable. Cuando en personas ancianas a veces se pueden encontrar deseos de morir, es porque están cansadas a causa de la edad, los sentidos se les han debilitado, y el organismo no tiene suficiente fuerza para que puedan valerse por sí mismas. Que en tal situación puedan desear la muerte no es de extrañar, y el mismo deseo también puede surgir en personas jóvenes que están muy enfermas y debilitadas y totalmente dependientes de otras personas. ¿Qué podemos aprender de esto? ¿Por qué hay que tener directamente un organismo inútil para anhelar la muerte? ¿Por qué es normal que todos tengan una aversión a la muerte? La muerte es, claro está, algo que es tan natural como nacer. Es tan natural como lo es dormir por la noche, y nadie tiene ninguna aversión a esto. Es realmente un placer irse a la cama y dormir cuando uno está cansado; nadie tiene miedo a la pérdida de conciencia que llamamos «sueño», porque todos cuentan con despertar cuando estén descansados. Con esto no se cuenta cuando se trata de la muerte. Si uno lo hiciera, no habría ningún temor particular a la muerte. Pero la muerte es algo desconocido para los hombres que ignoran que en realidad no pueden morir.
2. El organismo es una cosa creada
Las personas que creen ciegamente en el cristianismo dogmático pueden tener miedo de ir al «infierno» o a la «perdición». Los no creyentes pueden tener miedo de que la muerte sea lo mismo que el cese total de su existencia, una aniquilación eterna. La muerte es, de hecho, un misterio tanto para los creyentes como para los no creyentes. Lo único que es absolutamente cierto para todos los hombres es que en algún momento más tarde o temprano su organismo físico entrará en el proceso que se llama la muerte, y como uno se inclina a identificarse a sí mismo con el mismo organismo, que un día se quedará sin vida y se desintegrará, se cree que se puede morir. Si un ser querido muere, éste desaparece para nuestros sentidos físicos, sólo queda un cuerpo muerto que podemos ver y tocar. El ser en cuestión ha «desaparecido» de verdad de su cuerpo físico, y por eso no lo podemos percibir. El «algo» que ha desaparecido está totalmente fuera del alcance de la percepción física y siempre lo ha estado, incluso cuando pensábamos que podíamos experimentar directamente a esta persona. No lo hemos hecho nunca. Hemos experimentado los efectos que este ser vivo ha creado durante un tiempo a través de un instrumento físico aquí en este mundo físico. El propio ser ha sido siempre, como todos lo somos, inaccesible a la percepción física y ahora ha dejado de utilizar el instrumento o el cuerpo físico a través del cual durante un tiempo le ha sido posible experimentar indirectamente al ser en cuestión aquí en este mundo físico. Lo que queda del ser vivo en cuestión es sólo algo que es totalmente inaccesible a los sentidos físicos, pero esta parte totalmente inaccesible para la percepción física es, de hecho, la parte principal del mismo ser, es nada menos que el ser vivo per se, que era el señor del organismo físico antes de que muriera. Fue este ser invisible que habló, vio y escuchó por dicho organismo, fue este ser invisible que dirigió el organismo para caminar y estar de pie, sentarse o correr. Fue este ser invisible que a través de su organismo nos mostró bondad, comprensión, incluso amor, o lo contrario. Utilizando el mismo organismo este ser invisible podía crear y producir en la materia física con sus facultades y talentos, y de esta manera podíamos experimentar los efectos producidos por el ser. Pero que este organismo en sí también era una cosa creada, un instrumento, no debería ser ningún misterio para nadie, ya que ha sido construido o comenzado como cualquier otra cosa creada y está sujeto a las mismas leyes. Se puede desgastar, se puede abusar de él y puede ser destruido. Ninguna cosa creada puede ser eterna, por mucho que se atienda y cuide; lo creado es algo que empieza a tener existencia, y de nuevo, más tarde o temprano, deja de existir. Después del cese del funcionamiento del organismo, su origen invisible ya no puede expresarse de la forma habitual en el mundo físico. Los sobrevivientes en este mundo pueden pensar que el ser ha dejado de existir, pero la verdad es que simplemente no pueden ponerse en contacto con él o ella a través de las vibraciones y longitudes de onda físicas, porque el conjunto de aparatos físicos del ser se ha vuelto inservible.
3. El ser vivo es un ser espiritual
¿Hay algo del ser vivo físico que ponga de relieve que el organismo físico no es el propio ser vivo, y que este ser vivo constituye una realidad invisible más allá de este organismo? Sí, toda la existencia física del ser vivo es en sí misma una revelación de esta entidad invisible y real detrás del organismo. ¿Qué hay en el organismo físico que no apunte a un origen para el cual es un instrumento? ¿Son los ojos independientes? ¿Son el oído, el olfato y el gusto independientes? O los órganos internos como el corazón, pulmones, hígado, riñones, etc. ¿existen sólo para su propio bien? ¿No son todos, sin excepción, inventario integrado, necesario y cooperante de un instrumento indispensable para la manifestación física de un ser vivo? Cada órgano, grande o pequeño, realiza una función que es una condición vital necesaria para la experiencia física. Pero como todo el organismo se compone exclusivamente de órganos así, cuya participación es una condición para la percepción y manifestación del ser vivo, ¿dónde está entonces el propio ser vivo? ¿Está en los riñones o en el corazón? ¿Está en los ojos o en la nariz? Sabemos que allí no está. Pero ¿está entonces en el cerebro? No, el cerebro también es un órgano que tiene que estar en constante comunicación con los demás órganos para que pueda tener lugar la experimentación de la vida en el plano físico. Es un instrumento junto con otros instrumentos, que cooperan para hacer del organismo un aparato perfecto, pero ¿para quién?
Es un hecho que el organismo es un instrumento compuesto por una gran cantidad de instrumentos combinados, pero ninguno de estos órganos subordinados puede ser el origen del mismo organismo. El origen y el que utiliza el organismo no es una parte aislada de este organismo visible, y sin embargo hay un «algo» que saca provecho de la cooperación de todas las partes, un «algo» que experimenta, aprende y crea, un origen detrás del organismo, que se expresa y se manifiesta a través de él y que experimenta las manifestaciones de otros seres. Como ese «algo» es invisible, no es de extrañar que se lo haya llamado «espiritual». Todos los seres vivos son seres espirituales, ya se manifiesten actualmente a través de un cuerpo físico, o no lo hagan. Pero cuando así constituimos un ser espiritual en un organismo físico, ¿no deberíamos ser capaces de sentirlo y experimentarlo?
4. El yo y la supra y subconciencia
Probablemente sabemos todos por experiencia que hay ciertas cosas a las que nos hemos acostumbrado tanto que ya no las notamos. Esto es válido también para la experiencia de ser un ser espiritual. Sentimos en realidad en un grado muy alto que somos un ser espiritual, pero se ha convertido en algo tan habitual que ya no nos damos cuenta de esta parte de nuestras experiencias. Es este ser espiritual en nuestro organismo físico que constituye nuestro yo verdadero, y que expresamos con «yo». Decimos: «Yo vi», «yo fui», «yo dije,» «yo estaba contento», etc. ¿Quién es este «yo»? No eran sólo los ojos que vieron, o los pies que caminaban. No era sólo la boca que hablaba, y tampoco puede ser el organismo físico que estaba alegre, ya que sólo está construido de órganos subordinados, que existen para que el organismo sea instrumento perfecto para un «algo» invisible que manifiesta y experimenta. Nuestro «yo» tiene que ser ese «algo». Los ojos no pueden decidir a dónde hay que mirar, las piernas no pueden decidir a dónde ir y la boca no decide qué decir. ¿No es precisamente nuestro «yo», que determina todo esto? ¿No es también nuestro «yo» que siente alegría y tristeza? Es el «yo» que es el factor principal, y el organismo es el secundario, el instrumento por el cual se experimenta y se manifiesta. El «yo» puede estar conectado con un organismo físico, pero también puede liberarse de él. Pero cuando puede hacer eso tiene que tener una estructura espiritual, en virtud de la cual este proceso: conexión a un organismo y liberación de un organismo, pueden tener lugar.
En mi obra principal «Livets Bog» he nombrado a esta estructura asociada con el «yo» como la «supraconciencia» del ser vivo. A través de esta supraconciencia el «yo» mantiene su estructura de la subconciencia, que a su vez consiste en la conciencia diurna y la conciencia nocturna. A través de esta estructura de la supra y subconciencia el ser es capaz de crear su estado de experiencia y manifestación y de renovar continuamente su capacidad de experiencia para que, en cualquier momento, viva en medio de su existencia eterna e inmortal. El ser vivo es, así, en un sentido cósmico o absoluto un ser espiritual y no un ser físico. Es capaz de formarse un organismo físico, pero como es sólo un instrumento, mientras que toda la estructura primaria o principal del ser es espiritual, es realmente erróneo llamar al ser vivo un ser físico, aunque esté encarnado en la materia física.
5. La formación de destino
Todo el estado mental del ser, su capacidad de pensar y su vida afectiva, sus anhelos, deseos y voluntad forman de esta manera parte de su estructura espiritual. Desde la estructura de la supraconciencia del «yo», en la cual éste constituye el punto fijo, entra y sale a través de su conciencia diurna toda su experiencia de la vida. Desde aquí se desencadenan las fuerzas que serán la influencia del ser en cuestión sobre otros seres. Y aquí entran las fuerzas que son un efecto surgido del entorno a las fuerzas que el ser mismo ha desencadenado. Son estos efectos que serán su destino, sus experiencias de «malo» y «bueno». Si ahora empezamos a comprender que el ser vivo no es idéntico a su organismo físico, sino que consiste en una estructura eterna, espiritual alrededor de su yo, también podemos empezar a entender su destino. Sin este conocimiento, les sería imposible a los hombres comprender cómo puede ser que los seres aquí en la vida diaria tengan destinos tan diferentes. Como no mueren junto con el cuerpo físico, sino que siguen viviendo a través de su estructura espiritual o cósmica y después de un tiempo se crean, una vez más, un cuerpo físico y así nacen de nuevo al plano físico, es natural que tengan que continuar esta nueva vida física a partir del estadio evolutivo al que habían llegado en su vida física anterior. Y los efectos de los actos físicos, que han desencadenado contra su prójimo en sus vidas anteriores, ahora los van a poder experimentar aquí en la nueva vida física. Esta cadena de causa y efecto es originada por la estructura eterna, que yo llamo el cuerpo eterno del ser vivo.
Título original danés: «Jeget, ånden og legemet». De una conferencia en el Instituto Martinus el lunes 4 de abril de 1961. El manuscrito ha sido revisado por Mogens Møller y aprobado por Martinus. Publicado por primera vez en la edición danesa de Carta de Contacto n.º 1, 1967. Este artículo continúa con: «El cuerpo eterno del ser vivo» («Det levende væsens evighedslegeme») que se puede leer en esta página web. Traducido del danés al castellano por Else Byskov con la colaboración del equipo de lengua castellana. ID de artículo: M1272.

© Martinus Institut 1981, www.martinus.dk

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